Chungo y batán continúa publicando los
relatos enviados por nuestro amable lector Amadeo Villanueva. La temática que
aborda en esta ocasión con CALIDAD Y CALIDEZ se sitúa en la crudeza
de la realidad del país. Esperamos siempre sus colaboraciones, estimado Amadeo
(NdlR).
CALIDAD Y
CALIDEZ
(CUENTO)
Por Amadeo Villanueva
Después de
las tortuosas colas y la mudez anoréxica de las empleadas que atienden el
pedido de los pacientes, recibo el papelito de mi cita médica. En un costado
visible de la ventanilla está pegado este mensaje: Nuestra misión, calidad con
calidez.
Atravieso un
fresco patiecito con claraboyas cubiertas de plásticos transparentes ámbar y
pregunto por el consultorio a la enfermera que atraviesa el pasadizo. ¡Al
fondo! Sí, fondo que acaba en otro patio de penumbras con la gruta de los
Santos del amparo.
Mi turno es
el 21, y sólo han sido atendidos 7. Escucho impávido las conversaciones al paso
de anónimos dialogantes, señoras con sus rosarios en mano: “…qué barbaridad,
este gobierno no sabe poner orden”, “…nos están matando de hambre”, “mi hijo,
ingeniero, no tiene trabajo”, “a esos de Puno, les deben meter bala”. Un hombre
con bufanda y abrigo despliega su periódico: Perú es reconocido por el mundo
como país de una economía sólida y ejemplar.
Mi turno. La
doctora hace una desganada venia a modo de bienvenida mientras escribe apurada.
Ubica mi historia. (Sin proponerlo he pasado a la Historia escrita por los
galenos con las penurias de mi salud). Mi historia.
-Aquí no
tiene sus análisis- sentencia la doctora.
-Doctora, es
que no…
-Ahora
si hay reactivos; le voy a dar una orden.
-Gracias,
doctora.
-Aparte, ¿qué
malestar le trae?
Si supiera,
doctorcita, esta faringitis que me aqueja. Después de todo no es nada ante la
miseria que veo en el pavimento, en las noches junto a los portales de las
plazas, en las esquinas inmundas donde niñas ofrecen claveles rojos al mejor
postor lascivo. Calles donde amanecen
tirados los despojos del alma en el ojo entreabierto y los alucinógenos,
madrugadores ancianos al rebusque de la vida en los basurales.
Mi doctora
mueve la cabeza, al tanto que hojea un talonario y se dispone a poner su sello
personal, con un ritmo impresionante habla y sella; tampón y sello: “Por los
cambios bruscos (tam-pon) de temperatura, asumo que es (tam-pon) una traqueítis
e inflamación (tam-pon). Evite las corrientes de aire (t-p), en el dormitorio
(t-p) no alfombras (t-p), no tapizones (t-p), no cortinas empolvadas (t-p), no
mascotas en casa (t-p), ellos expelen (t-p) un polvillo nocivo (t-p).”
Sin levantar
la mirada, moja el índice en sus labios y continúa: “Asumo que (t-p) es una
alergia…, por la humedad de las seis… en la mañana… y en la noche… Habitaciones
ventilada…, gárgaras… con media cucharadita de sal…, mañana y noche… Evite en
casa… desinfectantes…, insecticidas… Como no hay fiebre, Asumo…”
Recuerdo mi
paso apasionado por las funciones de los cine club de antaño: ¡Asumo, la
responsabilidad política, social, económica, cultural, educativa, de la
salubridad… de Italia! (Mussolini). Y ensimismado pienso: No, doctora, no la
quiero ofender, qué la voy a comparar a usted con aquel tenebroso y letal
homínido. No.
Al fin
concluye el sellado del talonario. Una dulce mirada hay en su rostro.
-Alívieme,
doctora, para empezar a amarla en secreto. La doctora entornó sus claros ojos
sobre el liviano marco de sus lentes, balbuceó moviendo levemente sus labios,
blandió en el aire un matasellos con sus delicadas manos y estampó al final de
mi receta de ilegibles indicaciones, estas perfiladas palabras:
TRANSFERENCIA-SIQUIATRÍA.
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