Por: Elmer Castillo Díaz
La mañana
calurosa avanzaba con pereza, el sol serrano daba de lleno a la humanidad de
nuestro amigo Johnny. Con sus casi tres quintales y su metro ochenta, se
aproximaba a la puerta de Centro de salud. Con ese andar inequívoco de malestar
reflejado en su iracundo rostro. “Como duele este talón de mierda y encima este
sol que jode”, pensaba. Su inmenso cuerpo traspasó la puerta y se dirigió a
admisión para pedir cita con el único médico del pequeño pueblo. Lo extraño,
pese a ser horas relativamente tempranas, era que el establecimiento se
encontraba lleno. Observó con disimulo muchos semblantes decaídos y preocupados
a su alrededor, niños llorosos, adultos y ancianos quejumbrosos. Y no sólo eran
rostros conocidos, también totalmente desconocidas, de comunidades aledañas.
No era para menos, el doctor se había hecho conocido luego de dos intervenciones quirúrgicas, hecho por el cual salvó la vida a dos pacientes desahuciados en la capital. A sus familiares les dijeron, los doctores de la ciudad, que los llevaran a su pueblo, que ellos no podían hacer nada y que la ciencia médica no llegaba a tanto. Lo interesante de su fama, que los ungidos y intervenidos por sus manos tenían un común denominador: la pobreza. También atendía a los otros, con los mismos resultados, con la diferencia de cobrarles un buen plato de salchipollo. Convidando al personal que trabaja con él en estas difíciles intervenciones, curas y tratamientos a sus pacientes.
Los atributos del doctor llegaron a confines muy lejanos y pequeños de la jurisdicción del Centro de salud. Todos querían ser atendidos por el “doctorcito”, como lo trataban los pueblerinos pese a su talla poco común.
La reducida sala de espera esa mañana se encontraba repleta, esto se había vuelto cotidiano, parecía que se enfermaban adrede. “Para el colmo no hay donde sentarse y este dolor de miércoles que no calma”, siguió pensando nuestro personaje. El sufrimiento por el dolor lo hacía renegar de todo y de todos al gordito. Mientras trataba de ocultar su dolencia sonriendo y saludando a los conocido vio pasar a un amigo conocido, vestido de blanco, con historias clínicas en el brazo.
Se acercó a éste disimulando el dolor y su obvia cojera.
—Hola moreno, buenos días.
—¿Qué tal gordito, cómo vamos?
—Estoy maluco amigo.
—¿Qué pasa, algo grave gordo?
—No moreno, tengo un dolor medio jodido en el talón.
Se saludaron, luego de la cortesía pertinente Johnny le manifestó algo angustiado.
—Mira morenaje, me han dado el número veinte y tres, no sé si podrás ponerlo más adelante.
—No hay problema gordo, en estos momentos lo hago.
—Es que necesito que me vea el médico que me han dicho que es buenazo.
—Eso de buenazo es cierto, ya te llamo, no te preocupes. —Le contestó mientras se perdía entre los pacientes.
Asunto solucionado, respiraba más tranquilo y si el doc. acertaba con la medicina, mucho mejor.
—Johnny López Zegarra, llamó el enfermero entre el bullicio del pasadizo.
—Presente, —contesto casi cayéndose por dárselas de soldado y con el talón dañado— .
Acercóse al consultorio tímidamente pues casi nunca requería de los servicios de un galeno. Tras el escritorio vio al doctor del que tanto había oído hablar.
—Buenos días señor López, tome asiento por favor, en qué puedo servirle.
—Buenos días doctor, mire, hace un buen tiempo que tengo un fuerte dolor en el talón derecho.
—Ha tomado algo, ha usado alguna pomada.
—Bueno, he tomado algunas pastillas para el dolor, lo he frotado con Dencorub, mi familia le ha puesto pañitos tibios con agua de llantén y nada doctor.
Mientras Johnny contestaba a la anamnesis del galeno, éste iba anotando minuciosamente con la letra característica de los facultativos, o sea, con letra “rasgado de gallina”. El amigo enfermero le ayudó a subir a la báscula.
—Ciento veinte y nueve kilos y un metro ochenta y tres, doctor.
—¿Presión arterial?
—Ciento diez sobre noventa, doctor.
El hombre de blanco tomaba nota. Le pidió que se sentara en la camilla, se despojara de su zapato, el calcetín. Ayudado por el sanitario logró a duras penas encaramarse sobre ella. El pie enfermo era un anís de limpio, empolvorado e impecable, como si recién hubiese salido del pedicuro.
El cirujano tenía cerca de metro noventa. Con sus enormes manos tomó el inmenso pie por el talón adolorido. Comenzó a moverlo en forma giratoria, de atrás hacia adelante, preguntando dónde le dolía más.
—¿Duele acá?
—No.
—Acá
—Si…ahí si duele, es insoportable doctor. Con el rictus sufrido el pobre Johnny.
—Uhmmm, bien señor López.
Se estaba haciendo el valiente, el profesional lo sabía. Le subió un poco la basta del pantalón para tantear los tendones y los gemelos. El gordo sintió que en su frente perleaba gotas de vergüenza, como fluyen las gotas de resquicios rocosos. Sacando un pañuelo, con motivos celestes y relucientes, comenzó a secarse su amplia frente.
El médico con gesto de comprensión, le pidió que se pusiera el calcetín, el chuzo y tomara asiento nuevamente. A esperar el diagnostico, mientras el hombre de blanco tomaba notas, garabateaba letras incomprensibles, consultaba un libro, algunas preguntas a la volada, hasta que puso fin a todas esas confusas relaciones de la gramática médica. Observó que levantaba la cabeza y se preparó para las recomendaciones.
“Mire señor López, si le pido que se haga una serie de análisis para asegurarme que sufre de Gota, seria perder el tiempo. Con todos los datos que he acumulado de su dolor y de sus respuestas, le puedo dar algunas indicaciones. Primero, de arranque usted debe bajar de peso, por los menos unos diez kilogramos, para comenzar. Y no lo digo en broma, su caso es muy complicado cuando hay sobrepeso. Para eso tiene que seguir una dieta, aquí le doy un pequeño régimen que tiene que seguir. Le recomiendo que evite las grasas y las harinas. No le recomiendo correr por las mañanas, aún, hay que monitorear su recuperación, tal vez montar bicicleta, eso lo veremos después de acuerdo a su mejoría. Descanso señor López, mucho descanso hasta bajar la inflamación del calcáneo. Tiene que ponerse estás ampollas de Diclofenaco y Voltaren cada doce horas. Y por favor, a su camita unos buenos días que le va a recuperar bastante”.
De cabo a rabo prestó mucha atención. Eso de bajar de peso lo había probado, no una sino…, pero por su salud trataría al menos de intentarlo. Lo jodido estaba en descansar, y, ¿el trabajo?, los viajes obligatorios de provincia en provincia, los contratos en Ica, descansar sería imposible, salvo que la señora se ocupe de los viajes y él se quedaría en Huaytara a cuidar el negocio y los hijos. Lo conversaría con Anatolia, su mujer. Ahora lo más importante era comprar la medicina, aplicarse las ampollas y viajar hasta Pisco donde tenía que cobrar un dinero con urgencia.
“Bien doctor, bien, bien. No se preocupe, trataré de cumplir a pie de letra sus indicaciones y con la medicina, por este dolor agudo doctor”.
Mostraba su agradecimiento dándole la mano y poniéndose de pie trabajosamente y retirándose un poco más aliviado, como si las palabras de “Loco cuchillo” hubieran atenuado el padecimiento. Salió con el enfermero, agradeciendo y ensalzando la pericia y conocimientos del Doc.
—Oye moreno, este grandazo si que sabe ¿eh? ¡Carajo!
—Claro pe gordo, tú sigue con el tratamiento.
—Me viste sudar como condenado, como si el techo del consultorio fuera de calamina y estuviésemos en la selva.
—Si, te mostrabas muy adolorido.
—No, nada que ver moreno, sudaba de vergüenza.
—¿Cómo así gordito?
—Le rogaba al señor de Chacos que no me pidiera el Doc que me quitara el otro zapato.
—¿Por qué?
—Imagínate moreno, si me pedía eso, mancaba, mancaba.
—No lo hagas larga gordito, ¿qué pasa?
—Por venir apurado y con este dolor, sólo le di una buena lavada al pie enfermo, hasta lo sobé con una piedra y le eché talquito.
—Y el otro
—Nada, por eso era el sudor, te imaginas moreno lo que hubiera pensado el doctor.
—Comprendo Johnny, comprendo
—Hubiera visto la suciedad, terrible moreno, terrible.
Nunca se sabrá qué laya estuvo el pie sano. Pero por el sudor frío, repentino y abundante, la blancura de su rostro, dio muestras de tenerlo bien estropeado. Puede ser que de ahí, se tejieran otros más imaginativos, que a la postre son sólo eso, imaginaciones. Solo el gordo Johnny llevará a la tumba el verdadero estado de la pata sana.
Wito...
Ticrapo 19 de julio de 1983.
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