Por César Hildebrant.
El cerdo García se quedó corto...
En
efecto, don JOSÉ RUFINO ECHENIQUE, el tronco originario de una prole dispersa y
de alcances literarios, fue quizá el presidente más ladrón que haya tenido esta
república plagada de cacos.
Asumió el
cargo el 25 de abril de 1851 y el primer día de julio de ese año empezó el
festín de la llamada “deuda interna”.
Gracias a
Echenique, los señorones de Lima se aprovecharon de la flamante riqueza del
guano para hacerse con dineros sucios.
El método
era el siguiente. Todo aquel que real o supuestamente hubiese contribuido a la
causa de la independencia podía cobrarle al Estado lo que quisiese. Todo aquel
que hubiese financiado a un caudillo, desde 1823, podía pedir lo mismo. No
importaba que esa contribución hubiese sido en caballos, carruajes, rancho,
hospedaje, armas, dinero en efectivo. El ancho y generoso Estado guanero
convertía, gracias a leyes dadas por Castilla y ejecutadas por Echenique, la mierda
aviar en fortunas repentinas y/o incrementadas entre los grandes apellidos del
Perú.
Don
Emilio Romero relata en su “Historia económica del Perú” que no se
necesitaba ningún papel o documento para demostrar que uno era acreedor del
Estado: “...bastaba la declaración jurada de testigos. En caso de duda se
favorecía al acreedor” (“Historia económica del Perú”, página 376,
Editorial Sudamericana, 1949). Al 30 de octubre de 1852 la “deuda” que
Echenique y su banda habían “fabricado” para beneficio propio y de sus
amigotes ascendía a la suma increíble de 19’154,200 pesos. Muchas prosperidades
limeñas vienen de ese asalto a las arcas públicas. Emilio Romero lo dice con
todas sus letras:
“Leyendo
el Registro Oficial y “El Peruano” de esa época difícilmente escapará apellido
peruano o extranjero de ese tiempo que no esté en la relación de los
beneficiados con bonos de la deuda”. (Ibid, página 377).
Así
resultó que la clase que menos había hecho por la independencia, que había sido
virreinal en sus propósitos y españolísima en sus intereses, así resultó que
esa clase, digo, cobró al Estado, untado en guano, lo que jamás le dio al
país.
Pero hay
más. Para evitar que alguien, en el futuro, desconociese la llamada operación
Consolidación de la Deuda Interna, Echenique dio una ley que convirtió esos
bonos en parte de “la deuda externa”. Esa grosería daría comienzo a la
asqueada conspiración que, al final, el 5 de enero de 1855, fumigó el Palacio
gubernamental y empujó a Echenique a un próspero exilio en los Estados Unidos
norteamericanos. Para celebrar aquel robo oligárquico perpetrado desde la
presidencia y de naturaleza, digamos, fundacional, Echenique y sus secuaces
celebraron la que se considera la fiesta más espléndida jamás ocurrida en la
historia del relajo peruano.
Se
celebró el 16 de octubre de 1853 en la quinta Victoria, de propiedad de la
esposa de Echenique, y fue tan glamorosa que Basadre (citado por Romero) la
describe en su “Historia de la República” con las siguientes palabras:
“...los
concurrentes llegaron a la cifra de dos mil. Había gabinetes especiales de
descanso para las señoras, aromados con riquísimos perfumes, salones únicamente
para juegos de cartas, un salón de pinturas donde exhibían cuadros de Murillo,
Velázquez, Españoleto y de los pintores peruanos Laso y Merino. Las actrices
más celebradas de entonces estaban en Lima; la Biscaccianti, la Larini cantaron
arias escogidas...”
Lo más
increíble es que cuando el Perú había perdido a Grau y al Huáscar, en pleno
1880, la derecha guanera y procaz de Lima hizo tratos con los Chilenos para
seguir cobrándo al estado peruano los intereses de “su deuda”.
Romero
nos recuerda que en marzo de 1880, cuando los chilenos preparaban la invasión
plena de Lima y su saqueo, los tenedores de bonos peruanos fraudulentos
celebraron un contrato con el plenipotenciario Chile no Blest Gana para
cobrarse parte de la deuda extrayendo guano de las islas a cambio de pagar
derechos aduaneros...¡al gobierno de Chile!
De
pasajes como este está hecha la historia del Perú. De miserias como esta y de
miserables como Echenique. Pero esa es la historia que no se cuenta. Esa es la
historia que se calla.
Volviendo
al apellido Echenique, tenemos que decir que al hijo del capo guanero que
acabamos de biografiar tan velozmente no le fue demasiado bien.
Juan
Martín Echenique, nacido en 1841, fue compinche del architraidor Nicolás de
Piérola. Prefecto de Lima nombrado por “el Califa”, es responsable
directo de la fuga de tondero de miles de reclutas del Ejército de la reserva,
que estaba bajo su mando, durante la aciaga batalla de Miraflores (15 de enero
de 1881).
Gracias a
su incompetencia casi Chile nófila, los flancos izquierdos y central del
ejército defensor de Lima no pudieron actuar, dejando el peso de la batalla al
flanco derecho, que se batió tan heroica como inútilmente.
Por todo
lo narrado, el hecho de que un escritor apellidado
Bryce Echenique, descendiente orgulloso de esos patriarcas, haya sido
encontrado culpable de 16 plagios sistemáticos y venales resulta, como se
comprenderá, una anécdota casi administrativa, una contribución mínima a la
reputación del apellido.
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