El riesgo de un enfrentamiento entre civiles no justifica un golpe militar
Por Nicolás Sartorius / Diego López Garrido

Lo que sucedió es que un presidente elegido por los ciudadanos fue
derribado por la fuerza, y está detenido y aislado de cualquier
asistencia legal desde entonces. El partido ganador en las elecciones ha
sido descabezado por completo y muchos de sus seguidores han sido
eliminados por el Ejército, que ha utilizado los fusiles frente a
multitudes indefensas. Se ha producido, indudablemente, un golpe de
Estado sangriento, imposible de justificar o de entender, por muchos
errores que Morsi cometiera —que los ha cometido y graves en un proceso
de transición a la democracia—, por mayor o menor apoyo popular que
posea el golpe, o por “complejo” que parezca.
Los golpes militares son siempre complejos y cuentan con apoyos
civiles, antes o después del golpe, sobre todo si triunfan, pero la
cuestión no es esta, porque el hecho inaceptable es que los ejércitos
gocen de autonomía de decisión política y se erijan en árbitros de los
destinos del país. El drama de Egipto, además, es que el Ejército nunca
ha abandonado el poder real, es un Estado dentro del Estado, con fuertes
posiciones económicas.
El hecho de que exista un riesgo de enfrentamiento entre civiles no
justifica un golpe militar, pues en ese caso sería muy fácil
provocarlos, como sabemos muy bien en España. La verdad es que quienes
ahora se han puesto del lado de los militares habían perdido las
elecciones, entre otras cosas porque no supieron encontrar un candidato
con el grado de unidad suficiente como para batir a los organizados
Hermanos Musulmanes, que vencieron con claridad. Entre otras cosas
porque se ocuparon, a su manera, a través de las mezquitas, de problemas
de la gente, cosa que, por supuesto, no hacía la dictadura ni los
militares, ante la inexistencia de un mínimo Estado social.
Lo inaceptable es que los ejércitos gocen de autonomía de decisión política y se erijan en árbitros de los destinos del país.
El golpe militar, se dio, pues, contra una decisión mayoritaria, muy
reciente; contra un Gobierno legitimado en las urnas. Esto, para Blair
—que ha justificado el golpe—, parece no tener importancia, como no la
tuvo su inaceptable apoyo en la guerra de Irak. Pero no estamos ante una
intervención militar para traer la democracia, como la que
protagonizaron los capitanes de abril en Portugal, ni tan siquiera una
acción para evitar una dictadura, pues aunque Morsi tomó decisiones que
alejaban al país de una dirección no religiosa de la política, elaboró
una constitución sin consenso y frustró las aspiraciones de los que
lucharon contra Mubarak en la plaza de Tahrir, no es cierto que
estableciera una dictadura “islamista”, pusiera fuera de la ley o
encarcelara a los adversarios políticos, lo que habría podido explicar
una intervención libertadora. Por eso, la posición de equidistancia que
las autoridades de la Unión parecen expresar advirtiendo de violencia en
ambas parte, nada tiene que ver con la realidad.
No solo eso. La dinámica actual se encamina hacia una encrucijada: o
se vuelve a la legitimidad democrática o en Egipto se impondrá una
dictadura. La experiencia de los procesos de transición a la democracia,
después de los largos periodos de dictadura, demuestran que, o se
produce un acuerdo entre las fuerzas políticas con el fin de establecer
una constitución que sea válida para todos, o la confrontación, más
tarde o más temprano, está servida. El gran error de los Hermanos
Musulmanes, llevados de su mayoría y del sectarismo religioso, es no
haber tenido en cuenta esa elección, pero ello no justifica un golpe
militar para establecer una dictadura.
La UE debe exigir a los militares la devolución del poder a los civiles en unas elecciones libres e inmediatas
La tesis que se mantiene en Bruselas y en Washington sobre la
importancia de la estabilidad en la zona y, para ello, mantener canales
de comunicación abiertos con las dos partes en conflicto, lo que
justificaría la timidez occidental en el tratamiento de la insurrección,
no se sostiene fácilmente. Primero, porque los generales no tienen
intención alguna de contar con los Hermanos Musulmanes, a los que han
descalificado llamándolos “terroristas”. Segundo, porque difícilmente
los que ganaron las elecciones van a ver en la Unión Europea un
interlocutor fiable. Tercero, porque va contra los intereses de Europa
una confrontación irreversible en la sociedad egipcia, como la que han
desencadenado los militares, favoreciendo el predominio de la opción
violenta en las filas islamistas (Al Qaeda ya parece haberse apuntado).
Ya vimos las consecuencias de este tipo de intervenciones en el caso de
Argelia, con años de guerra civil larvada y cientos de miles de muertos,
después del golpe militar contra los islamistas que habían ganado las
elecciones.
Hay que hacer una consideración más. La Unión Europea y Estados
Unidos no mantienen exactamente la misma posición política
geoestratégica en Egipto. La ayuda militar que Estados Unidos da a
Egipto (1.300 millones de dólares cada año) tiene objetivos de política
exterior y defensa cuya entidad, como es sabido, es de distinta
naturaleza de la visión de la Unión Europea, mas “civil” por así
decirlo. La política exterior de esta ha de tener como punto nuclear la
defensa y promoción de los derechos humanos, las libertades y el Estado
de derecho. Por esa razón, cuando se inició lo que se vino en llamar primavera árabe,
la Unión reconoció que su tolerancia anterior con los dictadores “no
islamistas” del norte de África no había sido la mejor decisión. De ahí
que se pusiera en marcha una estrategia nueva: “Más por más”. Es decir,
si hay progresos democráticos habrá más ayuda y más implicación de la
Unión.
La aplicación a Egipto de esta estrategia ha brillado por su ausencia
por el momento. Suspender la entrega de armas al Ejército egipcio,
aunque tardía, es positiva. Pero esto es una gota en el océano de los
12.000 millones de dólares que Kuwait, los Emiratos Árabes y Arabia
Saudí ya han comprometido a los militares golpistas.
Lo que la Unión Europea debió de hacer desde el minuto cero del golpe
es condenarlo con firmeza y mostrar su total incompatibilidad con los
actos de violencia extrema que perpetró el Ejército y con una dictadura
militar como la que de hecho existe ahora en Egipto. Y lo que debe hacer
ahora es exigir a los militares la devolución del poder a los civiles a
través de unas elecciones libres e inmediatas con la participación de
todas las fuerzas políticas egipcias, sin excepciones y en igualdad de
condiciones. Esto es lo que verdaderamente fortalece nuestra posición en
la primavera árabe. Y en el resto del mundo.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas y Diego López Garrido es diputado y presidente del Consejo de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas.
Fuente: Diario El País, martes 3 de setiembre de 2013
Fuente: Diario El País, martes 3 de setiembre de 2013
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