Por Mario Peláez.
Los países latinoamericanos tienen intereses y luchas comunes que consolidan su identidad histórica. Las luchas independentistas en primer lugar, aunque no con los resultados que los pueblos esperaban. Otra épica es la Reforma Universitaria que se inició en Córdova, Argentina 1917. De ella surgió la autonomía universitaria, el cogobierno. Pero sobre todo trae el liberalismo, de la mano del conocimiento científico, que acaba con la hegemonía de la escolástica teologal en tanto sustento del proceso educativo. Bastaría ver el currículo universitario de antes de 1920 para confirmar el dominio de la concepción religiosa y bíblica. (Es pertinente anotar que ese primigenio liberalismo es apenas pariente lejano del neoliberalismo).
Desde aquel entonces el celo y cuidado de las universidades por la autonomía universitaria es extremo, pero no siempre idóneo; y de otro lado, los sucesivos gobiernos (unos más que otros) no cesan de embestirla, de tergiversarla, de contaminarla.
Empero hoy hay otra manera de debilitar la autonomía universitaria: desde el propio campus universitario. Es el caso de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Felizmente no afecta mayormente su idónea calidad que la sitúa como una de las mejores del Perú, junto a San Marcos. Aunque podría ser mucho mejor (y estar entre las cien mejores de Latinoamérica) si se independizara de esa especie de tutela que ejerce el Vaticano. Lo que no implicaría distanciarse de Dios, solo de esa sórdida concepción amurallada, de su concepción patriarcal cada vez más agresiva, machista, de su “ideología de género” (y que ahora se evidencia contra el currículo escolar, que lamentablemente el gobierno, servilmente, ha dado marcha atrás).
La algarabía con la que acaba de celebrar la PUCP el reconocimiento oficial de su rector, Dr. Marcial Rubio, por parte de la Santa Sede, de verdad apena. Reconocimiento que lleva la firma del cardenal Giuseppi Versali, prefecto de la Congregación para la Educación y gran canciller de la PUCP. Pero allí no queda la violación de la autonomía.
Como sabemos el Estatuto es la norma fundamental, axial, que rige la vida de la Universidad y que precisamente garantiza la autonomía y las políticas en materia educativa. En el caso de la PUCP la aprobación de su Estatuto corresponde a la Santa Sede, obviamente luego de incorporar criterios y fundamentos suyos.
Pero además la Iglesia Católica (la cúpula del clero peruano) tiene representantes en el Consejo Universitario; en el Comité Electoral, en la Comisión de Presupuesto; y como si no fuera suficiente, los bienes de la PUCP son administrados conjuntamente con la Conferencia Episcopal.
¡Y todo por un logo teologal...!
Entonces surge con premura la pregunta: ¿Por qué ahora el unánime silencio de todos frente a esta flagrante violación de la autonomía universitaria?. Ni siquiera fruncen el entrecejo los “revolucionarios de la autonomía”...
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