Por Enrique Chávez A.
Hay quienes piensan que las protestas en Cajamarca son producto de la
manipulación ideológica de líderes izquierdistas que no es que
defiendan el medio ambiente, sino que odian la inversión privada. “Siempre
estuvieron contra las grandes empresas, demandando su nacionalización y
expulsión. [Y] Como esas ideas ya no son aceptadas, ahora se disfrazan
de ambientalistas, un atuendo más respetable”; dice Fernando
Rospigliosi en La República, refiriéndose a los dirigentes de las
protestas y tratando de definir el verdadero carácter de la protesta.
Es
curioso, pero esta respuesta ha caracterizado siempre a la derecha
peruana. Su más refinada expresión fue la política del Perro del
Hortelano, propugnada por Alan García, duramente criticada por el
Ollanta Humala candidato, y casi fielmente continuada por el Ollanta
Humala presidente de la República.
Este diagnóstico errado de la
conflictividad socio – ambiental en el país, viene preñado de una
aseveración implícita: la imposibilidad de que una lucha pueda tener un
sincero y justificado cariz ambientalista. Esta evidente falacia, ha
sido pues utilizada por la derecha siempre. Aquí no hay ambientalistas;
aquí hay marxistas reciclados, “sandías”: verdes por fuera, rojos por
dentro; para utilizar un jocoso parangón. ¿Y las miles de personas que
protestan? Son gente manipulada, que no sabe de los verdaderos intereses
de sus dirigentes. Y luego, muy convenientemente, comienzan a aparecer
pintas subversivas, y la prensa (que sí es manipulada), abunda en
reportajes acerca de cómo Antauro dirige las protestas, cómo el MRTA
busca consolidarse como partido, etcétera, etcétera.
Pero yendo al
punto al que quisiera llegar, ¿qué tan cierto es que los discursos
ambientalistas son sólo oropeles bajo los que se esconden las ideas de
abolición de la propiedad privada de los medios de producción? ¿Es
cierto que la lucha por la conservación del agua y el medio ambiente es
sólo el nuevo disfraz de recalcitrantes seguidores de Karl Marx? Creo
que ¡no! En modo alguno. Aunque hay una verdad insoslayable: en una
sociedad como la nuestra, los mayores e irreversibles daños contra el
medio ambiente los ocasiona el “capitalismo salvaje”. Ese capitalismo
que con tal de expandir sus tentáculos, no repara en la naturaleza y sus
límites. Si hay que extraer oro, no importa si se destruyen fuentes de
agua. Ese es su razonamiento, o esa es su irracionalidad, para ser más
exactos: la irracionalidad de los adoradores del dios Dinero.
“¡No
queremos oro, queremos agua!”, grita un campesino. Yo lo veo y me
emociono hasta quedar al borde de las lágrimas. “Moriremos cuando Dios
nos llame. No queremos morir a pausas, de sed”, dice otro de mayor edad.
Y me pregunto: ¿en verdad habrá quién crea en la tesis de la protesta
como manipulación? Pero los defensores de la actividad minera en
cabecera de cuenca, abruman con argumentos: “tendrán más agua que
ahora”, “el nuevo paradigma ya no es la intangibilidad de la cabecera
de cuenca, sino la gestión de la misma”; “los reservorios serán mejores,
podremos controlar el caudal”, etc. Y en mi mente se recrea la anécdota
que me contara un amigo: si vieras, Kike – me dice – cuando
llega la cisterna, la gente se pelea por un poco de agua. Y pensar que
antes el líquido elemento era un regalo de la laguna Yanacocha.
¿Parece un cuento? ¿Una invención seductora para traerte a las filas de
los antiminas marxistas radicales? Qué más da. Ya hemos visto cómo
Yanacocha mantiene al Rio Grande con una vida tan artificial como su
pretendido compromiso con el desarrollo de Cajamarca. Sí, sí… Yanacocha
desahucia ríos, apaga lagunas, contamina el agua, asesina campesinos,
persigue dirigentes, organiza reglajes a quienes se le oponen, compra
funcionarios, compra periodistas, chantajea y corrompe a quien puede;
pero todo esto debe aguantarse en nombre del canon, del dinero, del
“progreso”.
Recuerdo que, iniciando mi probablemente poco
fructuosa carrera como dirigente estudiantil, participamos en una
marcha, una movilización. Se había asesinado a Isidro Llanos Chavarría,
un dirigente comunal de Combayo, defensor del medio ambiente. En aquel
tiempo escribimos algo titulado: “Isidro Llanos, campesino víctima de
muerte natural”. Y es que en este país, gobernado por la
irracionalidad y la angurria de la ridícula derecha, este asesinato
parecía en verdad “natural”. Como pretenden parezca “natural” la
desaparición de lagunas, de humedales, de ríos, de vidas…
Y si no,
veamos lo que nos pide Ollanta: una oportunidad para demostrar que el
oro y el agua pueden convivir. ¡Pero claro que pueden! Y de hecho lo
hacen, en Conga, y lo demuestra la naturaleza. Lo que no es posible,
señor Humala, es la explotación del oro, donde nace el agua. Y lo
demuestra la experiencia. Y es algo que usted no puede cambiar, acuñando
expresiones paradójicas y sin sentido como “reservorios naturales”.
Las
protestas en Cajamarca, son pues, protestas contra la irresponsabilidad
de la explotación y expansión mineras, son una “crítica de la
irracionalidad pura de la gran minería”. Porque, como dice una amiga, bueno es culantro... Y ya se han tocado los límites de la naturaleza. Suficiente de desaparecerlo todo por dinero.
Y
habrá quien – como Ollanta – diga que este discurso, esta dicotomía
entre agua y oro, entre vida y minería en cabecera de cuenca, es una
estratagema para conmover sentimientos y desatar pasiones, una retahíla
de palabras proferidas desde el extremismo que carece de sustento
técnico. Pero no. Porque el extremismo más peligroso hoy, es el que cree
que la naturaleza no tiene límites, que se pueden mantener ríos con
agua bombeada y contaminada, que se pueden trasladar lagunas como
recipientes de agua, en fin, el extremismo de quienes olvidan su
condición humana y pretenden dar golpe de estado al hacedor de la
naturaleza en nombre del dinero. Ese extremismo sí que es dañino, y no
obstante, pocos lo ponen en evidencia. Y esta dicotomía entre vida y oro
no es una invención de los “antimineros”, no es parte de un discurso
barato. Es la manifestación de una realidad mundial desarrollada, por
ejemplo y desde una perspectiva más amplia, por Noam Chomsky en su
libro “Hegemonía o Supervivencia”; es la gran dicotomía entre “progreso
material” y vida, la gran prueba puesta al hombre para medir su
responsabilidad con la tierra y las futuras generaciones; la pregunta
ansiosa de respuesta, ¿en verdad estamos dispuestos a aniquilarlo todo a
cambio de oro? ¿Queremos ser la especie viva que se no contenta con
exterminarse a sí misma, quiere exterminar a las demás? ¿Somos, como
cantan los Kjarkas, un factor de error en la creación?
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