Por Mario Peláez
César Vallejo cumplió este 16 de marzo 125 años, más los siglos por venir… Presencia lozana, vital e imprescindible. Al leer y releer y siempre leer su poesía, nos comprometemos singularmente con la belleza y con las verdades perdurables, como la defensa de la dignidad del ser humano, el compromiso social y el amor a la vida. Entonces testificamos el triunfo de la vida; en consecuencia la derrota del epitafio, del olvido y del silencio. Triunfo impostergable considerando que “Hay, hermanos, muchísimo que hacer…”
Por cierto que no analizaré su poesía. Corresponde a cada lector vivir tan hermosa aventura: a su propio sentir, a su propio ritmo respiratorio, a su propio paladar espiritual. Solo haré mías las palabras de Piedad Bonnett: “el poeta es capaz de hacer decir al lenguaje, quebrando su lógica habitual, lo que misteriosamente nos estremece”. Pero en cambio sí enfatizaré sobre su identidad ideológica y su compromiso político; que los “eruditos”, los “académicos” callan vergonzosamente, no obstante de que Vallejo lo precisara una y otra y otra vez.
¿César Vallejo nació poeta? (¿Whitman, Eliot, Pessoa, Neruda, también?). No. Vallejo no nació poeta. Se hizo poeta. La exuberante solidaridad, la galopante belleza, el universal lenguaje y la visión crítica de la historia que definen su poesía son patrimonio que se consolida a lo largo de su vida, y siempre a favor de los explotados, de los excluidos, como en la guerra civil española. Suma de factores que tiene una clara identidad ideológica, el marxismo.
Entonces preguntamos: ¿la poesía de Vallejo tendría esa excepcional hondura humana y la dimensión cósmica sin aquellos factores ideológicos e históricos?. No. Sin duda que no, y hoy no se estaría celebrando la poesía que escribió.
La celebración de su 125 aniversario dio paso al recuerdo de una reunión familiar con Armando Bazán, celendino universal, a poco de retornar de Paris y Madrid luego de 47 años (él también participó en la guerra civil española). En la terturia participaron Alfonso Peláez Bazán, Alberto Peláez y el suscrito, entonces cachimbo en San Marcos. La poesía de Vallejo fue el tema que colmó. Aquí Armando Bazán, con tomo afable, aseguró que con la poesía de Vallejo es imposible seguir tristes, y seguir ignorando el sentido de la vida, de la solidaridad y del espíritu universal. Por su parte mi padre Alfonso Peláez (y mi profesor de literatura en el colegio Javier Prado de Celendín), sostuvo que la poesía de Vallejo también se elevó a los cielos como lección para los dioses. Alberto Peláez (mi hermano mayor) para dar presencia objetiva al placer leyó tres poemas, uno de ellos Masa; y yo mentalmente acompañé la lectura (y seguro que ahora mi hermana Gladys, muy católica ella, afirmará que los tres, ahora juntos y cerquita del poeta, están leyendo en coro su poesía).
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