Nuestros ancestros trasmitían sus
tradiciones, costumbres, conocimientos, creencias, en suma toda su vivencia, a
través del lenguaje oral. Es así como muchos de nosotros hemos disfrutado de
los cuentos que nuestros abuelos nos relataban noche tras noche, como sobremesa
después de haber degustado la cena con la presencia de todos los integrantes de
la familia.
Recuerdo que era ley que todos nosotros
grandes y pequeños nos acomodáramos en torno a los abuelos para escuchar
maravillados historias mil y, de manera personal, me sentía transportada a los
variados escenarios de las historias que contaban nuestros mayores, las cuales,
con respeto y admiración, eran escuchadas devota y atentamente por todos
nosotros.
No sé explicar claramente cuándo se rompió
este hechizo de los relatos; creo que con la llegada cruel de la televisión se
anularon todos estos momentos de cercanía familiar que era común denominador de
las familias de mi tierra. Lo cierto es que nuestras tradiciones orales han ido
cayendo casi en el olvido y nuestros niños han perdido la costumbre de que sus
abuelos o sus padres se sienten junto a ellos y los embelesen con algún cuento
que despierte sus fantasías y cubra sus ensueños.
Siento hoy especial alegría y honda
satisfacción al ver que en el interior del magisterio celendino todavía existe
ese niño soñador y el espíritu sano para recordar, contar y escribir muchas de
las historias con las que nos adormecíamos inocentemente al calor del hogar.
Es profunda mi nostalgia al leer muchos de
los cuentos contenidos en la presente adición y paréceme ser nuevamente niña
con el alma sana y la mente ávida de escuchar estos relatos.
Estoy doblemente satisfecha porque como
docentes debemos incentivar esta práctica no sólo con nuestros hijos, sino
también con nuestras comunidades y nuestros alumnos y me conmueve que en estos
talleres magistrales se trabaje con esta orientación para mostrar que los
maestros podemos y debemos reafirmar nuestras costumbres y comprometernos
celosamente a velar porque nuestras tradiciones, nuestros cuentos e historias,
no se pierdan ni caigan en el olvido sino que cada día tomen más fuerza y
recuperen la vigencia casi perdida.
Considero de manera casi imprescindible que
asumamos el reto de difundir el material logrado que es exquisito y variado y
que nos hará amar más a nuestra querida patria chica: Celendín, cielo azul del
edén y que, fuera de nuestras fronteras, logrará que los que lean la presente
edición se sientan atraídos a nuestro hermoso terruño, bello no sólo por su
geografía sino también por el calor de su gente.
Con la plena seguridad de que el presente
trabajo, fruto del trabajo docente, será del agrado de todas aquellas personas
que gustan de un buen relato que nos identifique aún más con lo nuestro,
concluyo diciendo: ¡Amemos al Perú que es nuestro más grande tesoro!
Narda Silva Sánchez
Secretaria general
SUTECEL
Cajamarca, abril 2003
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