Por Mario Peláez Pérez
Allí están frente a frente la escritura y la imagen, como en la metáfora de David contra Goliat.
La escritura, a cuestas con su rica historia, preservando los logros culturales de los pueblos, ayudando a decodificar los misterios del universo y hurgando en las cuitas de los dioses. Haciéndonos mirar pensando y leyendo el pasado y el presente y mirar imaginando y leyendo el futuro: agigantando nuestra conciencia.
Hoy, sin embargo, la escritura es envestida, desairada en plena “posmodernidad”. Así, la escritura solo tiene al lapicero, al papel y al libro como leales aliados. Peor. Hoy cada vez son menos los lectores, para ya no mencionar a los lectores de la relectura que es la verdadera lectura. Hoy la filosofía, el ensayo, la literatura claman por lectores. Ignominiosa situación. ¡Cuántos conocimientos, cuánta belleza ignora el espíritu!.
Déficit intelectual que se multiplica cada día por el desamor a la escritura y lectura en el hogar y la escuela; por la rapidez y pragmatismo de la vida diaria, como si se quisiera vivir en el futuro; por la desconfianza en las palabras, muchas solo reptan; por la presencia de numerosos distractores; por el despropósito de llenar la cabeza con conocimientos concretos (con datos del big data); por el desapego a la soledad, indispensable para la escritura y lectura.
En cambio la imagen cuenta con lo más selecto: con la digitalización, la computadora, la tableta el móvil y la televisión, y con la prédica sin pausa de la publicidad y el marketing convertidos en letanías ideológicas. Pero no obstante esta suculenta correlación, la imagen adolece de cualidades intelectuales propias de la escritura. La imagen solo permite conocer la superficie (no las causas) de la realidad; no ayuda a potenciar a la imaginación, la adormece placenteramente; fomenta el consumo de la percepción acrítica de los hechos; promueve lo transitorio, el instante, y no el análisis.
Desde luego, la escritura y la imagen no son antagónicas. No. Todo lo contrario. Se trata de complementarlas, de convertirlas en una unidad del conocimiento. Pero eso sí, antes debemos desplegar esfuerzos para retornar a la escritura y la lectura *. De lo contrario estaremos consolidando una sociedad de doctores digitalizados sin espíritu. Eruditos en inteligencia artificial y ecosistema digital.
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