Arturo Bolívar Barreto
Se ha hecho frecuente abstraer el sesgo ideológico conservador que trasunta la novelística del celebrado escritor de su valoración puramente artística o literaria, que se acepta incólume indemne, no afectada por ese evidente conservadurismo ideológico.
Esta postura es extraña por cuanto toda la historia cultural y literaria demuestra que la ideología del establishment en el arte y la literatura coacta, restringe, limita la liberación auténticamente artística de éstas, precisamente porque al inclinarse hacia la defensa de los intereses dominantes, reprime su esencia desveladora. Y en consecuencia, en el mejor de los casos, alcanzan aportes formales –o excelencias técnicas como es de consenso para el caso de MVLl-, pero que no es lo mismo que integralidad estética.
¿Ha alcanzado, entonces, la obra de Mario
varga Llosa la trascendencia literaria que se presume?Junto con algunos
críticos importantes que no se dejan envolver por la opinión convencional
auspiciada por los poderes fácticos, contestamos que no, no desde una perspectiva
integral estética que es la característica de las grandes obras históricas del
arte y la literatura, sino sólo parcialmente, como escritor fundamentalmente de
corte formalista.
Ya el maestro
Antonio Cornejo Polar había revelado, hace algunas décadas (ACP, La novela
peruana, 1989) con cáustica agudeza, que,
a) la manifestación
fatigosamente recurrente que hace el reconocido escritor en advertir, siempre
que presenta una novela, que lo que ha escrito no es más es una ficción, es
novelar –cosa que es obvio, dice Cornejo Polar-, trasunta el objetivo de
legitimar con libre impunidad la manipulación del tema histórico que ha elegido
cuidadosamente. Con ello universalizar la idea que los movimientos
revolucionarios conducen al caos como producto de las ideologías infecundas y
perversas, utopistas. Y
seguidamente dejar claro en la novela su
propia ideología pragmático liberal como la única razonablemente posible. Y
que, b)
al presentar esta manipulación con un perfeccionamiento técnico incuestionable,
con pretensión de “totalidad artística” -en realidad, dice Antonio Cornejo
Polar, la obra de Vargas Llosa es más
arte de composición que de estética narrativa-
encubrir, con este perfeccionamiento formal, la realidad interpretada como inasible y
caótica, ofertándose con esta
presentación (producto) a la demanda internacional; posicionándose de esta
manera en el mercado literario,
especialmente de las clases altas, tan creciente con las grandes
editoriales desde el boom latinoamericano.
Esta tendencia (la manipulación histórica
con sesgo ideológico conservador y la literatura para el gran mercado) cada vez
más acentuada en Vargas Llosa-remata el insigne profesor Antonio Cornejo Polar ya
hace mucho tiempo-, finalmente no eleva
sino termina por revelar una pérdida de integridad artística en la obra del
famoso escritor, la “sustitución del referente por el virtuosismo
técnico-formal”. Y, por ese camino,
desembocar incluso en una “simplificación del sistema de significaciones del
relato”, vertiente que se había manifestado
abiertamente en las novelas de entretenimiento La Tía Tulay el escribidor y Pantaleón y las visitadoras, que había
publicado después de su primer ciclo auspicioso de novelas.
Pero quién diría que un escritor como Miguel
Gutiérrez, rendido admirador de la literatura vargallosiana, quien dice que
las posturas ideológicas y políticas
conservadoras de éste –de las que se
declara opuesto- no desmerecen fundamentalmente su alta calidad literaria,
termina final y contradictoriamente,
siendo un crítico muy acucioso, concluyendo con un supuesto del que no
partía: el riesgo que podría sufrir esa
calidad, en el balance final, precisamente por esa deformación de la realidad
histórica, que termina por reconocer Gutiérrez, muy claramente, en las obras de
Vargas Llosa.
Luego de colocarlo en el nivel de los más
grandes novelistas de cualquier parte del mundo surgidos después de la segunda
postguerra y reiterar que en lo formal la obra de Vargas Llosa demuestra “la maestría de su construcción, en
verdad deslumbrante”, curiosamente y acaso contradictoriamente para alguien que
se ufana de su postura revolucionaria, expresa que el resultado valioso de la
obra novelística de Mario Vargas Llosa, aunque en primer orden se debe “a su
talento y a una extraordinaria capacidad de trabajo”, se debe también “a su no
menos extraordinaria capacidad empresarial que apunta a la circulación
internacional de sus obras y a mantener una imagen casi permanente en los
medios de comunicación de masas… en progresión geométrica… con la vertiginosa derechización de sus posiciones políticas” (
MG, La generación del 50, 2008).
Aparentemente, al menos en este primer momento
de su exposición, Gutiérrez no se inquieta ni sospecha ninguna contradicción
que pueda haber entre la grandeza de una obra y al mismo tiempo un muy
calculado posicionamiento en el mercado y, afecto a ello, su dependencia de los
poderes económicos y del mundo oficial, es decir, con la “derechización
geométrica” del autor. Al contrario,
parece considerar esta habilidad mediática y comercial, una virtud más del autor, que se añade a su talento y capacidad de
trabajo.
No obstante, conforme penetra en el estudio
más concreto del discurso narrativo de su autor, descubre que eso mismo que
halagaba, la destreza técnica y hasta la sapiencia del autor en los temas que
aborda, pero al servicio de una distorsión de la realidad que reconoce,
finalmente afectan, o pueden terminar de afectar, en el balance final, la calidad de la obra.
“En el plano del lenguaje VLL ha creado un
estilo funcional, es decir, un lenguaje al servicio de la totalidad
narrativa… Pero si a pesar de todas
estas cualidades la prosa de VLL da la sensación de cierta chatura se debe
quizá a que ella no esté atravesada de ese viento de poesía como sucede con
Proust, Joyce, Faulkner o Beckett, o aquí en Latinoamérica con la prosa de
Guimaraes Rosa, de un Rulfo o de un García Márquez, y entre nosotros con el
Alegría de la Serpiente de Oro, el Arguedas de Los ríos profundos o el Ribeyro
de Crónicas de San Grabiel” (MG, o. c.).
¿Por qué un lenguaje en el hacer literario no
alcanza a ser poético y da la “sensación de chatura”, por muy trabajado que
esté y muestre acabado dominio de ciertas estructuras técnicas? Porque está condicionado, castigado
constantemente, a un referente falso, sesgado, y no tiene un vínculo coherente
con la realidad que le pueda dar un respiro de vida. El escritor Cronwell Jara
era honesto al contestar por qué no le gustaba la obra de Vargas Llosa, “porque
siento que es un autor muy frío”. Y esa “frialdad” se produce cuando el recurso
técnico en lugar de serlo para
representación o deslumbramiento de los elementos del mundo real, está sesgado,
muy cargado ideológicamente en guiarnos
por una realidad que sólo es la realidad interesada del autor, que sólo son sus
“demonios” antipopulares y antirrevolucionarios. Ninguno de los autores arriba
mencionados por Gutiérrez, más allá de su gusto personal, y de la definida
concepción burguesa o hasta aristocrática de algunos de ellos, especialmente
los primeros mencionados, trabajan la técnica desvinculada de ciertas verdades
humanas o sociales. Marcel Proust por
ejemplo, uno de los inauguradores del monólogo interior y el psicologismo en
literatura, no sólo pinta vivencias profundamente humanas, sino que desnuda los
comportamientos y los procesos sociales decadentes de la aristocracia francesa
de comienzos de siglo XX a la que pertenecía. No se trata de que por pertenecer
a cierta aristocracia social se descalifique automáticamente una obra. Se trata
de ver que a pesar de ello prima la honestidad del autor con su creación
artística, su auténtico genio artístico no le permite, fuera de su
conservatismo político personal, dejarla trasuntar a la obra, sistemáticamente,
como hace Vargas Llosa. Toda la historia de la literatura y el arte nos
demuestra que las obras que han permanecido, que han contribuido a la
construcción humana y social, han dependido de esa relación. Sólo desde las
clases en ascenso, y en las condiciones económicas, sociales, culturales y
políticas que se ha desarrollado con el capitalismo, esa relación la puede
asumir el escritor o el artista desde posturas conscientes, desde posturas que
abogan por el cambio social que reclama, en su agotamiento, el propio sistema
existente.
Pero Gutiérrez nos da una pauta más de la
limitación a la que se enfrenta la obra de Vargas Llosa.
“La prueba de fuego para todo novelista
consiste en la creación de personajes. VLl ha creado personajes vigorosos e
interesantes… Sin embargo, no ha logrado crear personajes que sin perder su
individualidad representen clases y grupos sociales o fuerzas históricas. Los
personajes típicos son resultado de la conjunción de la universalidad y la
particularidad. Alegría –tan desdeñado por Vargas Llosa- ha creado una galería
de personajes difíciles de olvidar, entre los que destaca, por cierto, el
venerable Rosendo Maqui. Y lo mismo puede decirse de Arguedas que dio vida a
una serie de personajes de estirpe dostievskiana. Los personajes de VLl son
individuos singulares, excepcionales o marginales… más impregnados de artificio y literatura que
de humanidad, más patéticos que trágicos” (MG, o. c.)
La literatura o el arte, en su fondo cognitivo como toda realización
intelectual humana, captura la realidad en su esencia, los personajes
prototipos son esfuerzo de representación profunda del mundo social, aunque
fueran pintados con rasgos de peculiaridad. Cuando no se alcanza a profundizar
esa realidad, sea adrede como en Vargas Llosa,
por sesgar la realidad, o en
otros casos por impericia, o por móviles
de facilismo o mercadeo, los personajes resultan caricaturas de la realidad, y
los sucesos en que están envueltos priorizan la truculencia, el exceso, el
melodrama. Los personajes resultan, como dice Gutiérrez, excepcionales,
estrambóticos, llamativos, pero nunca representan agudos prototipos
universales.
A pesar del domino de la estrategia y
táctica militar que expone Vargas Llosa,
por ejemplo en La guerra del fin
del mundo -“debe haberse documentado
en los tratados de Von Clausewitz, Mao TseTung o del general Giap”, dice Miguel
Gutiérrez muy arrobado-, a pesar de ello, subraya no obstante el propio
MG, Vargas Llosa tiene dificultad de
plasmar una dimensión épica en obras que implican grandes batallas… a
diferencia del autor original del tema de la rebelión de Canudos, Euclides Da Cunha, que sí sobrecoge con los grandes
enfrentamientos que describe. O de un Tolstoi, “que al escribir La Guerra y la Paz partió de su amor a
la tierra y al pueblo ruso” (MG, o. c.).
Otra vez. Por más elementos de información
que tenga el autor si no están dirigidos a develar la profundidad humana del
fenómeno social que representa, sino más bien a sesgarlo con un fin
interesado, la verosimilitud se pierde y
pierde fuerza la tensión creadora. MG mismo lo reconoce claramente cuando
entiende que la obra de Tolstoi tiene fuerza vital porque al escribir su obra
parte de “su amor a la tierra y al pueblo ruso”. Nos está diciendo que ese “amor a la tierra y
al pueblo ruso” no le permitirá traicionar la verdad histórica, y traicionar
tampoco, en consecuencia, su percepción
progresista de la historia, es decir, que la condición del pueblo y el destino
de su tierra reclaman, por su depresión y tragedia, un insoslayable cambio de rumbo.
Pero, habiendo Miguel Gutiérrez detectado diáfanamente rasgos de defección literaria en la literatura de Vargas
Llosa y habiendo precisado
que “esta limitación no es cuestión de talento sino de espíritu y
posición de clase”, ¿por qué
continuamente se desdice y encumbra a su autor a la cima más alta de la literatura
latinoamericana y acaso mundial? Por la razón de que él mismo abraza la
concepción elitista del arte y la literatura de su admirado escritor, porque
más que del referente vital de una obra,
le atrae lo que considera fundamental en el hacer literario, la “deslumbrante… revolución estructural, técnica y
lingüística”. Es decir, la concepción que hace determinante en el arte la forma
sobre el fondo, en lugar de buscarla en su unidad. Formalismo que en Vargas
Llosa es composición técnica, “una
organicidad y una totalidad ficticias” -como dice en una interpretación más
integral el maestro Antonio Cornejo Polar- más que en una
totalidad artística. De manera que, desde esa orientación, el riesgo de
limitación literaria que Miguel Gutiérrez
ha advertido en la obra de Mario Vargas Llosa puede ser el mismo riesgo
que corra la suya propia, por reconocida que sea su maestría narrativa y
pretendidamente revolucionaria sea su ideología política.
Arturo Bolívar Barreto, escritor
peruano. El artículo presente es un capítulo extraído de su libro Calidad literaria y compromiso social, editorial
Arteidea, 2012.
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