Arturo Bolívar Barreto
La ingeniosa
muerte de Malena es un libro de cuentos publicado
en el 2009, contiene elementos representativos de obra general de Walter
Lingán, escritor residente en Colonia, Alemania, desde 1982, quien no ha dejado
de publicar narrativa desde su primera novela, Por un puñado de sal, de 1993.
El realismo esencial de sus relatos está
consustanciado de recursos vanguardistas (ironía, humor, sesgo introspectivo
del narrador protagonista, remates surrealistas), pero, como en los grandes
autores, siempre en aras de la develación humana: sus obsesiones temáticas están muy entonadas de
exploraciones vitales y sociales. El lenguaje narrativo por ello, junto a su
tersura y libertad literaria, es exponente del habla popular, el limeño, el
andino; pero lo andino -cara identidad del autor- subyace entrañable más bien en espíritu, a través de las evocaciones, o hasta
de las interpolaciones en quechua. Así en
Hay algo en el temblor de tu discreto
carmín, el relator protagonista dice: “Quiero escribirte y, en verdad te digo, no
sé cómo hacerlo… Podría empezar diciendo que Me gustan tus pechos dulzones, que
Me trastorna la densidad enmarañada de
tu motita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus
caderas… Después decirte munanaycuway sonqochay”.
Un tema recurrente es la marginalidad del
inmigrante de clase media baja, peruano o latinoamericano, en Europa, expresado
en sus sentimientos de frustración, de desarraigo, la xenofobia sufrida, que agudiza
su nostalgia profunda por la tierra abandonada, el amor, la familia, la
cultura. El otro tema de su obsesión, que es refugio de esa marginalidad de sus
personajes, es el amor, el amor en su
más amplia acepción: desde el amor romántico, nostálgico, hasta el erotismo más
liberado, a veces con desenfado, matizado por el carácter lúdico de su estilo.
La narrativa de Walter Lingán es también, en definitiva, tributaria de la
posmodernidad, haciéndonos recordar que es contemporánea de ella, pero por su
progresismo ideológico, fundamental y matriz, lo posmoderno diluye sus
fundamentos espirituales; constituye en cambio un aporte más a su literatura
abarcadora.
La obra de Walter Lingán es, en suma, como
lo es el arte auténtico, un acto furioso de liberación, revela Walter Lingán, a
través de su literatura, que ama con intensidad el amor, el sexo, la vida, pero
ama asimismo con intensidad a su pueblo y a
sus luchas libertarias.
Repasemos algunos relatos. En El Colombiano infestado de esperanza, a
través del sentimiento de frustración del inmigrante latinoamericano -denunciado entre alcohol y bohemia, “Entre
cerveza y cerveza me he ido quedando, la borrachera es mi exilio. No falta
quien me dice: scheifs Ausländer <extranjero
de mierda>...” – se representa el súmmum
de la nostalgia por la patria lejana, la
familia, el amor, tanto que en la metáfora empleada, Jacinto, El Colombiano,
muere al pie del casillero postal, donde una vez más no había llegado carta
para él, la carta del amor frustrado
dejado en su país, esperada con fe pero inútilmente.
Pero esos cuadros se dan, como se palpita en
los relatos de Walter Lingán, con un fondo de crítica social. Sigue diciendo El
Colombiano, en una charlatanería que discurre casi como un monólogo interior,
“Alemania es un país envejecido, repleto de viejos inútiles. La falta de niños
es una enfermedad crónica y el exceso de perros y gatos, que viven mejor que la
gente de nuestros países, se agudiza. Tercer Mundo le llaman, ¿acaso nuestra
pobreza viene de otra galaxia”. Y desmitificando el “desarrollo” del país al
que ha fugado y en general de cualquier país del sistema actual dice: “Aquí estoy jodido, pero allá en mi país
estaría peor… Sí, estaría peor. No sé cómo pero estaría peor”.
En cada uno de sus relatos confluyen
generalmente todas sus obsesiones temáticas: los sentimientos del marginado,
así como el amor, el erotismo, no libre de ironía. En Los ojos de la luna, Eristof, inmigrante enamorado de Gabriela,
muchacha alemana, tras el ansiado casamiento con ésta, escucha el rezo y
lamento de la xenofóbica abuela Theresa König, quien siempre se opuso
prejuiciosamente a esa relación: “Señor que estás en los cielos, hágase tu
voluntad y perdónanos nuestras deudas, Eristof Eristof hasta su nombre es
extranjero así como nosotros perdonamos a nuestros deudores y de dónde diablos
vendrá y no nos hagas caer en la tentación de alguna familia muertadehambre de
uno de esos países pobres más líbranos de todo mal…”
El desenlace surrealista es, a veces,
explícito como en este mismo relato. El erotismo, a fin de exponerlo con todo
su carga de explosión y liberación, es presentado a través de la metáfora, de
lo fantástico, seguramente para superar la valla de lo socialmente incorrecto,
de la infidelidad, o acaso de la atracción por lo prohibido. Eso representa la relación pasional que
Eristof establece con Jacki, la engreída gata de la abuela Theresa König, que
queda a cargo de Eristof, Gabriela e hijos, tras la muerte de ésta. Eristof
había aceptado a regañadientes en principio hacerse cargo de Jacki. Cuando
fueron a traerla de la casa de la abuela, “Jacki dormitaba sobre uno de los sofás… Marion se acercó a Jacki con la
intención de acariciarla, pero ésta se levantó y abandonó la habitación. Por
primera vez me fijé en el esbelto cuerpo de Jacki y olvidé, por un instante, mi
odio hacia la abuela. Me deslumbró su caminar mesurado y abúlico ritmo. No
podía entender cómo mis ojos no habían descubierto antes tanta belleza”. Y no
obstante, la imagen surrealista para exponer
su regalado erotismo, su catártico erotismo, está cargado siempre, a su
estilo, de la ironía, del desenfado, del
sarcasmo feraz, “Casi todas las noches Jacki y yo nos amábamos en secreto…
Ronroneando pegaba su cuerpo al mío… Sentía sus redondos y fascinantes muslos y
el cosquilleo de su alborotado pelaje. Saboreaba las delicadas frutas que
colgaban en sus pezones y luego, mientras ella lamía los dedos de mis pies, yo
la penetraba sin tregua hasta terminar extenuado tendido largo a largo junto a
ella (…) Una mañana Gabriela observó detenidamente a Jacki y luego me comentó:
‘Creo que está preñada’ (…) Finalmente llegó la hora de la verdad, como
sentenciaba mi padre. Jacki parió una sola cría inerte con el rostro
inconfundible de un ser humano. Sus ojos eran inmensos y redondos como dos
platos de luz. ‘Esos son los ojos de la luna –pensé-, son los ojos relumbrantes
de la luna despidiéndose de la vida’. Jacki me fulminó con los afilados cuchillos
de su mirada”.
En Un
ángel en la puerta del infierno confluye el tema del choque cultural, de
ese sentimiento de fragilidad cultural
del inmigrante ante la fría y
liberal cultura del mundo desarrollado, y, por otro lado, la forma, el remate
audaz como se grafica la venganza de éste, del protagonista del relato, un
inmigrante peruano, quien asesina a Bárbara, su amante alemana, que
representaba esa cultura demoledora que tenía que sufrir diariamente. “Ella
representaba esa cultura que enfrentaba a diario y estaba a punto de vencerme.
Bárbara buscaba la comunión de la belleza física y la capacidad intelectual y
esa búsqueda lo llevaba a ciertas libertades que yo no estaba dispuesto a
tolerar…”
Y el desenlace, el asesinato planeado
-descuartiza a Bárbara y cocina y prepara platos peruanos con los órganos de
ésta para sus invitados en la fiesta de su cumpleaños-, que para cualquier
narrativa clásica hubiera constituido un relato de lo macabro, en la literatura
de Walter Lingán, lúdica, vanguardista, se constituye más bien en una metáfora,
en una recreación, aunque ciertamente significativa, de ese rechazo que guarda el
inmigrante ante la inclemente cultura
del mundo desarrollado europeo.
Los raptos de humor, sin embargo, como
dijimos, ratifican el carácter lúdico de la literatura de Walter Lingán, antes
que dramático o trágico. “Thomas, Manuel y Félix recibieron los primeros
anticuchos y a continuación me
congratularon por lo riquísimos que estaban. ‘Los anticuchos preparados con el
corazón de la mujer amada siempre son los más sabrosos’, les dije, y nos reímos…”
Finalizamos este repaso salteado comentando
precisamente el relato que da nombre al libro, La ingeniosa muerte de Malena, quizás el más bello o uno de los más
bellos (por la forma y la profundidad), un texto que representa en forma esencial
sus temáticas recurrentes, la marginalidad, el erotismo, el amor. Pero también
sintetiza en muy alto grado el estilo característico del autor: la tersura del
lenguaje y la delicada valla que separa realismo y surrealismo, en el que se
interfieren, cruzan y confunden. Malena,
una muchacha sordo-mudo-ciega que vive con su madre -a quienes el protagonista,
un joven inmigrante peruano, visita frecuentemente- representa el súmmum de la
marginalidad. “Para comunicarse con ella –dice el relator protagonista- hay que tener mucha paciencia.
El papel, la pluma, la escritura le son conceptos abstractos, no sirven de
nada… Para “conversar” con Malena hay que recurrir al “lormen”. Y el lormen es
un método para poder dialogar con los sordo-mudo-ciegos que lo inventó Gerónimo
Lormen hace más de cien años atrás. Para describir una letra hay que golpear
levemente o tocar una determinada parte de la palma de la mano”. Y éste muestra una profunda identificación y
solidaridad con Malena, “desde que conocí a Malena me encierro en mi
habitación, me vendo los ojos y gozo penetrando en esa mansión oscura, en ese
vacío insondable… Aún no llega a cumplir los veinte años pero toda su vida la
lleva atada a una silla de ruedas…”. Y entonces pide permiso a la madre de ésta
para sacarla a pasear, la lleva en su silla y entonces la observa y medita: “Ella
nunca ha visto algo bonito ni ha expresado un deseo. Casi todo el tiempo la
pasa en su habitación ordenando y desordenando cosas, quitando algo aquí y
poniendo algo allá, hasta que su madre viene y la llevan a comer, a realizar
algunas labores y pasear. Malena generalmente asiente con un afirmativo
movimiento de cabeza (…) Cuando la veo mecerse horas y horas, adelante, atrás,
adelante, atrás. Cuando parece gritar y desesperarse. Cuando se golpea la
cabeza en el respaldar de la silla de ruedas. En todo eso me parece ver que el
cuerpo de Malena se reduce a lo más interno de su ‘No Mundo’…”
La representación de la marginalidad extrema
está personificada en Malena, descritas
hasta allí en un realismo sutil,
elaborado, pero sobrio y lozano, el
desenlace surrealista vendrá sorprendente pero significativo. Ya cuando el
protagonista quiere, en una entrega efectiva de solidaridad -tras sacarla a
pasear y tomar con ella “un refresco en el agradable Café-Bar-Compás donde sirven
unos combinados estupendos”- darle con
ansia las mayores satisfacciones a
Malena, entre ellas, por qué no la del amor, en el que el protagonista complace
su propia pasión, entonces se va prefigurando
la otra metáfora explotable en la imagen de Malena: “Por eso hoy le tomé de las manos, la
acaricié largo rato; le besé los labios, el rostro, mis manos se hundieron en
toda su piel con el mensaje de mi mundo. El ardor de mis deseos se prendió a las ramas secas que se acumulaban
en el fondo de sus entrañas. Sus manos enternecidas se encendieron con la luz
de una lámpara que crecía segundo a segundo. Todos mis lugares, mi norte y mi
sur, mi oriente y occidente, fueron para ella descubrimientos dotados de
aventuras impredecibles…”
Y acaso Malena, reducida a sólo ese lado de
las sensaciones táctiles, ¿no podía también representar el súmmum del
sensualismo, del erotismo -esa otra obsesión temática del autor- en su estado
más puro y abstracto? Si dentro del discurso realista, Malena es el súmmum de
la marginalidad, en un estiramiento más simbólico, metafórico o de sugerencia
abierta, ¿por qué Malena no podía
representar el sensualismo, el erotismo más radical y puro?
Esto parece estar corroborado en el final
sorprendente, que orienta el mensaje del relato hacia otras aristas, abiertas,
sugerentes:
Silvia –la novia del protagonista, quien
conoce a Malena por referencias de éste, y siente entre simpatía por ella y
celos- lo acusa de haber asesinado a la muchacha y se burla de éste simulando
ser Malena, “cansado de tanta jodedera de que ella es Malena, una noche la
empujé por la ventana”. Ya en el
hospital psiquiátrico donde es recluido, el fantasma de Silvia lo sigue
acosando, entonces el protagonista le
dice: “Todo he consentido, Silvia, pero no podía permitirte el lujo de
suplantar a Malena… Malena fue mi creación perfecta, única…” Aclarada la cosa,
Silvia se levanta y se va. Malena, cuyo
espectro, con su silla de ruedas, también lo visita, le dice que Silvia ya no
va a regresar más, y ella misma desaparece para siempre volando por la ventana,
“cantando feliz, como un jilguero que escapa de su jaula, de su prisión”.
Así, puede perfectamente especularse que
Malena siendo la abstracción sensualista, el lado exclusivamente erótico de la
mujer, de Silvia, no podía ser una mujer real, “fue mi creación perfecta,
única” había revelado el protagonista; Silvia al entenderlo, aplaca sus celos y
deja de acosar a aquél. Pero desaparecida Silvia, Malena, ese lado erótico de
Silvia, esa pura abstracción imaginada por su creador, queda liberada también y
desaparece definitivamente. Pero la
desaparición de Malena tiene otra lectura, paralela, desde la primera parte
racional y realista del relato: sólo la muerte libera a Malena de su prisión, de
tan fatal y trágica limitación física que sufrió en vida.
Walter Lingán, un escritor que no tiene, injustamente,
el reconocimiento suficiente, hace realidad el valor de esta nueva literatura
peruana, popular en su raíz -por su identidad nacional y por el origen social
de sus creadores- pero ya universal por su elevación literaria y visión cultural,
y por eso mismo, innovadora y épica. Literatura que cumple lo que quería José
Carlos Mariátegui cuando hablaba que llegará el tiempo cuando los mismos
habitantes de nuestro país profundo comiencen a crear sus propias expresiones
artísticas, literarias, culturales, y, por tanto, estén anunciando la hora de su liberación social.
Lima,
Enero del 2016
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