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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 28 de noviembre de 2011

Opinión libre: Protesta Ambientalista: Crítica de la Irracionalidad Pura.

 Por Enrique Chávez A.

Hay quienes piensan que las protestas en Cajamarca son producto de la manipulación ideológica de líderes izquierdistas que no es que defiendan el medio ambiente, sino que odian la inversión privada. “Siempre estuvieron contra las grandes empresas, demandando su nacionalización y expulsión. [Y] Como esas ideas ya no son aceptadas, ahora se disfrazan de ambientalistas, un atuendo más respetable”; dice Fernando Rospigliosi en La República, refiriéndose a los dirigentes de las protestas y tratando de definir el verdadero carácter de la protesta.


Es curioso, pero esta respuesta ha caracterizado siempre a la derecha peruana. Su más refinada expresión fue la política del Perro del Hortelano, propugnada por  Alan García, duramente criticada por el Ollanta Humala candidato, y casi fielmente continuada por el Ollanta Humala presidente de la República.

Este diagnóstico errado de la conflictividad socio – ambiental en el país, viene preñado de una aseveración implícita: la imposibilidad de que una lucha pueda tener un sincero y justificado  cariz ambientalista. Esta evidente falacia, ha sido pues utilizada por la derecha siempre. Aquí no hay ambientalistas; aquí hay marxistas reciclados, “sandías”: verdes por fuera, rojos por dentro; para utilizar un jocoso parangón.  ¿Y las miles de personas que protestan? Son gente manipulada, que no sabe de los verdaderos intereses de sus dirigentes. Y luego, muy convenientemente, comienzan a aparecer pintas subversivas, y la prensa (que sí es manipulada), abunda en reportajes acerca de cómo Antauro dirige las protestas, cómo el MRTA busca consolidarse como partido, etcétera, etcétera.

Pero yendo al punto al que quisiera llegar, ¿qué tan cierto es que los discursos ambientalistas son sólo oropeles bajo los que se esconden las ideas de abolición de la propiedad privada de los medios de producción? ¿Es cierto que la lucha por la conservación del agua y el medio ambiente es sólo el nuevo disfraz de recalcitrantes seguidores de Karl Marx? Creo que ¡no! En modo alguno. Aunque hay una verdad insoslayable: en una sociedad como la nuestra, los mayores  e irreversibles daños contra el medio ambiente los ocasiona el “capitalismo salvaje”. Ese capitalismo que con tal de expandir sus tentáculos, no repara en la naturaleza y sus límites. Si hay que extraer oro, no importa si se destruyen fuentes de agua. Ese es su razonamiento, o  esa es su irracionalidad, para ser más exactos: la irracionalidad de los adoradores del dios Dinero.

“¡No queremos oro, queremos agua!”, grita un campesino. Yo lo veo y me emociono hasta quedar al  borde de las lágrimas. “Moriremos cuando Dios nos llame. No queremos morir a pausas, de sed”, dice otro de mayor edad. Y me pregunto: ¿en verdad habrá quién crea en la tesis de la protesta como manipulación? Pero los defensores de la actividad minera en cabecera de cuenca, abruman con argumentos: “tendrán más agua que ahora”, “el nuevo paradigma ya no es la intangibilidad de la cabecera  de cuenca, sino la gestión de la misma”; “los reservorios serán mejores, podremos controlar el caudal”, etc. Y en mi mente se recrea la anécdota que me contara un amigo: si vieras, Kike – me dice – cuando llega la cisterna, la gente se pelea por un poco de agua. Y pensar que antes el líquido elemento era un regalo de la laguna Yanacocha. ¿Parece un cuento? ¿Una invención seductora para traerte a las filas de los antiminas marxistas radicales? Qué más da. Ya hemos visto cómo Yanacocha mantiene al Rio Grande con una vida tan artificial como su pretendido compromiso con el desarrollo de Cajamarca. Sí, sí… Yanacocha desahucia ríos, apaga lagunas, contamina el agua, asesina campesinos, persigue dirigentes, organiza reglajes a quienes se le oponen, compra funcionarios, compra periodistas, chantajea y corrompe a quien puede; pero todo esto debe aguantarse en nombre del canon, del dinero, del “progreso”.

Recuerdo que, iniciando mi probablemente poco fructuosa carrera como dirigente estudiantil, participamos en una marcha, una movilización. Se había asesinado a Isidro Llanos Chavarría, un dirigente comunal de Combayo, defensor del medio ambiente. En aquel tiempo escribimos algo titulado: “Isidro Llanos, campesino víctima de muerte natural”. Y es que en este país, gobernado por la irracionalidad y la angurria de la ridícula derecha,  este asesinato parecía en verdad “natural”. Como pretenden parezca “natural” la desaparición de lagunas, de humedales, de ríos, de vidas…

Y si no, veamos lo que nos pide Ollanta: una oportunidad para demostrar que el oro y el agua pueden convivir. ¡Pero claro que pueden! Y de hecho lo hacen, en Conga, y lo demuestra la naturaleza. Lo que no es posible, señor Humala, es la explotación del oro, donde nace el agua. Y lo demuestra la experiencia. Y es algo que usted no puede cambiar, acuñando expresiones paradójicas y sin sentido como “reservorios naturales”.

Las protestas en Cajamarca, son pues, protestas contra la irresponsabilidad de la explotación y expansión mineras, son una “crítica de la irracionalidad pura de la gran minería”. Porque, como dice una amiga, bueno es culantro... Y ya se han tocado los límites de la naturaleza. Suficiente de desaparecerlo todo por dinero.

Y habrá quien – como Ollanta – diga   que este discurso, esta dicotomía entre agua y oro, entre vida y minería en cabecera de cuenca, es una estratagema  para conmover sentimientos y desatar pasiones, una retahíla de palabras proferidas desde el extremismo que carece de sustento técnico. Pero no. Porque el extremismo más peligroso hoy, es el que cree que la naturaleza no tiene límites, que se pueden mantener ríos con agua bombeada y contaminada, que se pueden trasladar lagunas como recipientes de agua, en fin, el extremismo de quienes olvidan su condición humana y pretenden dar golpe de estado al hacedor de la naturaleza en nombre del dinero. Ese extremismo sí que es dañino, y no obstante, pocos lo ponen en evidencia. Y esta dicotomía entre vida y oro no es una invención de los “antimineros”, no es parte de un discurso barato. Es la manifestación de una realidad mundial desarrollada, por ejemplo y desde una perspectiva más amplia,  por Noam Chomsky en su libro “Hegemonía o Supervivencia”; es la gran dicotomía entre “progreso material” y vida, la gran prueba puesta al hombre para medir su responsabilidad con la tierra y las futuras generaciones; la pregunta ansiosa de respuesta, ¿en verdad estamos dispuestos a aniquilarlo todo a cambio de oro? ¿Queremos ser la especie viva que se no contenta con exterminarse a sí misma, quiere exterminar a las demás? ¿Somos, como cantan los Kjarkas, un factor de error en la creación?

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