Elder Cortéz OQ’AS.
Héctor
Vilca, campesino con veintitrés años de edad, está en Vigasmayo, fundo del que
es dueño Don Presbítero Muñoz. Héctor tiene su destino fuertemente ligado al
campo. Quedó huérfano de padre a diez meses de nacido. El trato maternal
riguroso más la geografía hostil, lo hicieron fuerte y trabajador.
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Don
Presbítero, experimentado chacarero, lo conoció e invitó a trabajar como su
socio, en su fundo. Héctor, influenciado por el amor que profesa a su esposa
Victoria y a los dos hijos que ya tienen juntos, lo pensó y aceptó. Victoria,
simpática mujer de diecinueve años; le habría manifestado su decisión de
seguirlo y estar siempre a su lado para apoyarlo.
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El
fundo Vigasmayo está en la margen izquierda de la quebrada del mismo nombre.
Con su área aproximada a treinta hectáreas, está en la base del Shinshilpunta,
cerro de rechoncha apariencia, cuya superficie total, alberga al caserío El
Porvenir. El fundo tiene secciones de relieve plano, que junto a la quebrada,
semejan un pequeño valle interandino con tierras fértiles para la agricultura.
Hacia la margen derecha de la quebrada, se yergue el cerro Ventanillas, verde,
rocoso y menos alto que el Shinshilpunta. Marca a sus faldas un camino que
viene desde Calconga; con cuatro curvas que alivian sus pendientes y lo hacen
transitable para las recuas de acémilas. Para quienes no son arrieros, existe
el chaquiñán, angosto camino de recorrido más corto y directo que el del
principal. Estos caminos se encuentran con otro que viene del sur, desde el caserío
Cajén, en la margen derecha de la quebrada y a pocos metros de su orilla.
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El
camino unificado cruza a la quebrada y a pocos metros de la rivera izquierda,
cede ingreso al fundo Vigasmayo. Cual serpiente variopinta, trepa con
irregulares curvas las faldas del Shinshilpunta en dirección este, casi hasta
su cima. Por Chiqueroloma, abra que separa al Shinshilpunta del cerro
“Escalera”, el sendero vira al norte llegando hasta la ciudad El Huauco. Una
red de caminos de herradura, comunica a ésta ciudad con sus caseríos anexos.
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Desde
las chacras que cultiva, Héctor ve pasar a quienes van a El Huauco. Los viernes
por la tarde y sábados por la mañana, el tránsito de personas y recuas de
acémilas cargadas, se intensifica. Campesinos de Piobamba, Cajén, Muñuño, Calconga,
Tallambo y otros caseríos; van a vender sus productos y animales en el mercado
de El Huauco. Luego compran allí: ropas, anilinas, mercería, hilos, calzados,
impermeables; kerosene, coca, fósforos, etc.; indispensables para vivir en el
campo. Compran también: azúcar, sal, fideos y arroz; para complementar su
alimentación. De ida y vuelta los arrieros bullangueros y sus acémilas, cruzan
a la quebrada Vigasmayo por un badén de tierra y piedras.
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Casi
todas las tardes, Héctor ve también a Victoria, trepar por el chaquiñán, las
faldas del Ventanillas y alejarse. Ella va hasta Calconga, pueblito donde ambos
nacieron, casi siempre con su quipe de yerbas frescas para los cuyes y su bebé
en brazos. La caminata de Vigasmayo hasta Calconga, dura casi dos horas.
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Victoria, en la casita que heredó de sus
padres, cría gallinas y cuyes. Allí se levanta temprano, la limpia; alimenta a
los animales, y encarga su hijo mayor al cuidado de su suegra. Cuando los
pájaros intensifican su canto mañanero, parte hacia Vigasmayo, para asistir a
su marido y ocasionales peones. Victoria ya está acostumbrada a recorrer ese
camino sinuoso y pedregoso.
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…..º….
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Héctor,
apenas llegó al fundo Vigasmayo, mejoró las condiciones de habitabilidad de la
choza que su socio había construido allí. Hizo una barbacoa con palos rollizos
de campanillo. Para no sentir las imperfecciones, la acolchonó con paja de
cebada; que en abundancia quedó al borde de la era, después de la reciente
cosecha del grano. La choza tiene un solo ambiente rectangular, delimitado por
muros de rocas deformes, apiladas sobre mortero de barro y paja. Estos rústicos
muros soportan las maderas rollizas que estructuran el techo. La cobertura es
de paja icchu. La puerta principal, es un entramado de tablas mal labradas y no
bien juntadas; las aberturas verticales dejan pasar entre si a los cuatro dedos
más grandes de una mano adulta. Ésta puerta está ubicada hacia el lado de la
cumbrera; dónde el techo tiene mayor altura. El estilo arquitectónico de la
choza, es similar al de los molinos hidráulicos, existentes en la zona. Hasta
la puerta de la choza llega un camino desde la tranquera de ingreso, cruzando
al campo de relieve plano.
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........º.........
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Acostado
en su barbacoa, Héctor descansa solitario. Antes de dormir, recuenta las
labores del día y planifica las del siguiente. Su mayor preocupación es la
siembra del maíz; por eso piensa en bueyes, semillas y próxima visita de su
socio. Aspirando el olor de los tallos chancados de la cebada, escucha el ruido
del viento nocturno que sopla como apoderándose de la quebrada. Una leve
llovizna hace sus vaivenes bajo efectos de éste fenómeno. Árboles y arbustos
oscilan, produciendo con el ruido de sus ramajes, un concierto especialmente
natural.
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Héctor,
como arrullado, queda profundamente dormido. Luego sueña como una vivencia
real:... “Se le aparece su hermana menor, ´La negra fea', como familiarmente
llaman a Guillermina. Viene desde la tranquera, arreglada y vestida
elegantemente, lo ve una mujer hermosa. Es blanca y rubia, parece mujer de otro
mundo. Avanza por el camino, cruzando el campo, directamente hacia la puerta de
la choza, dónde él está. Su subconsciente exige una explicación: En la vida
real Guillermina, es trigueña, por eso le dicen 'la negra fea' y aunque
realmente no es fea, tampoco es tan bonita, como la mujer que se le está
acercando. ¡Qué raro! Héctor quiere hablarle so pretexto de darle la
bienvenida, salir de dudas, pero siente que la lengua se le traba y no puede
pronunciar palabra. Quiere ir a su encuentro para verla de cerca y entender
cómo es que su hermana se había vuelto tan bonita, pero siente que no puede dar
paso. La mujer bella continua acercándosele, gesticulando burlona y
coquetamente, y escondiendo por instantes su rostro bajo un blanquecino velo de
seda".
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Por
instantes Héctor, no puede tomar conciencia de si está dormido o despierto.
Luego, por una acción rara de su subconsciente, siente que el miedo se apodera
de él; a la vez, en ése límite entre el sueño y la realidad, recuerda los
consejos de su experimentado socio, quien le había dicho que "en ésa
quebrada donde tendría que trabajar hasta que se harte, el miedo era un mal
acompañante".
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Entonces,
Héctor controla su subconsciente, toma valor y dice para sí: "¡ Este es un
sueño!", inmediatamente abre sus ojos. Despierto y consiente de la
realidad, siente a su cuerpo vibrar sobre la barbacoa.
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– ¡Carajo! –exclama.
A continuación se pregunta: ¿Tuve una pesadilla? ¿Un mal sueño? ¿Porqué soñar a
`la negra fea' como una mujer hermosa?, ¿Me visitará quizás? ¿Se habrá
enfermado acaso?
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……º…….
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Hay
luna llena, gracias a ésta y a las pronunciadas aberturas de las tablas de la
puerta, Héctor ve al campo con el herbazal cubierto de escarcha e iluminado
como pintado de color blanquecino. De pronto, una imagen oscura como una
sombra, no muy grande, pero con forma humana, aparece en el marco de la puerta
principal del bohío. Para Héctor, el registro visual es completo. La imagen
rara, cruza como caminando frente a la choza, y rompe el relativo silencio de
la noche con gritos: ¡Couguooo!, ¡couguooooo!, ¡couguoooooo!; luego lentamente,
se pierde tras la pared derecha de la choza. El grito de ultratumba, suena tres
veces más, una más débil que la anterior. Héctor reacciona y grita: ¡Carajo!…,
¡duende jijunagramputa!. Luego, desenfunda el machete que está colgado en el
horcón junto a su cabecera y machete en mano, sale resuelto. Sigue la dirección
por la que se perdió la imagen; pero no ve nada extraño, solo las ovejas,
aglomeradas en uno de los ángulos del corral rectangular de maderas, armado
contra la pared posterior de la choza, balan asustadas. A treinta metros, los
bueyes rumian echados, como si nada hubiera pasado. La vaca mulata se para, se
estira, bufa y defeca; su cría, una ternerita hermosa de color bayo, se altera
casi a su lado, como intentando amamantarse.
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¿La
que pasó sería duende? ¿Algún abigeo enano y disfrazado quiere atemorizarme
para robarse mis bueyes? ¿Algún envidioso quiere asustarme y correrme?”, Se
pregunta Héctor, nervioso y confundido. Luego finge hablar con alguien;
machetea en cruz con el revés de la hoja metálica, sobre las piedras de la
pared de la choza; se persigna y reingresa a la choza. Queda con el sueño
trunco, cavilando y pensando. Aproximadamente tres horas después amanece.
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Por
la mañana, mientras Héctor suelta a las ovejas para que pasten, llega Victoria.
Élla, primeramente ordeña a la vaca y guarda leche para su bebé. A las ocho de
la mañana, llega el viejo Presbítero; trae en las ancas de su caballo negro,
alforjas repletas de semillas de maíz y frijol. Victoria lo saluda y le invita
a desayunar el tradicional “caldo verde”; potaje coloreado así, con las hojas
molidas de la chamcua, arbusto fragancioso abundante en el lugar.
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La
quebrada Vigasmayo se muestra caudalosa luego de una noche de lluvia. En los
bordes de su cauce el verdor de los arbustos y árboles, es intenso. “La casa de
la duende que vi anoche, debe estar cerca, escondida por ahí”_ piensa Héctor.
Para no infundirle miedo a Victoria, no le cuenta nada de su experiencia vivida
en la noche anterior, solo le recomienda cuidar al niño y no dejarlo solo.
Seguidamente va hacia la chacra, acompañado del viejo Presbítero.
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El
dueño del fundo, inspecciona la chacra, y sentencia: "Está bien, solo
falta cultivar un poco por las rangras y los bordes". Mientras Héctor, se
contornea empuñando la mancera del arado que esforzadamente jala la yunta de
bueyes; el viejo se pasa mañana en ademanes de piquear, por las zonas
pedregosas.
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– Los viejos ya no servimos para nada, hijo. A mi paso, te doy una manito, no te sientas solo –se lamenta don Presbítero, como justificando su bajo rendimiento.
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– No se preocupe don Presbítero, todos vamos a llegar a su edad –contesta condescendientemente, Héctor.
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– Los viejos ya no servimos para nada, hijo. A mi paso, te doy una manito, no te sientas solo –se lamenta don Presbítero, como justificando su bajo rendimiento.
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– No se preocupe don Presbítero, todos vamos a llegar a su edad –contesta condescendientemente, Héctor.
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Es
medio día y Victoria llama para el almuerzo, lo sirve a la sombra de la choza;
acuden don Presbítero, los cuatro peones y Héctor. En el reposo, luego del
almuerzo, Héctor se aparta de la peonada y va hacia la ubicación de su socio.
El viejo descansa a la sombra de un campanillo, disponiéndose a chacchar coca;
Héctor lo aborda y le cuenta su sueño y visión de la anoche anterior. El viejo
lo escucha anonadado y en silencio; y conforme Héctor avanza con su relato,
entra en un estado de preocupación y ensimismamiento total. Dentro de sí, el
viejo creía que luego de ese sueño y visión, Héctor desistiría de la sociedad y
abandonaría la quebrada. Eso no le convenía, no era fácil encontrar un socio
trabajador y honrado. El solo tiene tres hijas y su ancianidad ya no le permite
trabajar en la chacra.
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Haciendo
esfuerzos esporádicos por prestar atención al relato de Héctor, el viejo
Presbítero recuerda para si y muy rápidamente, un pasaje de su vida en ésa
quebrada, en ése fundo. Decide no contar los hechos a Héctor, solo recordarlos
con cierta amargura:
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……….º………
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Sucedió
un día de abril, varios años atrás. En Vigasmayo estaban su esposa, sus dos
hijas y él. Anochecía y garugaba allí. La familia, al interior de la choza, se
abrigaba junto al fogón. De pronto Enma, su hija menor, entonces de seis años,
pidió permiso para ir al campo a hacer sus necesidades fisiológicas. Los padres
confiaron en la tranquilidad del lugar, lo dejaron ir sola. Enma fué por la
esquina posterior de la choza. Demoraba demasiado, media hora, una hora;
aproximadamente era ya las siete de la noche y no regresaba. La desesperación
cundió en los padres. Salieron en su búsqueda, don Presbítero oteó por todo el
perímetro de la choza y no había nadie: "Por aquí no está mi hija",
pensó. Se dirigió a la quebrada, su mujer lo siguió alumbrándose con una linterna
a kerosene. "Quizás vino aquí, se resbaló, cayó a la quebrada y la
corriente lo llevó", murmuró la madre de la niña.
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Don
Presbítero y su mujer pasaron la noche en vilo, peinando la quebrada en toda su
longitud de más de tres kilómetros, hasta su desembocadura en el río
Cajapotrero, uno por cada margen, con la esperanza de que la corriente devuelva
el cuerpo ahogado de su hija, pero nada. Lo llamaban por su nombre, no había
respuesta, solo la del eco desde los cerros Ventanillas y Shinshilpunta.
Resignados, volvieron a la choza. Su otra hija felizmente estaba allí,
durmiendo plácidamente, ignorando la angustia de sus padres y la desaparición
de su hermana. Amaneció y con la luz aún tenue de los primeros instantes del
alba, don presbítero mandó a su mujer a Calconga a comunicar la desagracia y
pedir ayuda a familiares y vecinos para reiniciar la búsqueda. La solidaridad
de cuadrillas de hombres previstos de sogas y su bolo de coca, no se hizo
esperar. Se regaron atentos y habladores por toda la quebrada. Desde antes del
medio día, peinaron de nuevo los tres kilómetros de la quebrada, más tres del
río Cajapotrero, en el que ésta desemboca. Nadie reportó ningún hallazgo. Los
hombres solidarios regresaron a Calconga por diferentes caminos, cansados y
desanimados por el fracaso.
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Anochecía
de nuevo y solo tres familiares compadecidos, conversaban y cenaban en la
choza, acompañando a don Presbítero y esposa, para reiniciar la búsqueda de la
niña, por segunda noche consecutiva. Aproximadamente a ésa hora, veinticuatro
horas atrás, se produjo su desaparición. De pronto un llanto conocido estalló
afuera, detrás de la choza. ¡Mi Hija! –gritó don Presbítero y salió disparado. Sus
familiares lo siguieron presurosos.
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¡ Sorpresa! Era Enma, no había duda, vestía sus mismas ropas. Salió llorando de entre unos arbustos tupidos que se erguían detrás de la choza. Estaba totalmente mojada, afónica y con la falda y calzones muy sucios de su propio excremento. Estaba desorientada, asustada y en los brazos de su padre empezaba a calmarse poco a poco. Con la ayuda de su mujer, don presbítero lo limpió, lo cambió. La niña no quiso comer, daba signos de estar nerviosa y de tener sueño, solo alcanzaron a darle de beber una infusión de manzanilla caliente, con una porción de lana de oveja, porque no quería abrir la boca de puro nerviosismo.
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¡ Sorpresa! Era Enma, no había duda, vestía sus mismas ropas. Salió llorando de entre unos arbustos tupidos que se erguían detrás de la choza. Estaba totalmente mojada, afónica y con la falda y calzones muy sucios de su propio excremento. Estaba desorientada, asustada y en los brazos de su padre empezaba a calmarse poco a poco. Con la ayuda de su mujer, don presbítero lo limpió, lo cambió. La niña no quiso comer, daba signos de estar nerviosa y de tener sueño, solo alcanzaron a darle de beber una infusión de manzanilla caliente, con una porción de lana de oveja, porque no quería abrir la boca de puro nerviosismo.
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La
niña amaneció aparentemente mejor, en el día comió algo, pero no dejaba de
mostrarse extraña, tenía los ojos desorbitados y una mirada perdida, hablaba
sola, murmuraba y pronunciaba palabras incongruentes e indescifrables. Don
Presbítero preguntó a la niña por el lugar dónde había estado. Ella contestó y
dando esperanzadoras muestras de recuperación, relató así:
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“Estuve
durmiendo y tuve un sueño raro, entre bonito y feo: Una señora gringa, bajita,
muy bonita y coja, me llevó a su casa que era tan linda como un palacio. Yo no
hallé el lugar para ocuparme, y me hice dentro de su casa. Ella se molestó
mucho, me resondró y me ordenó que con mi ropa limpiara el piso de su casa,
luego me enseñó la puerta de salida y molesta me botó. Estando ya afuera acabó
mi sueño, me desperté asustada y lloré”.
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Don
presbítero recuerda también que, preocupado por la salud de su hija, días
después, la llevó ante un afamado curandero de Cajén. El curandero le hizo
algunas preguntas y concluyó categóricamente:
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– “Fue el duende,
el que llevó a tu hija. Felizmente ella hizo sus necesidades dentro de su casa,
el duende no tolera suciedad, ni mal olor en los humanos, por eso lo botó, de
lo contrario no volvías a ver a tu hija”. Don Presbítero quedó perplejo.
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–¡Nunca más
lleves allí a tus hijas, esa quebrada es pesada y casa de los duendes! –concluyó el curandero.
....º....
Los recuerdos de don
Presbítero cesan, su pensamiento vuelve a la actualidad, y acepta que su hija
Enma no quedó cuerda. Es chifladita, medio locumbeta. Así quedó y por eso le
dicen “tronada”.
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Finalmente, luego de salir
de su ensimismamiento, ya calmado, mira a Héctor y le dice:
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–No temas hijo, la duende quiso sorprenderte anoche,
presentándose en la figura de tu hermana; no logró llevarte gracias a que te
despertaste y lo perseguiste. Ahora sabe que eres valiente y jamás volverá a
molestarte.
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FIN
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Elder
Cortéz nos dice: "nací en un
paraje al que los lugareños y visitantes llaman Tallambo, justo en el límite de
los distritos Sucre y Oxamarca, en Celendín–Cajamarca. Por eso es que yo no se
cuál es mi distritalidad, pero creo que así es mejor, lo bueno es que soy
peruano y siento mucho orgullo de serlo.
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Crecí en el campo, junto a animales domésticos y también a los libres. No creo en la existencia de animales salvajes; en todo caso, no creo que haya más salvajismo en una especie viviente, que la que existe en el hombre.
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Las faenas agrícolas me acercaron a las vivencias de los campesinos; y a los relatos de quienes se empeñaban en controlar mi engreimiento e hiperactividad, atemorizándome con la actuación de personajes fantasmales y/o malignos.
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Crecí en el campo, junto a animales domésticos y también a los libres. No creo en la existencia de animales salvajes; en todo caso, no creo que haya más salvajismo en una especie viviente, que la que existe en el hombre.
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Las faenas agrícolas me acercaron a las vivencias de los campesinos; y a los relatos de quienes se empeñaban en controlar mi engreimiento e hiperactividad, atemorizándome con la actuación de personajes fantasmales y/o malignos.
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Mis
maestros me indujeron para acercarme a los libros, tanto en el colegio como en la Universidad. Lecturas
y vivencias, constituyen dentro de mí, una especie de combinación de la que
quiero liberarme permanente y definitivamente. Por eso las comparto aquí; con
los lectores de éste libro azul, amplio, especial y abierto.
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Agradezco
a quienes me leen y saludo a los que para leer a otros, entran aquí.
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