Por Enrique Chávez A.
¿Qué demonios puede estarme pasando? Cuando
me miré al espejo, no era yo. Ese reflejo no era mío. Al no poder
controlar plenamente el movimiento de mis manos, me sentí menos libre;
pero en ese momento, cuando me miré al espejo, me sentí ajeno a mí
mismo, como si alguna fuerza hubiera secuestrado mi personalidad. ¡Qué
sensación de mierda!
En mi cabeza daban vueltas mil y una
hipótesis respecto de lo que me sucedía. ¿Tendrá que ver con mi
colesterol? Carajo! Caminar me era difícil. Difícil y doloroso. Tengo
que ver al médico. Esto, además de anormal puede ser peligroso.
´Tome el celular y, de prisa, llamé a un
amigo. Necesitaba que me acompañe a la clínica. De pronto, un extraño
sentimiento se apoderó de mí. Una mezcla de angustia e incertidumbre,
que nacía aquí en el estómago, como el enamoramiento, pero sin el
éxtasis que éste implica.
Cuando Jhon llegó a verme, me encontró
recostado. ¿Qué pasa, cholo? Me asustas. Acompañame a la clínica, mi
loco, algo raro me pasa. Fuimos rápidamente, pues era domingo, y luego
del medio día, todo estaría cerrado.
Por fin, en la clínica, uno siente cierto
alivio. Como si el alma te soplara diciendo: tranquilo, en un rato todo
será como antes.
Luego de auscultarme, el facultativo, con
evidente imprecisión dijo que podría tratarse de un relajamiento
muscular, por el dolor en las piernas; pero que le preocupaba la
ausencia de fuerza en las manos, por lo que recomendaba que visitara a
un neurólogo. Mierda!!! Y eso es todo? Ni receta, ni algo de
certidumbre. ¡Qué manera de ganar la plata! Pensé, y mi pensamiento se
tradujo en una retorcida y maliciosa sonrisa, que, en mérito de las
noticias que se acercaban rampantes, no duraría mucho.
Un neurólogo… Y qué podría significar que un
médico te recomiende ir a un especialista, sino que lo que te agobia no
es nada simple, como para tratarlo con ibuprofeno y amoxicilina. Llamé a
mi madre, tenía que decírcelo, aunque lo último que quería era
preocuparla. Conociéndola, iba a viajar inmediatamente, obviando
cualquier circunstancia, sin importarle nada. Aún así, se lo dije: No
tengo fuerza en las manos, y caminar me cuesta mucho. Me duelen las
pantorrillas. Ah, pero también le dije que no viajara, que ya había ido
al médico y que tendría que ir al neurólogo, por la mañana. Ella me
escuchó en silencio, un silencio de aquellos que son más elocuentes que
el más expresivo discurso. Y sus palabras nacieron después, pero no
fueron para mí, sino para pedirle a mi tío que me llevara al neurólogo
inmediatamente.
Edwin es el menor de los tres hermanos de mi
madre. Siempre que lo veo es imposible no evocarlo cantando “La sopa”,
junto a mis tíos Luis y Moisés, siempre para el cumpleaños de alguno de
ellos, o cuando se reencuentran en casa, luego de largo tiempo de
ausencia. Pero esa noche, ese domingo, no hubo tal evocación. Solo un
saludo, corto, casi silencioso, y nos pusimos en marcha. Pero claro, no
había atención. Cómo olvidamos que es domingo, por Dios. Cómo lo olvidé
yo, y vine a enfermarme.
Yo intentaba minimizar el asunto: mañana
entonces, con paciencia… Nada señor, vamos al Hospital Regional,
algo tendrán que decir los médicos. Y ya en emergencia, comenzó la
cadena, aquella cuyos eslabones son noticias, unas buenas, otras malas,
la cadena del paciente de hospital.
Suba usted a la camilla. Claro, cómo no.
Recuéstese. Describa por qué está aquí. El doctor me oía como distraido
por el paciente de la camilla de mi izquierda, en la que, acostado, se
quejaba un paciente que había sido rescatado de la muerte que él mismo
había intentado provocar, bebiendo veneno, quién sabe por qué motivo.
Y luego, el diagnóstico: Mira, posiblemente,
lo que tengas sea lo que se conoce como Síndrome de Guillain Barré.
Este síndrome tiende a desactivar los músculos, restándoles fuerza,
producto de la desmielinización de los nervios. En algunos casos –que
espero no sea el tuyo– se paralizan los músculos respiratorios, y el
paciente sufre un paro respiratorio. Por eso, te vas a quedar
hospitalizado, ya que existe la posibilidad de que necesites respiración
artificial.
Yo lo escuché atónito, asustado, angustiado y juro que lo último que quería era pasar la noche en el hospital.
CONTINÚA
2 comentarios:
Estimado Enrique:
Por intermedio de tu tío José Luis me enteré acerca de tu extraño mal, que parece ser el mismo que aquejó al paisano Oscar Araujo Sánchez. Y más extraño aún es el hecho de que la incidencia de este mal sea rarísimo en millones de personas y se den precisament dos casos en una población relativament reducida como somos los celendinos.
Dentro de todo lo penoso que puede resultar una enfermedad como la que te atacó, es bueno destacar el espíritu solidario de muchos de nuestros paisanos que s epusieron la camiseta para rescatarte.
Fuerza, Enrique, tus amigos de CPM te queremos ver bien por siempre.
Un abrazo.
Charro
Lo bueno de la tecnología es que la comunicación es más rápida y fluída. Pero, sobre todo en ésta urbe, aún existimos personas demasiado ocupadas en nuestros quehaceres cotidianos y absorventes, por lo que no nos damos tiempo para actuar cómo debe ser en éstos casos.
Amigo Enrique, por lo que leo en ésta crónica, lograrás la recuperación y estabilidad de tu salud. Gracias a José Luis, se que ya estás de alta.
Discúlpame por no heberte visitado. Te envío mi saludo y deseo para que tu recuperación sea total.
Un abrazo.
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