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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 30 de octubre de 2017

(Conciencia Crítica: Cuento) LOS INICIADOS DE LA PROFESIÓN MÁS ANTIGUA…

Por Mario Peláez

“Corrían los años sesenta, entonces la vida en las provincias trascurrían parsimoniosamente, en cámara lenta, los días eran perezosos, calcados unos de otros, salvo los domingos en que todos se endomingaban con sus mejores ropas y se concentraban en la plaza principal para escuchar a la banda de músicos. Eran colectividades horneadas con la moral patriarcal, con consignas aceradas como la virginidad femenina, el pecado original y el fin del mundo. En la ciudad de Celendín, en cambio, el bullicio y la digresión eran evidentes: sus gentes miran más allá del horizonte y sus pies andan apurados cotejando geografías. “

Así empezó Mario hilvanando sus recuerdos después de décadas; y cuándo le preguntaban por la precisión con que daba cuenta, él contestaba que ello dependía del estímulo que lo origina. “ No siempre la cotidianidad es devorada por el olvido, como tampoco siempre la imaginación sobrepasa al conocimiento. Pero es permanente que la imaginación ilumine la oscuridad que va dejando el tiempo ”.

-¡Ayayay!. La profesión más antigua del mundo se ha convertido en el deporte de los muchachos, que empieza como requerimiento sensorial y apremio emocional para terminar con purgación –dijo a viva voz don Ernesto Montoya, con aire de regente de la moral pública.

Entonces Javier y Mario se miraron sorprendidos. Cómo podría saber el viejo ex alcalde de sus andanzas. “A lo mejor la Pava de Oro le contó con pelos señales, o tu nerviosismo nos delató”, le enrostró el “experimentado” Javier a su amigo Mario. Ellos tenían catorce años y muchos pecados veniales y agiles manos que exploraban su cuerpo. Edad pionera, con muchas contradicciones, con ráfagas instintivas y sueños.

La vivienda (por horas el “prostíbulo”) estaba ubicada a los pies de la Colina San isidro. Contaba de una sola habitación que se trasformaba para cada ocasión. En el centro lucia una mesita donde reposaba una Biblia, que “ahuyentaba al demonio” según Pava de Oro. Apodo que –sostiene Mario - suena musical. Ella era menudita, colorada de por lo menos setenta años. Mujer de oración. El apodo le viene de antaño, por su andar garboso. Legendaria pionera del amor en los tiempos de la virginidad…

Lo peculiar del “prostíbulo” era que solo atendía a jóvenes, a INICIADOS, exclusivamente. “Ningún viejo entra aquí, pues terminan arrugando todo y ensombreciendo”, decía ella sonriendo.

- Nada malo podrán decir de mí. Yo jamás fui infiel a mi marido, el murió sin rencores; yo nunca dejo de pagar mis deudas. Tampoco regateo ni pido yapa – decía Pava de Oro siempre que la ocasión fuera propicia -. Mi pecado en todo caso es ser facilitadora del amor.

Las pupilas –así las llamaba- eran mujeres de no más de treinta años. “Algunas del pueblo y otras de los alrededores”, aseguraban los vecinos. Cuando Javier y Mario llegaron al recinto, la Luna despertaba oronda. Estuvieron a punto de huir, de emprender la retirada sin voltear la cabeza, los nervios los traicionaban.

- Nada de tutearla, ni de extravíos – dijo con tono imperativo Pava de Oro- y menos lisuras, a mi casa se la respeta. Tú, Javiercito, que tienes el cajón de tu tienda a la mano, si crees conveniente le das a la señorita una propinita extra. Cuál de ustedes va primero a dejar su cochinadita. Hoy –agregó con solemnidad– se despiden oficialmente de su virginidad, pero eso no les da derecho a sentirse machitos. No olviden que al final la carne es banquete de los gusanos; solo queda los buenos recuerdos, nada más.

Entonces ninguno supo dar cuenta de su debut, salvo referir la presencia de cierta embriaguez que transitoriamente los había amanzado.

En cambio ahora recordaban minuciosamente, gesto a gesto, su iniciación, el bautizo del pecado original. Seguramente para blindar la frágil y loca adolescencia y sazonar los achaques del erotismo de la vejez.

“Su voz era tibia, sus cabellos de color miel, sus ojos claros, dispuestos a competir con el sol, sus labios golosos, ¡oh!, sus piernas hipnotizantes y su majestad para desvestirse” – decían por postas los amigos.

- Que quede claro, yo no soy la puta, yo soy tu puta – recordó Javier las mágicas palabras de la pupila.

- Sus palabras incendiaron nuestros cuerpos, y sus efectos hasta hoy perduran – agregó Mario.

Y al unísono volvieron a recordar que las caricias en ningún momento mendigaban, que las nuevas rutas generosas se brindaban, que lo quejidos y furores conjeturaban un clítoris gigante.

Pero sobre todo entender la magia que subyacía en la ceremonia de la iniciación. Saber que allí estuvieron, la ternura, la solidaridad, el magisterio del cuerpo y el lenguaje rudo. Y también comprender su nuevo metabolismo con pretensiones líricas.

- Solo la memoria del amor no se doblega ante la embestida del tiempo – aseguró Mario con los pulgares mirando al cielo.

Javier que afanosamente se acariciaba el bigote, dijo

- Pero también la ternura salva a los corazones de la hibernación.

Los demás amigos, Segundo, Lucho, Eduwin, el otro Mario y Cristobal, que habían permanecido en silencio, sonrieron benévolamente.

Posiblemente algún desmemoriado pregunte dónde reposa Pava de Oro; como también muy posible que todos contesten que ella ronda en los recuerdos de la legión de los iniciados, y hasta es posible que uno de ellos escriba un cuento… (Hasta el próximo domingo, amigo lector).

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