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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 25 de abril de 2011

Literatura: El Huauco en la pluma de la viuda de Ciro Alegría.



Por: Secundino Silva Urquía.

La cubana Dora Varona, fue la última mujer con la que nuestro renombrado escritor Ciro Alegría contrajo nupcias. CIRO ALEGRÍA Y SU SOMBRA, se titula uno de los tantos libros que el año 2008, puso en circulación la editorial PLANETA y su autora es, precisamente, Dora Varona.

Con una prosa de novela, la también escritora, nos entrega un valioso testimonio de una etapa de nuestra historia literaria y política. Leyendo el mencionado libro se deduce que ella se ha esforzado durante años, para lograr captar y describir a un Ciro Alegría en toda su dimensión humana: “Ciro Alegría fue un hombre frágil, fortalecido por un poder superior para servir a la belleza y a la justicia.


Esta biografía de mi esposo la escribo por una exigencia vital. Cargo hace muchos años el conocimiento de un ser extraordinario y de su fascinante mundo interior, esplendoroso y trágico”
, nos dice la viuda de Ciro Alegría, en los primeros párrafos del prólogo de su libro.

Con el título: “FRACASA LA REVOLUCIÓN DE TRUJILLO. HUIDA”, la autora de la que podría ser la biografía más completa de nuestro laureado escritor, relata las peripecias que éste pasó en su huída desde la cárcel de Trujillo hasta el paraje La Artesa en el Huauco de entonces (Hoy: caserío El Porvenir - Sucre).

Por la importancia que esto tiene para la historia del Huauco de nuestros antepasados y nuestro Sucre de hoy, transcribo a continuación el relato:

“Alegría fugó a Huamachuco y de allí pasó a Shicún, donde vivía su padre. Juntos se refugiaron en una isla junto a Shicún, en el río Marañón. Padre e hijo tuvieron en medio de la persecución momentos de intimidad en los que Ciro comprendió que su progenitor estaba muy enfermo del hígado y del alma. Pancho Pinillos les anunció, mediante un empelado, que venían las fuerzas perseguidoras y esa misma noche huyeron río abajo en una balsa.

Un día después, sabiendo que ya las fuerzas policiales habían pasado, regresaron a pie, porque la corriente estaba embravecida y no se podía surcar. Volvieron al bohío. Unas dos leguas más abajo están las chorreras de San Nicolás, lugar donde Ciro Alegría relata la muerte de Roge en su novela La serpiente de oro. Poco tiempo después volvieron a la casa de Shicún. En eso llegó Néstor Alegría Lynch que era también fugitivo. Ciro y su tío se marcharon de Shicún al día siguiente montados en caballos. Por la rivera derecha del río llegaron hasta Calemar, donde pasaron apenas dos días. Es Calemar el escenario en que Ciro desarrolla todo el argumento de su novela La serpiente de oro. Como vemos, no pudo conocer en dos días el lugar con tanto detalle como su brillante imaginación nos proporciona. Esto es ser un gran escritor.

De Calemar subieron a las alturas de Bambamarca y siguieron las cumbres de la cordillera hasta la ciudad de Cajamarquilla. Ambos habían decidido llegar hasta Ecuador. La guardia civil venía pisándoles los talones. En Cajamarquilla recibieron la noticia de que ya estaban cerca y extraviaron los caballos. Tuvieron que seguir a pie hasta un lugar cercano al valle de Jecumbuy. La guardia perseguidora disparaba con frecuencia y esto los mantenía aterrorizados sin poder dormir. Por fin hallaron una quebrada en la que se escondieron durante siete días sin comer. Solo se alimentaban de cactus, naranjas y cañas de azúcar que hallaron en los alrededores. A los pocos días la guardia civil les perdió la pista. Tío y sobrino, unidos en desgracia, siguieron andando hasta la casa de unos plantadores de caña que los escondieron y alimentaron, dándoles hasta el último caballo que tenían para que escaparan. Fueron acompañados de cerca por dos personas de esa noble familia hasta Jecumbuy, valle situado en las márgenes de l río Marañón. Otro hombre bueno de ésos valles siguió ayudándoles.

Una vez que lograron despistar a sus perseguidores cruzaron el río y entraron en la provincia de Celendín, atravesándola hasta la hacienda (La) Pauca y de esta al distrito de Huauco, donde se refugiaron en la casa de los dueños de una hacienda llamada La artesa. Una tarde después de varios días de descanso, cayó sobre la hacienda la guardia civil y abrió fuego nutrido. Néstor y Ciro huyeron por detrás de la casa hacia una quebrada y aprovechando lo accidentado del terreno se perdieron entre el roquerío sin que los guardias pudieran hallarlos, por más que cerraron varios pasos de la quebrada, lo fugitivos lograron refugiarse en unas cuevas cubiertas de cerrada vegetación. Viendo que aparentemente se habían esfumado, ordenó el cabo Cáceres a loa indios del lugar que los rastrearan. Después de varias horas de búsqueda, el que iba delante descubrió la cueva y no solo eso, sino que penetró la maleza y vio a los dos hombres agazapados, pero se hizo el que no los había visto, salió y le gritó al otro:

- ¡Por aquí no hay nada!

Pero el otro indio no creyó se metió en la cueva encontrando señales de la presencia de los dos hombres. Cuando salió, llamó a gritos a los guardias. Vinieron seis hombres con los fusiles en ristre. Ciro y Néstor solo tenían revólveres. Al principio pensaron resistir y matar a unos cuantos guardias antes de entregarse. En eso Néstor escuchó las voces de mando dadas por alguien que le era familiar.

- ¡Es mi compadre el cabo Cáceres! _ deja el arma en el suelo_ Y salió con los brazos en alto, gritando:

- ¡Compadre Cáceres, soy yo Néstor Alegría, no disparen, nos rendimos, estoy con un sobrino!

Néstor y Ciro temblaban, pues en la actitud de los guardias reconocieron la intención de disparar. Uno de ellos avanzó hacia Ciro y entre insultos amenazantes, le soltó un disparo de fusil junto a la oreja. A partir del incidente, Ciro perdió el tímpano del oído izquierdo. El cabo Cáceres ordenó.

- Se han rendido, hay que entregarlos.

Les hicieron salir de la quebrada con los fusiles en las costillas. La zona era boscosa. Cuando estuvieron ya en campo abierto, un guardia de nombre Pajares, se abalanzó sobre Ciro y encañonándole por las costillas lo insultó, acusándole de masacrador. El cabo Cáceres evitó que disparara:

- ¡Déjalos!, ¡que los voy a entregar!

Los guardias eran diez. Consiguieron dos caballos para los fugitivos. A Ciro le tocó uno sin montura. Los obligaron a montar y a galope tendido los llevaron hasta la ciudad de Celendín. Había orden de disparar a todos los apristas fugitivos de la revolución de Trujillo. El subprefecto de Celendín don Lizardo Miranda Villanueva, viendo que el pueblo se había congregado ante la cárcel a pedir respeto para las vidas de los dos hombres capturados, se contagió de la nobleza del pueblo y no ordenó el fusilamiento. Néstor y Ciro recibieron visitas de parientes celendinos y de simpatizantes del Apra, que les llevaron ropa, alimentos, cigarrillos… De esa experiencia vivida por Ciro Alegría dijo Alfonso Peláez Bazán: “No es celendino, pero volvió a nacer en Celendín”.
_..._

El anterior relato nos arroja algunas diferencias en la actitud de los personajes y transcurrir de los hechos, con relación a lo detallado en el parte policial publicado en enero de 1933 en una revista de la Guarda Civil. Gracias a la colaboración de mi amigo Mario Torres Marín, el texto del mencionado parte lo hallamos, con el también amigo Olindo Aliaga Rojas, en la biblioteca del casino de los ex oficiales de la PNP y lo publicamos en el primer número de la revista ECO SUCRENSE. Una de estas diferencias, es por ejemplo, que mientras el parte policial menciona a Néstor como hermano de Ciro Alegría, Dora Varona nos dice que era su tío. A ella hay que creerle.

Finalmente, al margen de chauvinismos, diremos con Alfonso Peláez Bazán: Ciro Alegría “no fue huauqueño, pero volvió a nacer en el Huauco”.


                            
Lima, 18 de enero del 2009.

Nota: Publicado en FUSCAN (http://fuscan.blogspot.com), el 19 de enero del 2009.

1 comentarios:

Elmer dijo...

Saludos Seco:
Estupendo, todo lo referente con la cultura de nuestros pueblos merecen ser contados y si son escritos, mejor.
Un abrazo.
(Nuestro Vate Jorge Horna parece que tiene con quien compartir su "Palabra Enraizada")

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