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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

martes, 15 de noviembre de 2011

Historias reales y..., de la otras: EL AHORCAMIENTO

Autor: Virgilio Leetrigal
 
Victoriano, recorría la amplitud libre de su casa, en La Quinuilla, anexo del caserío Calconga, distrito El Huauco; y entonaba un huayno de “Los Errantes de Chuquibamba”: “Lloraré en silencio negra, hecho pedazos mi amor herido..."

Y... una mujer indignada, paradójicamente llamada Digna, lo interrumpió llamándolo:

— ¡Victorianooo!

— ¡Bueno! —dijo él.

— ¡Acércate!, mira esto —reclamó Digna, agitando con su diestra, unas hilachas retorcidas.

Ante la crispación de la mujer, Victoriano, se acercó a la alambrada o cerco de colindancia.

— ¿Qués eso? —preguntó.

—Lo que tu perro Feñipo dejó, luego de comerse las riendas de mi caballo —dijo la mujer malhumorada—. Ahistán, ojalá a vos te sirvan, a mí ya no —agregó, arrojándole el rollo de hilachas casi por la cara.

— ¡Carajo! ¿Qué tiahace pensar que mi perro, hizo este perjuicio? —preguntó Victoriano, recogiendo las hilachas.

—Primero, carajéalo a tu mujer. Segundo, tu perro es el único animal mañoso desta comunidá, porque no le das de comer —contestó Digna.

— ¡Yo soy hombre de trabajo!, puedo mantener por años toda ésta comunidad, y ¿no voa poder mantener un perro?!No jodas! —replicó Victoriano, ya alterado.

—Cuando nuhay nadie en tu casa, no come; mira lo flaco questá. Hambriento entra hasta las cocinas de los vecinos —retrucó Digna—. Así sacó las riendas de mi casa; desgraciadamente el cuero estuvo mojao por la lluvia quihay.

—Yo nunca consiento descréditos en mi casa, si mi perro siha vuelto mañoso y come cuero mojao, como dices, hoy mesmo muere. ¡Muerto el perro siacabó la maña! Lohorcaré con estos mesmos puchos que dejó, luego arreglamos el daño —sentenció finalmente Victoriano; ésta vez, agitando él las hilachas.

Victoriano llamó a Rolando, su primogénito de siete años. El niño salió del interior de la casa, caminando con naturalidad y simulando no haber escuchado la discusión. Sabía que a su padre, le molestaba que los niños escuchen conversaciones o discusiones de mayores.

—Buenos días papá —dijo tímidamente.

—No son buenos —contestó el padre enfadado—. ¡Éste yastá jodido!... ¡Búscalo y tráemelo al Feñipo!

— !Ya papá! —obedeció Rolando.

— ¡Pero pronto! —bramó Victoriano.

Rolando desapareció raudo por detrás de la casa y gritó: "¡Feñipoooo!, ¡to!, ¡too!, ¡toooo!". El perro apareció por la esquina del cuyero y, moviendo su cola, se le acercó.

— ¡Vamos Feñipo! Tenemos problemas —dijo entristecido—. Comiste las riendas del caballo de la tía Digna. Luego, le cogió las patas delanteras y lo jaló, como un obrero a una carretilla vacía. El can anduvo tímidamente tras el niño. Victoriano impaciente y enfurecido esperaba, hilachas en mano, y con lazo ya preparado en uno de sus extremos. Apenas se cruzaron miradas, el niño sintió que Feñipo ofrecía resistencia: clavaba sus patas traseras en el terreno herboso y sus quejidos se intensificaron. “Cierto, es culpable, pero ojalá pueda salvarlo”, pensó.

—Aquí está papá. Por favor solo castígalo —suplicó.

—! Agárralo!, mientras lo amarro —ordenó Victoriano, ignorando la súplica.

— ¡Ya papá! —obedeció sumiso Rolando.

Victoriano no se condolió. Pasó el lazo corredizo por la cabeza de Feñipo y le ajustó el cuello. Feñipo hacía resistencia plantando sus patas y moviéndose desesperadamente en ademán de zafarse del lazo; gritaba y gruñía como amenazando morder. Victoriano se enfadaba más ante la reacción del can, y con fuertes tirones, lo puso bajo las ramas del viejo sauco. Allí, lo sujetó con furia y lanzó, por sobre la rama más gruesa, el rollo de las tiras de cuero.

— ¡Papá, no lohorques!, Geíto llorará si Feñipo muere —imploró Rolando.

— ¡Ándate a la… cocina! —ordenó Victoriano hoscamente—. El niño asustado, corrió hacia allá. Juliana, su madre, lo recibió. Ella, que conocía el temperamento de su marido, dijo: "No podemos hacer nada hijito. Nos castigará también, si insistimos".

Victoriano cogió la cuerda pasante y la tensionó verticalmente contra la resistencia del perro. Una por una, sus patas, se desprendieron del suelo hasta quedar colgado. Ya en el aire, su cuerpo contorsionaba, en un intento instintivo de evitar el ajuste fatal; pero sus movimientos, más bien, lo aceleraron. Poco a poco disminuía el movimiento de sus patas en el estertor de la muerte. Un corto y lastimero quejido exhaló finalmente. Juliana llorosa abrazó a su hijo, tapándole ojos y oídos.

Cuando el cuerpo colgado dejó de contorsionar, moviéndose solo por inercia, Victoriano lo dio por muerto. Soltó la cuerda y el perro bajó en caída libre. Iracundo, se acercó al cadáver y le pateó las quijadas. "¡Esto merecías por mañoso!", dijo con desprecio. Y, volvió a llamar a Rolando.

—Me lavaré, desayunaré, e iré a trabajar. Vos llevas a éste mañoso muerto a botarlo al hueco "La Tulula" ¿Entendido? —le ordenó el padre—. Allí será comida de los shingos (gallinazos).

—Papá, solito no puedo cargarlo —observó el niño.

—Despierta a tu hermana y arrástrenlo ambos —ordenó categóricamente el padre.

Rolando fue a despertar a Georgina, su hermanita de cinco años:

— ¡Geo!, ¡Geíto! ¡Despierta! —dijo. Georgina despertó y preguntó:

— ¿Qué pasa?

— !Feñipo murió!, respondió Rolando
 
— ¿Cómo?!No puede ser! —exclamó sorprendida.

—La tía Digna lo acusó que comió las riendas de su caballo. Papá ya lohorcó, está muerto al pie del saúco, y ordenó que lo dejemos en "La Tulula" —informó Rolando.

— ¡Pucha! —pronunció ella. Su rostro alegre se transformó e irrumpió en llanto silencioso. Se levantó, se vistió, cogió su sombrero albo de paja toquilla, y salió presurosa tras su hermano. En el herbazal yacía Feñipo: tumbado, laxo, con la lengua afuera y los ojos inmóviles.

Rolando jaló la cuerda intentando moverlo.

— ¡Noooo!!De su pescuezo noooooo! —gritó Georgina, intensificando su llanto. Por sus mejillas, sus lágrimas, discurrían incontenibles. Así, arrebató violentamente la cuerda de cuero a su hermano. Seguidamente, siempre llorando, se acercó al cadáver, le retiró el lazo del cuello, y lo colocó por detrás de las patas delanteras.

—Aura si, jalemos —dijo—. Georgina adelante y Rolando atrás, jalaron la cuerda, inclinando sus cuerpos frágiles hacia adelante, para incrementar su fuerza. Arrastraron al cadáver hasta donde el camino se bifurcaba. Rolando quiso ir por el sendero terroso, Georgina protestó:
 
— ¡Puaray noooo! ¡Pobres sus costillas!. Lo llevaremos puel pasto de la escuela.

Detrás del Centro Educativo, y ya sin visibilidad hacia la casa, la niña ordenó: “¡Descansemos aquí!”. Y, recordó que meses atrás, vio en el pueblo, un especial triunfo de la vida sobre la muerte: Fue el último domingo de los carnavales. La gente hacía un círculo alrededor de una gallina o gallo enterrado, con su sola cabeza al aire libre. Luego un intercambiable personaje vendado, daba tres varazos en busca de golpear la cabeza del ave. El que acertaba y lo mataba, tenía derecho, a sola firma, a llevárselo para comérselo, a condición de que el próximo año devuelva dos. Así era la costumbre de “la muerte de los gallos” para los lugareños. La niña recordó que vio el caso especial de un gallo que, al primer varazo de un participante, saltó del hoyo, dio dos saltos más en campo abierto y quedó casi inmóvil. Un hombre que hacía de “Juez”, lo cogió y dio por muerto. La esposa del participante sacó su sombrero, tapó con éste la cabeza del gallo y tamboreó con sus dedos en la copa, como animándolo a revivir, y, el gallo revivió. Georgina había quedado impresionada por aquel suceso.

Ahora ella estaba junto a su perro y se preguntaba: ¿funcionará con él? Acariciándole el lomo, balbuceó así:

—Vos eres más juerte quiun gallo, Feñipito. ¡Vamos! ¡güelve! ¡Vive! Puso su sombrero sobre la cabeza del can inerte y golpeó su copa, tal como vio hacer a la mujer que revivió al gallo.

— ¡No nos dejes Feñipito! ¡Lucha por tu vida! —pronunciaba, apenada y concentrada.

Un momento después, Rolando vio que Feñipo movió levemente una de sus patas traseras, luego, las dos. Inmediatamente después, todo su cuerpo convulsionó como al eructar o hipar. “! Vaya!”, pensó.

— ¡Geo!…, ¡Geíto! ¡Feñipo se movió! —dijo eufórico.

— ¡Shhhit! —pronunció la niña, llevándose el índice a la boca. Quitó el sombrero y ¡Oh sorpresa!: Feñipo pestañeaba.

— ¡Vivió! ¡Vivió! —gritó Rolando eufórico, cerrando sus puños y dando saltitos de emoción. Sus ojos humedecidos brillaban.
 
— ¡Feñipito…Volviste! ¡Sabía que vos podías! —dijo emocionadísima Georgina, frotándole suavemente la cabeza.

Feñipo veía un paisaje nublado; y a los niños, como sombras móviles que lo acariciaban. Les correspondía moviendo levemente su cola y pestañeando más agitadamente. Rolando quiso ayudarlo a pararse, pero Georgina le prohibió, indicándole que debían alejarse. Desde nueva y cercana ubicación, llamó al resucitado perro; éste se paró, flaqueó un poco y rengueando caminó hacia ellos. Georgina, ordenó a su hermano que lo vigilara, mientras ella corrió hasta un manantial cercano. Regresó con la copa de su sombrero rebozando de agua. El can bebió lentamente.

— ¡Esues Feñipito! —lo animó Georgina—. Lagua tihará mucho bien.

Feñipo recuperado, lentamente se apartó de los niños, perdiéndose tras una loma; fué con dirección al camino ancho, por el que podía regresar a casa, o alejarse al este, hacia Vigasmayo. “Seguro irá a casa”, dijo Rolando, al perderlo de vista.

Al momento, Victoriano apareció por la calle principal que atraviesa un pequeño campo deportivo de la comunidad. Al ver a sus niños junto al centro educativo, preguntó:

— ¿Ya lo botaron al mañoso ese?

— ¡Sí papá! —mintió la niña, mostrándose muy segura.

—Entonces regresen, su mamá está esperándolos con su desayuno —ordenó Victoriano, reanudando su marcha.

Juliana, crédula y cómplice a la vez, escuchó atenta lo que narraron sus hijos. Pero el resucitado Feñipo no regresó a casa.

Pasó buen tiempo, y un dìa, madre e hijos hablaron del asunto:

—Quizás vuelva algún día, si no enfermó y murió —dijo Juliana.

—Feñipo ingrato se largó, sabe Dios a dónde —apuntó Rolando.

—Volverá —dijo la niña—. Cuando papá quiera perdonale, volverá...

Victoriano, por su lado, ordenó que nunca más se criara perros en casa: “¡No quiero volverme mataperro por segunda vez!”, decía con autoridad.


Un día de febrero, los niños pastaban sus ovejas en la estancia llamada “Plato de oro”. La tremenda y grata sorpresa fue que Feñipo reapareció allí: lo hizo corriendo directamente hacia ellos, pasó por entre el rebaño, asustándolo y dispersándolo. El can estiraba su cabeza hacia delante, achicaba sus orejas; pestañeaba y agitaba su cola.

— ¡No lo puedo creer!, ¡Es Feñipo!, ¡Feñipito! —lloraba sorprendida y emocionada Georgina, abrazándolo y acariciándolo.

— ¡Feñipo! ¡Te extrañamos!, ¡Más de dos años sin verte!, ¡Qué lindo! !Volviste! —dijo Rolando, imitando a su hermana.

Feñipo lucía saludable, fuerte y con su pelaje brilloso. Se mostró muy contento por encontrarse con quienes le salvaron la vida. Cuando ellos lo abrazaban y lo acariciaban, él se paraba reiteradamente en dos patas, y les correspondía agitando más rápidamente su cola, gimiendo intensamente y lamiéndoles alternadamente sus rostros. Pasada la euforia, el perro se sentaba, olfateaba y miraba inquieto hacia el horizonte. Se quejaba mostrándose cada vez más intranquilo. Los niños pensaron que Feñipo ya había olvidado el trauma de su ahorcamiento y tenía prisa por llegar a casa. Y lo dejaron partir, esperanzados en que más tarde lo encontrarían allí.

Cuando el sol se ocultaba, y la sombra de los cerros cubría por completo las casas aisladas de la comunidad, los niños llegaron a la suya, arriando al rebaño. Instantes después, Rolando llamaba con vehemencia: ¡Feñipoooo! ¡Feñipooooo! ¡To!, ¡too!, ¡toooo! Entristecido, miró hacia la esquina del cuyero, por dónde tiempo atrás, apareció Feñipo para enfrentar a la muerte. Le extrañó que ahora no lo hiciera para seguir viviendo. Entonces, la duda empezó a martillarle la cabeza y se dijo: "¿sería realmente Feñipo el que vimos hoy? Quizás solo fue su alma, feliz y agradecida".

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