Por Mario Peláez
Hasta fines del siglo pasado, el intelectual concitaba el interés ciudadano; las universidades requerían de él; las mejores editoriales disputaban su palabra; y para mejor prueba de su importancia, el poder político y económico le teme, le tiene pánico y no pierde la ocasión de reprimirlo (inclusive, sin proponérselo, el intelectual generó un nuevo erotismo, el sapiosexual o enamoramiento de la inteligencia. O para decirlo coloquialmente atracción por el “buen coco”). Y es que el intelectual desarrolla nuevos conceptos, sutiles abstracciones, nuevas propuestas y objetivos en función de la inteligencia y el espíritu.
El intelectual siempre está unos pasos adelante del conocimiento establecido y del statu quo. Con su lenguaje descubrimos y entendemos mejor los misterios del universo y de la vida. Él corre detrás de la sabiduría.
Sin embargo, ahora los intelectuales están en los traspatios, junto a los trastos, o en el mejor de los casos son vistos como curiosidades. La posmodernidad neoliberal los proscribe y ningunea con la lógica del mercado, con la sofisticada tecnología ( “¡oh!, las redes sociales”), y con la posverdad como verdad. Porque al final hoy solo interesa potenciar la oferta y la demanda; y entonces las relaciones humanas son reemplazadas por conexiones jefaturadas por el ordenador con ADN del algoritmo. Es decir, privilegia la sociedad digital en desmedro de la sociedad real. El click en vez del pensar. Por tanto una galopante despersonalización.
Así, hoy lideran el quehacer de la mente y del entendimiento los OPINÓLOGOS. Fulanos y sutanos de pensar corto y siempre a disposición del mejor postor. Expertos en manipular pasiones y crear cortinas de humo. Escribanos de la posverdad.
Conversaba con el historiador Pablo Macera sobre esta regresión mental y espiritual; y la conclusión y respuesta no puede ser otra: doblegar la resistencia con investigaciones, con eventos culturales genuinos, con más lectura y libros, especialmente en jóvenes y niños. No olvidemos que la lectura es el cimiento del pensamiento y del diálogo. Y serán las provincias, los provincianos los pioneros de la nueva épica. Como antes lo fueron, Mariátegui, Tello, Vallejo, Haya, Valcárcel, Arguedas, Basadre, Vargas Llosa, entre otros.
De las provincias saldrán los nuevos pensadores. Intelectuales no de escritorios y de torres de marfil sino de la dialéctica y de la solidaridad.
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