E l clima de profunda desconfianza que reina en Cajamarca impedía hasta ayer que la protesta de las organizaciones sociales y autoridades de esa región se encauce en la vía del diálogo, como anhelan el país entero y sus instituciones, manteniéndose la protesta y la tensión que alientan los políticos tradicionales que desean un desenlace traumático que dé paso a la violencia y la represión que los peruanos de bien rechazan.
Ciertamente esa desconfianza se ha acumulado en largos años de abusos y excesos de la minería codiciosa e irresponsable que solo ha buscado el lucro, a costa de la depredación del entorno y del daño a las poblaciones; historia que el gobierno se propone corregir con una nueva política que obliga las empresas a servir a la comunidad y respetar sus derechos, sobre todo al agua y a un ambiente sano y al desarrollo al que tienen derecho.
Pero siendo justificada esa desconfianza, de ninguna manera debe dar espacio a posiciones radicales y poco reflexivas que parecen no valorar la notable victoria obtenida por el pueblo cajamarquino al lograr el congelamiento del proyecto Conga y supeditarlo a verificaciones ambientales rigurosas, inclusive con eventuales peritajes internacionales, ámbito en el que las exigencias son implacables y no hay lugar para la manga ancha al que regímenes pasados han acostumbrado a las mineras.
Esas posiciones, lejos de buscar consolidar lo alcanzado en un diálogo que consagre el respeto a los derechos del pueblo cajamarquino, exigen la anulación total del proyecto, en lugar de sentarse a debatirlo y exigir en la mesa que se les demuestre la viabilidad de Conga, porque ya está claro que si no demuestra que no dañará las fuentes de agua ni el entorno cajamarquino, simplemente no podrá hacerse efectivo.
Es hora pues de apertura, de reflexión y de entendimiento entre los peruanos, que demuestre a las nuevas generaciones y al mundo entero, que en este país somos capaces de entendernos, que estamos decididos a resolver nuestros problemas con tolerancia al punto de vista ajeno y sin represión ni violencia, sin vencedores ni vencidos, sin sangre derramada.
La Iglesia Católica, la Defensoría del Pueblo, la CGTP y otras instancias, han expresado lo que es el clamor nacional por el diálogo y han emprendido el loable esfuerzo de acercar a las partes y viabilizar las conversaciones, y oficialmente se anuncia el viaje de una delegación de alcaldes cajamarquinos a Lima, para hablar con altas autoridades a fin de encontrar una salida a la crisis.
Nadie debe oponerse al diálogo ni hacerle el juego a los carroñeros que pretenden la conflagración, la cual, bien lo saben y por eso la alientan, hará social y políticamente inviable el proyecto de cambio que la mayoría nacional desea, para el bien de la Patria y la democracia.
Ciertamente esa desconfianza se ha acumulado en largos años de abusos y excesos de la minería codiciosa e irresponsable que solo ha buscado el lucro, a costa de la depredación del entorno y del daño a las poblaciones; historia que el gobierno se propone corregir con una nueva política que obliga las empresas a servir a la comunidad y respetar sus derechos, sobre todo al agua y a un ambiente sano y al desarrollo al que tienen derecho.
Pero siendo justificada esa desconfianza, de ninguna manera debe dar espacio a posiciones radicales y poco reflexivas que parecen no valorar la notable victoria obtenida por el pueblo cajamarquino al lograr el congelamiento del proyecto Conga y supeditarlo a verificaciones ambientales rigurosas, inclusive con eventuales peritajes internacionales, ámbito en el que las exigencias son implacables y no hay lugar para la manga ancha al que regímenes pasados han acostumbrado a las mineras.
Esas posiciones, lejos de buscar consolidar lo alcanzado en un diálogo que consagre el respeto a los derechos del pueblo cajamarquino, exigen la anulación total del proyecto, en lugar de sentarse a debatirlo y exigir en la mesa que se les demuestre la viabilidad de Conga, porque ya está claro que si no demuestra que no dañará las fuentes de agua ni el entorno cajamarquino, simplemente no podrá hacerse efectivo.
Es hora pues de apertura, de reflexión y de entendimiento entre los peruanos, que demuestre a las nuevas generaciones y al mundo entero, que en este país somos capaces de entendernos, que estamos decididos a resolver nuestros problemas con tolerancia al punto de vista ajeno y sin represión ni violencia, sin vencedores ni vencidos, sin sangre derramada.
La Iglesia Católica, la Defensoría del Pueblo, la CGTP y otras instancias, han expresado lo que es el clamor nacional por el diálogo y han emprendido el loable esfuerzo de acercar a las partes y viabilizar las conversaciones, y oficialmente se anuncia el viaje de una delegación de alcaldes cajamarquinos a Lima, para hablar con altas autoridades a fin de encontrar una salida a la crisis.
Nadie debe oponerse al diálogo ni hacerle el juego a los carroñeros que pretenden la conflagración, la cual, bien lo saben y por eso la alientan, hará social y políticamente inviable el proyecto de cambio que la mayoría nacional desea, para el bien de la Patria y la democracia.
Fuente: Diario La Primera página 4, jueves 1 de diciembre 2011.
0 comentarios:
Publicar un comentario