Referirse al suelo, al glaciar, al
agua como recursos naturales es la primera forma de apropiación desde el
lenguaje. La libertad es patrimonio de todos y "todos nacemos libres en
dignidad y derechos". La libertad es un bien común, como lo es el oxígeno que
respiramos, el color de una flor, el sonido de una cascada, el silencio o el
murmullo de un bosque, el viento, el cosmos, el pensamiento, la velocidad de la
luz o la capa de ozono. En este sentido, el suelo, el subsuelo mineral, el
glaciar, el agua, no son recursos naturales sino bienes comunes.
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Por Javier Rodríguez Pardo*
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Dicho de otro modo, las riquezas que habitan en la tierra no son recursos
naturales, son bienes comunes. Referirse a ellos como recursos naturales es la
primera forma de apropiación desde el lenguaje. Nadie tiene el derecho a
recurrir a un recurso natural, apropiándoselo, enajenándolo. El derecho a
recurrir a un recurso natural termina en el mismo instante en que ese recurso
es también de otro, de otros. De manera que las riquezas que admiramos de la
tierra y que denunciamos como propias en una acción extractiva, no son recursos
naturales sino bienes comunes, que pertenecen a los comunes. Bienes y comunes
componen un único ecosistema que se verá alterado al recurrir a él de manera
posesiva, esgrimiendo una propiedad falsa, arrebatando del sitio a partes o a
un todo que desequilibrarán el medio, el que seguramente se verá dañado o
irreparablemente modificado, mutado. No aceptamos recurrir al recurso.
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¿Quién admite que al recurrir al recurso no se vulneran dominios ajenos? ¿Y
de quién o quiénes es entonces el recurso? ¿No será de los comunes? Si creemos
que los recursos naturales son elementos que constituyen la riqueza o la
potencia de una nación, qué mejor que la definición de esta última, tal como
proviene del latín "natio": "sociedad natural de hombres a los
que la unidad de territorio, de origen, de historia, de lengua y de cultura,
inclina a la comunidad de vida y crea la conciencia de un destino común".
Sus recursos pertenecen a ese destino común, a ellos y a las generaciones
futuras. El concepto de propiedad privada del recurso natural nació con
imposición feudal e imperial y continúa disfrazado de las mismas leyes
coloniales. El subsuelo de las colonias de ultramar pertenecía al monarca y
sólo la superficie se le cedía al aventurero conquistador o adelantado. Eran
del monarca el oro, la plata, el cobre y todos los minerales que esconde el
suelo conquistado, derechos que ejercían tanto la corona británica como la
española y con iguales disposiciones. ¿Qué cambió? Nada cambió. Ese mismo
objeto del deseo, el subsuelo, se convierte en propiedad privada de quien
manifiesta o denuncia la existencia de "pertenencias" extractivas y
sólo requiere la ratificación de la autoridad política a modo de registro,
control o tributo. En nombre del Estado cedemos la potestad de los bienes
comunes y aquél que se arroga tal facultad no fue elegido por el pueblo para
esa función. No elegimos a nuestros gobernantes para que extranjericen
territorios, vendan provincias, derriben montañas, destruyan glaciares, desvíen
ríos, enajenen bosques nativos ancestrales y entreguen las altas cuencas
hídricas, ecosistemas que nutren a las poblaciones, que les dan vida, razón de
existencia y de futuro.
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Los bienes comunes no se hallan en venta, no son negociables, precisamente
porque son comunes. Tampoco son públicos ni naturales por más que descansen en
la naturaleza milenaria y estén al alcance depredador del público. El concepto
de público ("total es público"), está virtualmente asociado a que
"no es de nadie", no al concepto de pertenencia de todo un pueblo (su
verdadera pero malversada acepción), lo que habilita su uso irresponsable,
descuidado, cuando no directamente depredatorio. Entonces preferimos hablar de
bienes comunes, no de bienes públicos ni de bienes naturales. Se hallan en la
naturaleza y por tanto se los quiere hacer aparecer como opuestos a los objetos
artificiales creados por el hombre.
Reemplazar la expresión recursos naturales por la de bienes naturales contempla
el error de considerarlos propiedad, están ahí, disponibles: naturales por
artificiales. Los bienes comunes, en definitiva, trascienden a los bienes
particulares. Los reconocemos integrados a ecosistemas y, a su vez, a
bioregiones dentro de la gran esfera que nos involucra a todos. Es en este
sentido que no debo adueñarme del oxígeno del aire, por ejemplo, cuando estoy
obligado a compartirlo. Incluso para los legistas, esta propiedad –mejor aún,
lo que es propio– termina cuando irrumpo en la del prójimo, válido para el caso
que nos preocupa. Ante el avance de las invasiones mineras y de políticas que
intentan legitimar la rapiña extractiva, corregimos que las riquezas que
habitan en la tierra no son recursos naturales sino bienes comunes.
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* DEL LIBRO VIENEN POR EL ORO VIENEN POR TODO, de Javier Rodriguez Pardo.
Periodista, miembro de la Red Nacional de Acción Ecologista (RENACE) y la Unión
de Asambleas Ciudadanas (UAC).
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