Por Gustavo Espinoza M. (*)
Se ha suscitado en diversos medios un debate intenso y violento a partir de la decisión aprobada –felizmente no en forma unánime- y mediante la cual el Congreso de la República declara “HEROES” a los integrantes del Comando Chavín de Huántar por los sucesos ocurridos en nuestra capital en abril de 1997, con todos los beneficios que ello implica, naturalmente.
Como secuela de la decisión parlamentaria, el Jefe del Estado, los “condecoró” con la Orden más alta de la Patria. En la lógica oficial -vale decir, en la mirada de la clase dominante-, no cabía otra.
Como se recuerda, en diciembre de 1996, un grupo armado –un contingente del MRTA- liderado por Néstor Cerpa Cartolín desplegó una acción audaz y se apoderó, sin resistencia alguna, de 500 personas invitadas a una recepción ofrecida por los diplomáticos del Imperio del Sol Naciente.
Los retenidos -entre los que se hallaba la madre del Presidente Fujimori- fueron dejados en libertad paulatinamente. No obstante, 73 de ellos quedaron en cautiverio durante cuatro meses.
Fue un martes 22 de abril de 1997, pasadas las tres de la tarde, cuando se produjo el desenlace previsible: 148 atacantes, armados hasta los dientes y diestramente preparados, irrumpieron en la vivienda del embajador del Japón en Lima haciendo uso de túneles secretos, y liberaron a los 73 “rehenes” del MRTA.
Dos muertos de uniforme y un rehén -el Dr. Giusti Acuña- se contaron en el balance del hecho. Y, aunque a regañadientes, tuvo que admitirse también a los 14 combatientes del MRTA, como caídos en la acción
Ni Néstor Cerpa ni sus seguidores pudieron ofrecer resistencia alguna. El Jefe del grupo cayó abatido casi de manera fulminante cuando corría por la escalera de la vivienda.
La prensa de entonces, habló de un “combate” entre soldados y guerrilleros; pero éste, realmente, no ocurrió.
Del total de 14 activistas del MRTA, 6 murieron antes de iniciarse la brega. Fueron volados por los aires, gracias a una poderosa carga explosiva que estalló bajo sus pies mientras jugaban fulbito en la sala de la casa. Dos eran muy jóvenes muchachas, una de las cuales estaba en avanzado estado de gestación. Serpa cayó antes de atinar a actuar; Otros se rindieron y los últimos no ofrecieron tampoco resistencia, abrumados como estaban por lo desigual de la confrontación.
Un funcionario de la misión diplomática nipona -el señor Ogura-, que estaba también como rehén en dicha circunstancia, aseguró que dos jóvenes del MRTA que integraban la Brigada de Cerpa, sobrevivieron al ataque, y fueron ejecutados después. Por su declaración, recibió un vendaval de críticas. Le dijeron “terruco” y otra caterva de improperios.
Nunca se hizo, realmente, una investigación seria de los hechos ocurridos en esa circunstancia, para no empeñar la imagen del que se consideró “el más exitoso operativo de rescate ocurrida sobre el planeta”, como la describiera en ese entonces el exultante Alberto Fujimori para la prensa extranjera.
Ahora, a los vencedores de esa jornada, los proclaman héroes. Y exigen que todos los peruanos aceptemos pasivamente tal denominación.
En verdad, ella no debiera sorprendernos. Lo que debiera sorprendernos es que no exijan el mismo reconocimiento para Nicolás Hermoza Ríos, Vladimiro Montesinos, Alberto Fujimori, y Keny Después de todo , y sin mezquindad alguna, habría que reconocer que fueron ellos los “autores intelectuales” de lo ocurrido en la residencia nipona aquella sangrienta tarde, que algunos recuerdan con delirante júbilo.
Claro que proclamar “héroes” a estos planificadores de la acción, sería un hecho inédito: casi todos, están presos por robos, crímenes, y otras acciones repudiables. Kenyi, por ahora, no lo está
Para los entusiastas que saludan la idea de sacralizar la acción del 97, también debieran ser reconocidos como héroes los que mataron a 350 presos en El Frontón y en Lurigancho, en junio de 1986; los que arrasaron las aldeas de Ayacucho a partir de 1983; los que con Thelmo Hurtado a la cabeza- quemaron vivos a mujeres y niños en Llocllapampa, Accomarca y otros lugares; los que mataron a los ancianos en Paucartambo; los que se enfrentaron al “terrorismo” parapetados en el Cuartel Los Cabitos, y sepultaron bajo su suelo a los “subversivos” en aquellos años aciagos; los que atravesaron con bayoneta calada a los campesinos de Cayara, en mayo de 1987; los que defendieron la democracia de entonces torturando en la DINCOTE a supuestos senderistas. La lista, sería muy larga. Las Medallas, no alcanzarían para tantos.
Más allá de los reconocimientos formales y que unos digan que son héroes, y otros que no, lo importante será el veredicto que arribará con el tiempo. Las nuevas generaciones tendrán la palabra. Cuando se agoten las pasiones y se abra paso el sabio topo de la historia, será posible sabe realmente si fueron héroes, o asesinos.
Y es bueno decir esto con el mayor respeto y la más alta estima por la Fuerza Armada.
Los peruanos sentimos una gran identificación con el ejército libertador que en Junín y Ayacucho consagró la Independencia; por el Mariscal Ramón Castilla, que acabó con la esclavitud y liberó a los negros; con Miguel Grau y Francisco Bolognesi, héroes -ellos sí- abandonados por la Clase Dominante en su momento; con los héroes de la Breña y el Mariscal Andrés Avelino Cáceres, “el Brujo de los Andes”; con Juan Velasco Alvarado y los militares del 3 de octubre del 68; y, claro, saludamos el trabajo esforzado de los militares que hoy, en todos los confines de la patria, le han dado la mano a los peruanos más humildes y han recogido el verdadero sentido de su drama..
Ese mensaje es el que ilustra el uniforme del Perú, y lo ennoblece. Y no el otro, que lo llenó de sangre y de lodo en los confines más oscuros y que denigra y envilece la imagen del soldado.
Y esa línea se extiende a todas partes. Abominamos a los militares griegos que aplastaron a su pueblo en los años 50; a los coroneles turcos que convirtieron su país en una base militar yanqui; al general Pinochet y el general Videla. Pero en contrapartida nos identificamos con el general uruguayo Liber Seregni; con el chileno Carlos Prat, el boliviano Juan José Torres, con los militares que se alzaron en Puerto Cabello y Carúpano contra el poder corrupto de los sirvientes del Imperio. ¿está claro?
No es que sean uniformados o no. Es que unos apuntaron sus fusiles contra el pueblo; y otros -con su pueblo- ayudaron con las armas a liberarlos del oprobio. No se requiere de mucho cacumen dialéctico para percibir la diferencia ¿verdad?
Hay que rechazar, entonces, firmemente, el chantaje de quienes buscan colocar contra la pared a los peruanos, haciéndoles consentir la idea que, la única manera de ser Patriota, es aplaudir los latrocinios, y la muerte.
Los peruanos de uniforme demostraron, en el pasado, que eso no es así Y volverán a demostrarlo, sin duda cuando arribe a nuestros calderos la hora de los hornos.
Cuando eso ocurra, los ojos de Juan, el soldado, volverán a mirar con infinita ternura el rostro del Perú (fin)
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