Por Mario Peláez Pérez
Las mamás son los seres mejor humanizados. Ellas dignifican la vida con torrentes de amor desinteresado, que construyen en el niño los cimientos de su futura inteligencia emocional.
Sin embargo, la historia no es lo suficientemente generosa. Solo les asignó un día en el convencional calendario, que con el correr del tiempo se ha convertido en feria de ofertas, generalmente de objetos domésticos (chirriante y penoso concierto de ollas y sartenes), más tarjetas multicolores con azucarados adjetivos, tan altisonantes que parecen impersonales. Cuando espontánea y sentida evidencia de amor es expresarlo sin adjetivos.
¿Cómo entender tan mezquina espiritualidad?
El machismo de la sociedad patriarcal es la raíz de esta precariedad. Si para los niños no se hubiese establecido las diferencias (en tanto decisiones culturales, y no por factores biológicos) hasta de colores y fuegos: “las niñas, el rosado, las muñecas y los yaces; los niños celeste, pistolas y pelotas”; y si para los jóvenes no se hubiese fomentado diferentes roles, pudores (como la virginidad) y temores, entonces en el momento de ser madre no cabría la división absurda de las tareas propias de la vida diaria. Por tanto, no existirían las “reinas de la cocina”, sacrificadas y abnegadas hasta anular su ser, y tampoco los machazos que tiene las “riendas del hogar”...
0 comentarios:
Publicar un comentario