Por Palujo
Con el pie izquierdo sobre una pequeña silla de madera, Víctor movía la cabeza al son de la música que él mismo interpretaba. Su pelo largo y lacio cubría, a ratos, su rostro. Al frente y a solo un metro de distancia lo miraba su cuñado, “enfrenando” un sombrero de paja. De pronto, este último lo comenzó a imitar.
Cada uno sostenía entre los brazos, un madero. Ninguno de los dos sabía inglés, pero las canciones de Los Beatles se oían nítidas, auténticas.
— ¿Cómo es posible? —me pregunté—, ¿si las guitarras son burdos palos de escoba?
— Sí... —alguien respondió con firmeza—, por eso es que se escuchan fuertes, estereofónicas.
Era verdad.
Entonces, junto a Francisco y Nelson, y con guitarras invisibles, empezamos a mover la cabeza y a cantar.
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