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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 16 de abril de 2017

EL “PLAN LECTOR” EN EL CONTEXTO DE LA EDUCACIÓN NEOLIBERAL.

Arturo Bolívar Barreto

  
A los maestros y padres de familia sinceramente preocupados en la educación, siempre les pareció extraño que la Reforma Educativa de los 90 en el Perú –esencialmente vigente hoy-, levantada contra la “educación tradicional”, especialmente la dirigida por el Estado, y que proclamaba elevar la “calidad educativa”,  derivara con los años en un empobrecimiento educativo aún mayor,  como lo fueron demostrando las continuas mediciones de rendimiento a nivel internacional que ubicaban al Perú en los últimos lugares.

   Algunos especialistas en educación incluso se preguntaban, y preguntan, perplejos,  cómo a pesar de la propuesta del “Plan Lector” -supuestamente para complementar el área de Comunicación en logros como hábitos de lectura y  “comprensión lectora”-, cosa increíble, no sólo no ha traído un mejoramiento en estas “capacidades y competencias”, sino que la voluntad lectora y su disfrute son, entre la juventud, mucho más rudimentarios que antes.

   Pero para quienes comprendían esta propuesta de cambios en el sistema educativo como parte de las transformaciones económicas del capitalismo global desde la década de los 80 –cuya crisis épica ha obligado a penetrar, privatizando, sectores antes considerados derechos sociales como educación y salud- esto no era de extrañar; porque estas propuestas educativas –que se implementaron desde las instituciones precisamente económicas como el Banco Mundial- no estaban concebidas, precisamente, para elevar la educación (en ese sentido progresivo del desarrollo humano integral), sino para orientar a los sujetos de la educación en función de la economía de mercado en esta era de revoluciones tecnológicas, de competitividad global, de estrechamiento de mercados y crisis permanente del sistema dominante. Es decir, para moldear y focalizar la formación de los educandos en la aceptación y adaptación al mundo competitivo individualista y de la economía de mercado voraz y excluyente del orden actual. No para elevarlos en valores superiores a los mundanos ni formarlos crítica (y estéticamente) para concebir mundos perfectibles y propender a un orden social más humano; es decir, no para educarlos sino para adiestrarlos. Esta educación neoliberal es, en ese sentido, mucho más retrógrada que todas las anteriores propuestas educativas demoliberales (Dewey, Piaget) pues el pragmatismo o el constructivismo de estas propuestas daban por hecho los fines humanísticos de la educación: democracia, igualdad, libertad, derechos, conciencia. Al contrario, el constructivismo y el utilitarismo mucho más chato de la propuesta neoliberal actúa bajo la égida de lo que antes eran considerados antivalores, pero que este neoliberalismo los ha colocado como valores supremos para la formación educativa, es decir, los valores provenientes de la economía: eficiencia, calidad, productividad, competitividad, éxito, etc.

   El Currículo Nacional del MINEDU, incluso de 2017, preserva esa filosofía: “… se acepta que la jerarquía de valores es una decisión libre e individual orientada a la búsqueda de la propia felicidad…” (Retos para la educación básica y perfil del egreso). Seguidamente, entre los “principios educativos” del sistema no deja de incluir ese mismo sesgo productivista: “calidad”, “innovación”, “desarrollo sostenible”…

   Qué distinta de aquellas concepciones de la educación y del currículo que tomaban en cuenta el diagnóstico de la realidad nacional, a partir del cual trazaban propuestas hacia ideales de sociedad y, en razón de ello, de educación. Aquí la concepción de educación y de currículo se restringe al “conjunto de experiencias de aprendizaje significativo”, y basta. Obviando el diagnóstico crítico de la sociedad donde vivimos y  el proyecto de sociedad y de educación a que aspiramos. Dejando entendido que el mundo presente, “la sociedad tecnológica global”, el actual capitalismo neoliberal, es la realidad factual única en donde debemos desenvolvernos sin cuestionamientos; educación, entonces, para ser sujetos globales y estar a la altura de esta era de “masiva y acelerada producción de conocimientos y cantidad de información”, en esta era del “uso masivo de la TIC …” (Currículo Nacional, MINEDU, 2017).

   Es por eso que la principal tesis ideológica de estas propuestas educativas es que simple y llanamente la educación privada es por naturaleza la única idónea y la educación pública, en cambio, una rémora: la participación del Estado, en general, en cualquier área, un atraso para el “progreso  económico y social”. Todas sus concepciones “pedagógicas” y curriculares tienen su origen en esta consideración de entender a la educación como sujeto de mercado, de competitividad económica, de esfuerzo individualista. El currículo debe atender “no a los contenidos sino a las competencias”. Por ello el currículo “articulado” ha sido vaciado de la mejor  herencia cultural en ciencia, historia, civismo, filosofía, literatura. Por ejemplo en el área de Comunicación Integral, la praxis de la expresión oral y de la escritura –redacción-, tienen una orientación claramente instrumentalista, donde se incide en capacidades preponderantemente lingüísticas.  Este aprendizaje ocupa casi toda el área dejando muy poco a la formación literaria. Prioriza la atención en aspectos metodológicos o procedimentales para las  “capacidades en la comprensión del texto”, establecimiento, por ejemplo, niveles de lectura: literal, inferencial y crítico. Los que pueden ser legítimos pero se aplica a todo tipo de lectura, incluyendo recetas de cocina, quedando reducidas en ella los  textos u obras propiamente literarios, descuidando la lectura imaginativa, profunda, estética, que implican éstas.   He ahí entonces que este currículo de “capacidades y competencias” presta atención a lo instrumental o a lo utilitario en su acepción más inmediatista e individualista, en desmedro de las visiones e interpretaciones más elevadas (artísticas o científicas), y  en desmedro de la formación integral que debe incluir fundamentalmente los logros culturales más progresivos alcanzados por la humanidad.

   Por eso se entiende que al maestro se le ha despojado de su condición de pedagogo o de guía cultural para convertirlo en un “facilitador” que induce al pragmatismo más subjetivo, propio de la filosofía constructivista de los tiempos del neoliberalismo económico dominante; un “aprendizaje” para convertir al sujeto educativo en “capital humano”, o en un “emprendedor”, siempre en un consumidor y en un sujeto “competitivo” cuyo fin principal es  el éxito personal. Para esos logros “educativos” no se requiere de pedagogos ni de maestros libres –éstos más bien son una amenaza al establishment, de ahí el ataque feroz a éstos-, solo basta que sean operadores.

    El llamado “Plan Lector” implementado posteriormente para impulsar el desarrollo de la “capacidades comunicativas” a través de la variedad de lecturas (no necesariamente  literarias), se enmarca dentro de esta concepción constructivista del neoliberalismo educativo, cuya rasgo principal, como hemos dicho, apunta al uso funcional de la lectura, en las dos caras de la misma moneda: por un lado la “comprensión lectora” a través de un seguimiento recargado de exigencias metodológicas y pautas al alumno y, por otro lado, la lectura de “entretenimiento”,  el “interés” del alumno, lo que “le gusta al estudiante”, es decir,   el eclecticismo en la elección de la lectura, que legitima la lectura banal, la “literatura de masas”, la literatura abiertamente producida para el mercado.

   De ahí la imposibilidad de aficionar a la juventud a la lectura. Algunos analistas ven este fracaso como resultado de meros “errores” cometido por el Plan Lector que, en general, se concibió con “buenos deseos”.  “Una importante causa de los pobres resultados del Plan Lector es que ha cometido el error que ya cometieron similares planes en países como España: presentarle al alumno o a la alumna, como una tarea, como algo que tiene que cumplir, como parte del plan de estudios y como parte de la consecución de algún calificativo o de alguna nota. En este trance, los estudiantes más aplicados hacían la tarea, conseguían la nota o el reconocimiento y lograban la competencia y todos contentos, pero en pocos casos o en ninguno estos planes lectores lograban aficionar a los (las) estudiantes a la lectura”. (María Benel, Pluma de Gallinazo N° 4).

   Efectivamente,  pero este carácter coactivo, encorsetado, no es un “error”, sino está en el mismo meollo de esta propuesta “pedagógica”, en el mismo carácter instrumentalista, estrechamente focalizado y limitante del aprendizaje, de la metodología neoliberal de la educación. Así como en el área de Comunicación y de la lectura, se recorta  la vocación literaria y artística (el placer estético), base para el desarrollo espiritual, cognoscitivo y ético, que además aficionan auténticamente a la lectura y permiten logros de “comprensión lectora” de una manera natural; así también, en las otras áreas, en este currículo de “competencias y capacidades”, se recorta el saber científico, histórico, cívico, filosófico,  para, en cambio, orientar el aprendizaje hacia el más limitado y subjetivo de los pragmatismos.

   En definitiva, la coacción individualista y mercantil de la educación neoliberal ha retrogradado la educación otra vez, como en la época medieval, a un autoritarismo oscurantista, esta vez sujetando al educando ya no como instrumento de Dios sino como instrumento radical del mercado, pero igualmente en una educación acordonada, antihumanista, despojada de libertad y creatividad. Qué distinta a las experiencias verdaderamente avanzadas de educación en algunas partes del mundo (Finlandia, Cuba acaso), donde prima el ambiente lúdico y de libertad del alumno, con maestros en su verdadero rol de guías creativos, bien considerados social y profesionalmente, y esto solo posible desde las condiciones materiales (gratuidad) y académicas permitidas  por el Estado, en sociedades a su vez bastante más democratizadas socialmente.

   El otro lado de la moneda de este chato constructivismo neoliberal en educación, que se refleja en el Plan Lector, es ese criterio que mencionábamos, el carácter acrítico, la permisividad  individualista a ultranza (justificado en el “interés” de los  alumnos, en respetar “su decisión” y “gusto personal”, “con tal que lean”) para la selección de las lecturas, que legitima la lectura banal, el acceso  a la subliteratura en las escuelas. Esta concepción proviene a su vez del liberalismo económico, que propende a  ese individualismo extremo para dejar abiertas las puertas al consumismo, a toda oferta del mercado (en este caso de la industria del libro).

   La proliferación –desde un tiempo- de las escuelas privadas (y de otras instituciones educativas) con poca o ninguna  regulación estatal, o incluso de  las escuelas públicas liberadas a la intromisión de la inversión privada, son el marco legal y estructural para que –sumada a la concepción consumista del “Plan Lector”- se haya convertido a las escuelas en mercado apetecible de las grandes industrias del libro. Por eso, más allá de las responsabilidades personales de directores, comisiones del plan lector, de maestros, que se han prestado a este negociado del libro para  depredar la economía de los padres de familia y para empobrecer la cultura de la juventud, está la responsabilidad de esta Reforma Educativa neoliberal que, como un vendaval, se ha impuesto junto a las políticas económicas de rapiña y corrupción.

   Reconocen esta realidad algunos analistas cuando mencionan cómo se ha difundido, en los planes lectores de muchas escuelas, obras del tipo Quién se ha llevado mi queso, o la recurrencia  excesiva a obras de autores como Paolo Coello,  en desmedro de las obras clásicas o de autores no canónicos pero de gran mérito. Reconocen además que la difusión dominante de esta literatura masiva no ha sido casualidad sino la imposición de grandes editoriales que han hecho convenio previo con las direcciones de las escuelas, sin importar sino el beneficio lucrativo mutuo. Pero esta  banalización literaria, y esta apertura al mercado editorial,  no lo atribuyen  estos analistas al espíritu mismo de la política educativa neoliberal impuesta desde los 90, que habría que desmontar, sino a la deficiente  elaboración del Plan Lector, ya sea por falta de idoneidad de los maestros que no alcanzan a proponer lecturas de los clásicos y de autores nacionales o regionales de verdadero  mérito, por desconocimiento, y porque no son capaces de poner coto a las “recomendaciones” de las editoriales.

  Pero se quedan sin una respuesta de fondo, no entienden por ejemplo por qué, ante el hecho de estos “negociados”, que se dan en las narices de las autoridades educativas, éstas no intervengan. Son conscientes de esto y se preguntan perplejos,  ¿por qué la UGEL, el MINEDU, no pueden controlar este negociado?  No ven que la UGEL, el MINEDU, no son más que los implementadores de esta política educativa regida por el interés del mercado. No ven que, si bien es necesario dar la batalla en el terreno concreto de las propuestas pedagógicas no solo en el Plan Lector, sino en todo el currículo,  es necesario dar la batalla además en el terreno de la política de Estado que impuso una propuesta educativa a partir de los intereses de los grandes grupos de poder económico. La lucha educativa vuelve entonces a su real dimensión: es una lucha política que debe involucrar a los maestros tanto desde el terreno inmediato educativo con propuestas, como en el terreno por recuperar la dignidad del maestro  y, concomitantemente, la lucha política que desmonte el sistema neoliberal de educación por un proyecto educativo  verdaderamente democrático (en el contexto de un proyecto de país diferente), lucha que compromete a todas  las fuerzas progresistas de la nación.

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