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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 4 de junio de 2017

(Conciencia Crítica: Suplemento literario) EL CÓNCLAVE DE LOS FILÓSOFOS

Por Mario Peláez Pérez

El profesor es muy dado a la meditación, al estilo del místico, y asegura que también medita en sus sueños. Ernesto Montoya se llama, aproximadamente de 50 años y frente solariega, y con granítica convicción que en sus sueños afloran las intimidades de la realidad; porque el sueño y la realidad, dice, abrevan uno del otro al mismo tiempo; y que entonces soñar es la mejor oportunidad de conocer la realidad, pues en los sueños, como en la literatura, se juntan los tiempos. Que a veces el pasado subsume al futuro y al presente simultáneamente; otras lo hace el pasado, pero casi siempre es el futuro quien viabiliza al pasado y al presente, en un solo nudo. “se trata de un proceso lúdico que incluso permite dialogar con el inconsciente”, enfatiza el profesor Montoya a sus amigos, también profesores.


De esta granítica certeza deviene la seguridad del profesor de haber asistido (de asistir) al conclave de los filósofos sobre “EL SENTIDO DE LA VIDA” que se realizaba o realiza en Sucre, pequeña ciudad parsimoniosa de fértil belleza y clima amable, con calles fibrosas, a unos pasos de Celendín, ciudad seductora y universal.

Muchos de los filósofos venían directamente del Olimpo al anfiteatro que lucía rutilante con luces que emanaban de todos los lugares, y de ninguno, como emulando a las luces celestiales; y que me permitió ver el trasfondo de sus mentes, entre otros de Spinoza, Schopenhauer, Russell, Sartre, Nietzsche y Hegel. Todos los filósofos, perdón solo la mayoría, se corrigió el profesor, lucían un aura de color celeste pálido ceñido en su cabeza. Cada uno escogía su asiento. Ninguno tenía lugar preferente. Solo Sócrates estaba en el pódium en su condición de presidente del Cónclave, y en la parte baja los 107 traductores que hasta el lenguaje gestual traducían.


Señores, dijo Sócrates, bienvenidos a participar en el diálogo de los saberes. De los saberes de las creencias, de las evidencia y de las especulaciones.


—Entonces bienvenidos al diálogo de las religiones, de la ciencia y de la filosofía, murmuró el filósofo Augusto Salazar Bondi.

Se escucharon serenos aplausos. Entonces Platón tomó la palabra y argumentó que el sentido de la vida hay que buscarlo en el destino del alma, en su inmortalidad. Luego Aristóteles sostenía que el sentido de la vida se bonifica con el cuidado del alma. A su lado se encontraba Simone de Beauvoir que erizó una sonrisa irónica y ratificó para sí que la monogamia como manera de entender la vida es de cepa religiosa. Entre tanto Sartre se dirigió al Pódium, situación que aprovechó Camus para preguntarle a viva voz si su argumentación la sustentaba en el existencialismo o en el maoísmo, Sartre no se inmutó y le recomendó leer su libro “Crítica de la razón dialéctica”, allí analizo el ser para sí, por eso el ser humano está destinado a ser libre.

Hubo silencio sepulcral. Los filósofos griegos plácidamente dialogaban consigo mismos, ocasión que le sirvió a Teihard de Cherdin para sostener, con rima asonante, que los seres humanos no son una experiencia espiritual, sino seres espirituales con experiencia humana. Pascal sonreía y ganas no le faltaba de vitorear a favor de la antropología bíblica. Pero Kant le lanzo una mirada fulminante. Fue el momento que Hume a voz en cuello y repleto de empirismo insobornable, aseguró que cuando muere el cuerpo muere también el alma y que aceptar así la vida es encontrar el sentido de la vida. Descartes sonreía feliz a cuestas con la duda, a quien Fernando Savater lo citaba mentalmente “de modo que nada hay de cierto, todo es dudoso. ¿Todo?”. Desde el fondo del auditorio Nietzsche sin interesarle el orden sostuvo gritando que “cuando el hombre piensa tiemblan los cielos, se acabó la fiesta. Ya nada volverá a ser como antes”. El bigote de Nietzsche se agrandaba con ímpetu, capaz de hacer retroceder a un batallón nazi… 

Algo me perturbaba —dijo el profesor a sus amigos— no entendía cómo se puede analizar el sentido de la vida sin considerar los padecimiento y sudores. Debe ser porque no estoy a la altura de ellos. De pronto se produjo una menuda escaramuza, Marx había tomado la palabra precisando que hasta el momento, los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo. No sé si mis apuntes son precisos, exclamó el profesor a sus amigos. Confieso que algo se reacomodaba en mi mente.

—Pero bueno, cuáles son las conclusiones del cónclave, considerando las diferentes concepciones de la vida que se expusieron, preguntó Zenón Zegarra.

Se instaló un ambiguo silencio.

—Por lo menos precísanos tus conclusiones del misterioso Cónclave, le urgió Carlos Mendivri con cierta ironía.

El profesor Ernesto Montoya hizo una pausa. Y muy seguro de sí dijo a sus amigos que cada uno y todos juntos deben buscar las respuestas sobre el sentido de la vida. Olvidó decirles que por mayoría de los filósofos se conformó una comisión que elabore el documento con las conclusiones integrada por Platón y Marx. Propuesta que ocasionó una fenomenal carcajada de Heráclito de Efeso.

Estas fueron las últimas evocaciones del profesor Montoya al momento de despertar del profundo sueño, entonces proseguir con los amigos, en pleno día, interpelando a la vida, más en las esencias que en sus circunstancias. (Hasta el próximo domingo, amigo lector)

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