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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 20 de agosto de 2014

Narrativa: Celendín y Julio Garrido Malaver (Libro de Santiago Araujo Velásquez)

Julio Garrido Malaver

Es el carcelero.

¿Será un ser humano?

Ninguna madre del mundo podría reconocerlo y exclamar:

Hijo mío! Hijo mío!

Más que seguro nunca, nadie, lo ha besado.

No lo ha de besar ni la propia muerte.

Cuando la Muerte tenga que cumplir su misión, con ser tan repugnante, no usará su guadaña ni sus descarnadas manos.

Alguien cumplirá el mandato de la Muerte. La Muerte no lo matará.

Es el carcelero.

Feo como un sapo. Diminuto y rechoncho. Estampa cabal del miserable. Para él no existe la piedad ni hombre alguno que deba respetar.

En los hombres sólo descubre costados para hundir sus lanzas caldeadas de odio.
No sabe manejar sino el fuete y la pistola.

Todo cuanto tocan sus manos tiembla o se resiente. Si detuviera sus miradas en las flores: perderían sus colores y aromas.

Todo lo que toma contacto con su cuerpo, sufre. El propio estiércol se siente violado bajo sus plantas.

Es el carcelero.

Han dicho que puede ser hijo del demonio y quizás no sea más que su escupitajo.

No debe tener corazón. Su corazón puede ser araña o sapo repugnante.

Jamás ha reído. Nunca amó a nadie; y de amar, ¿quién podría amarlo?

Es el carcelero.


Más de una vez pasó junto a él, indiferente, la muerte.

Sólo algunas pocas veces le escupió algunas heridas. Fue así: un puñal de repudio se lanzó contra él. Muchas balas buscaron sus víceras, para rajarlas, pero en ese cuerpo maldito apenas inscribieron unas cuantas cicatrices.

Todos los presos de la isla lo odian, pero nadie le teme.

Es mala semilla que la tierra todavía no se ha resignado a recibir.

De ese esqueleto, que es la más deprimente prisión de la vida, la vida no ha podido escaparse todavía y sufre el más infamante cautiverio. Cuando vigila a los secuestrados políticos asoman a sus ojos alimañas de odio.

Y ese carcelero misterioso que ríe para el secuestrado y le brinda palabras de consuelo; que a escondidas ofrece ventajas de toda laya; que habla de libertad y de justicia para todos los peruanos, a través de las rejas: es otra miserable sabandija.

Pequeño hasta no tener alma, busca los labios atormentados del prisionero, captura sus gritos y libertarias protestas para esgrimirlas como acusaciones.

El día que deje de respirar el aire tributará olor a pureza, y los cuervos, buenos jueces, le estirarán la lengua hasta convertirla en hilo; con ese hilo le atarán la garganta, miles de veces, para que nunca más haga ejercicio de la delación; para que la delación no resucite en ningún nombre.


Del libro Celendín y Julio Garrido Malaver de Santiago Araujo Velásquez, páginas 156, 157, 158 y 159.

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