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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 2 de diciembre de 2013

Poesía: Ernesto Montero Campos, Todo depende del humor de tus ojos

Reflexión liminar

“La poesía es un trabajo difícil”. Lo escribió un poeta grande. Javier Heraud. Y es más difícil si se trata de conciliarse con temas también grandes como son el amor o la política. Hazaña que sólo los grandes saben concertar muy bien. No sin razón Rainer María Rilke recomendaba a su Joven Poeta (el interlocutor de sus cartas) que evitase escribir poesías de amor; “sobre todo evite las formas demasiado corrientes y socorridas. Son las más difíciles, pues es necesario una fuerza grande y madura para dar algo propio donde se presentan en cantidad buenas y, en parte, brillantes tradiciones”.

Pero la poesía, como la vida, es contradictoria. Otro poeta, también inmenso, Pablo Neruda, al ser preguntado sobre lo que recomendaría a un poeta joven, respondió sin pensarlo dos veces: “Que escriba poesía de amor”. Ergo: La dificultad de la poesía la resuelve el mismo poeta. Para ella no hay recetas. Requiere, sí, necesidad y fuerza. Para decir lo propio (aunque sea rodeado de miles de poemas sobre el mismo tema). Y lo propio nace de la sinceridad, previas enlazan a la perfección para preceder a los trabajos poéticos que me ha alcanzado Ernesto Montero, bajo el título de Todo depende del humor de tus ojos.

Desde el título se aprecia la intención de hacer poesía amorosa. Y “El amor es lo primero que enseña al hombre a creer en el mundo objetivo fuera de él” (escribe ese otro poeta visionario que fue Carlos Marx, en La Sagrada Familia). Y “el humor de tus ojos” es la consideración que se reserva para el ser amado. No es la imposición del que ama. Es otorgarle a aquel la libertad de hacer con el mundo –incluido el que ama- lo que su humor decida, lo que su vitalidad aguarde.

Pero Ernesto sabe que esos ojos no son ajenos a lo que aguarda el gran hacedor de todo: el pueblo trabajador, que es el máximo creador. Y es en él que se realizan la poesía y el amor y la lucha social. Por eso nuestro poeta escribe: “protesta social sin acción/ sin sangre ni heridos/ es así este amor”: el amor es así, protesta sin acción, sin sangre, sin heridos, pero protesta, en definitiva: y protesta social. No puede ser de otra manera. Porque se ama con la vida íntegra o no se ama. Es amor a todo lo que hace digno al ser humano, o no es amor.

El autor participando en una mesa de lectura en el XII Encuentro de Escritores del Perù "Manuel Baquerizo" / Tarma 2013

Ernesto Montero es un poeta joven, por tanto pertenece a esa porción de humanidad que –como decía José Carlos Mariátegui- siempre tiene razón, hasta cuando se equivoca. Porque está creando. Y la creación es acción. Y sólo no se equivoca quien nada hace. Ernesto Montero arriesga con su poesía, lo que todos arriesgamos con el amor y la política: el triunfo o la derrota. Y no está en la voluntad del creador el adelantar los fallos de la posteridad. Por eso Bertolt Brecht decía: “En el arte existe el hecho del fracaso y del éxito”. Cada artista da de sí todo lo que le es natural y vital, dos ámbitos del ser que si tienen el respaldo de las improntas de la necesidad y la sinceridad, relevadas al comienzo, dan como resultado la empatía de receptores coincidentes. Y el primer receptor en el caso de la poesía de Ernesto es la amada; por eso le dice: “y la poesía que aun no toca tu piel/ son estos versos necesitados de la noche/ perfecta/ porque sí/ aunque no lo creas/ las noches van naciendo perfectas sobre tu piel/ /No me culpes si gusto de respirar tu amor…”

Y a partir de ahí el amor pasa a asumir su carácter de “protesta social”. Y nuestro poeta no regatea su filiación poético-política (con riesgosa –pero bien librada- honestidad), y asume como epígrafe un mensaje político-poético: “El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor” ernesto Che Guevara. Y  esta frase-verso corona el primer poema expresamente político del poemario, con un título por demás apodíctico: “Terrorismo”. Para decirnos que en estos tiempos de terrorismo global, todos somos terroristas. Y el poeta nos dice, a través de la amada, que está abiertamente decidido a: “Que nuestro amor/ desde ahora y adelante/ les provoque miedo”.

Porque el amor a alguien tiene –dialécticamente- su contrapartida en el odio al enemigo común. Es una situación límite, que lleva incluso a hacer creer que en tiempos de horror la felicidad amatoria es una utopía. Pero nuestro poeta también sabe que las utopías se han hecho para ser conquistadas. Y como toda lucha social es solidaria, la lucha del amor es siempre de a dos: “Es tan fácil amarte a estas alturas/ que ya sé que no soy solamente yo/ ahora/ somos enteramente dos” (“Terrorismo”. Segunda parte). Y si dos son los actores del amor –desde una visión dialéctica- ellos hacen una unidad contradictoria. Su relación no es de sometimiento, de ninguna de las partes. De ahí que el poeta, consciente de esa realidad, asume con naturalidad las desiciones autónomas del ser amado y exclama: “pero/ si decides alejarte/ as{i sea a la vuelta de la esquina/ tiéndeme aunque sea un dedo/ y haz del destino/ algo diferente” (“Si decidieras alejarte”). El amor exaltado en este libro –sin dejar de ser humano o, digamos mejor, por ello mismo, por ser humano- es aquel que no se cree eterno, pero se sabe creador no s{olo de s{i mismo sino también de mundos nuevos. Se trata, pues, de un amor revolucionario: “Cuando un revolucionario se enamora/ la ternura queda pequeña/ y se enciende algo más” (“Cuando un revolucionario se enamora”).

Al comienzo de estas reflexiones mencioné a Carlos Marx. Y ahora digo: qué acertada elección la de nuestro poeta, poner como modelo de ese amor revolucionario a la pareja de “Marx y Jenny” (que es el tema –y título- del último poema). Se sabe de la gran calidad humana de Marx (de su solidaridad con las clases trabajadoras, especialmente obreros, y de su ejemplar amistad con Federico Engels), pero poco se releva el amor por su compañera de toda la vida, Jenny Westphalen. Un amor que bien puede ser graficado con este verso de Ernesto: “El bello cuento de los amores marxistas” (“Marx y Jenny”), porque son amores que tienen la cualidad de las grandes obras de creación: la perennidad. Y quien ha leído la biografía de Marx (como es mi caso) bien puede atribuirle este verso que Ernesto asume para sí, como si Marx se lo hubiera dicho a Jenny: “Y si/ te amo/ como para pedirte permiso/ para todo” (“Reafirmo”). Porque es de él la consideración de que “el grado en que la mujer aparezca como simple objeto de placer y no como sujeto humano permite juzgar del grado de humanización de una sociedad” (“Manuscritos: economía y filosofía)

Ernesto Montero (primero de la izquierda) junto a escritores de otros lugares del país, en el complejo deportivo donde se hospedaron - Tarma 2013

La poesía de Todo depende del humor de tus ojos no está hecha con ideas; está hecha con palabras (como le reconvino Paul Valéry al pintor Degas). Pero son palabras cargadas de pasión, de emoción, de humanidad –para decirlo en una sola expresión. ¿Hay riesgo en ello para pensar que lo puramente artístico se esté adelgazando? Yo lo dudo. Y hasta lo niego. Porque yo me identifico con este tipo de poesía tendenciosa. Una poesía que no está hecha para figurar, por puro formalismo. Una poesía que asume el riesgo del ninguneo oficial o académico. Pero poesía, al fin y al cabo, que incluso en la posibilidad –negada- de que se demuestre su insuficiencia (y no es el caso, insisto), seguirá buscando su superación, siguiendo esta prescripción brechtiana: “…de las derrotas que se tengan que comprobar no se puede sacar la conclusión de que no deben librarsebatallas.” La libertad de hacerlo siempre será una batalla por librar. Poeta Ernesto Montero: mi respaldo incondicional.

Luis Prado Flores (centro) y Ernesto Montero (derecha)

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