EN
EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO.
Francisco Izquierdo Ríos nació en
Saposoa (Dpto. de San Martín) el año 1910 y falleció en 1981.
Después de haber laborado como profesor en su tierra natal, se
trasladó a Iquitos el año 1940, ciudad en la que se ve inmerso en la
efervescencia cultural de jóvenes poetas y narradores, ávidos de enrumbar sus
inclinaciones literarias. Izquierdo los convoca y congrega en torno a la
revista Trocha, que él fundó.
Con su aporte cultural y literario, Izquierdo Ríos se constituye
en precursor e impulsor de la literatura
regional y en uno de los fundadores de la literatura infantil del Perú.
“El objetivo de Trocha
fue ‘escribir de modo natural y sencillo como crece la hierba y que por entre
lo escrito se vea la luz de la vida’, sobre todo lo que conocían referente a la
realidad amazónica, para que los niños y lectores en general lo lean y se
eduquen. Su afán fue pedagógico más que literario.
Su máximo representante es
Francisco Izquierdo Ríos, un prolífico poeta, cuentista, novelista e
investigador en el campo literario; destaca como cuentista con “El Bagrecico”
(1966), que se incluye en antologías a nivel nacional, y su libro de cuentos
para niños titulado El árbol blanco
(1963).
Izquierdo Ríos es el
iniciador de la narrativa urbana amazónica con su novela Días oscuros (1950), y llega a su máxima expresión novelística con Gregorillo (1956)”.
El año 1971 se realizó en Cajamarca el II Encuentro de Narradores Peruanos, al que asistió invitado
Francisco Izquierdo Ríos. También estuvo allí como corresponsal de la revista
celendina “Marañón” el poeta Jorge Wilson Izquierdo, quien recogió el
siguiente testimonio:
“Francisco Izquierdo Ríos
hizo una exposición autobiográfica. Su nacimiento en Saposoa. La niñez con sus
primeras lecturas de El Quijote y El Decamerón que su abuelo guardaba en
un añoso baúl. Peripecias, viajes; los primeros escarceos literarios y un
interesante documental que despertó la admiración de todos.
Apeló, asimismo, el hecho
de que no estuviera presente en el Encuentro Alfonso Peláez Bazán, eminente
narrador codepartamentano. Luego leyó un capítulo de su novela Belén con una trama subyugante y
sobrecogedora. Ha demostrado Izquierdo Ríos su integridad física y espiritual a
la vez”.
EL BRAGRECICO
(Fragmento)
Un viejo bagre, de barbas
muy largas, decía con su voz ronca en el penumbroso remanso del riachuelo: “Yo
conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto”.
Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contorneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes lo miraban y escuchaban con admiración. “¡Ese viejo conoce el mar!”
Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contorneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes lo miraban y escuchaban con admiración. “¡Ese viejo conoce el mar!”
Tanto oirlo, un bragrecico
se le acercó una noche de luna llena y le dijo: “Abuelo, yo también quiero
conocer el mar”.
-¿Tú?
-Sí, abuelo.
-Bien, muchacho. Yo tenía
tu edad cuando realicé la gran proeza.
Vivían en ese remanso de un
riachuelo de la Selva Alta
del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor. Palmeras y
otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa noche,
en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre
enseñó al bagrecito cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.
Y cuando el riachuelito se
estremecía con el amanecer, el bragrecico partió aguas abajo. “Tienes que
volver”, le dijo, despidiéndose, el viejo bagre, quien era el único que sabía
de aquella aventura.
El bagrecito sentía pena
por su madre. Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo
buscándolo. “¿Qué te sucede?” – le preguntó el anciano bagre con la cabeza
afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.
-¿Usted sabe dónde está mi
hijo?
-No. Pero lo que te puedo
decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver. Seguramente ha salido a
conocer el mundo.
-¿Y si alguien lo pesca?
-No creo. Es muy sagaz. Y
tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la
madre. Torna a tu casa…El muchacho ha de volver.
La madre del bagrecito, más
o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.
El bagrecico, mientras
tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la
desembocadura del riachuelo en un río más grande.
El nuevo riachuelo, corría por entre el bosque haciendo tantos
zigzags, que el bagrecico se
desconcertó. “Este es el río de las mil vueltas que me indicó el abuelo”,
recordó…
(….)
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