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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 18 de febrero de 2016

Narrativa: LUDÓPATA E INFIEL (Cuento)

Autor. Virgilio LEETRIGAL 
(Escritor sucrense)    
    
Hoy visité una óptica. Fui por unos lentes que me ayudaran a controlar el astigmatismo que ya limita mi visión. La óptica está en el interior del supermercado METRO, ubicado en la esquina de la antigua avenida Pérshing con la actual Gregorio Escobedo, en el distrito Jesús María de Lima. En la misma cuadra, al otro lado de la vía, existe un casino que se distingue por la decoración curvilínea, colorida y luminosa de su fachada. CASINO NEW YORK se lee en la misma y en tamaño gigantesco.

A mi salida, abordé un taxi en la zona de estacionamientos del supermercado y solicité a su conductor que me traslade al distrito Los Olivos, donde se encuentra la casa familiar en la que me hospedo, cada vez que llego a la capital. Por mi seguridad, y debido a mi escaso conocimiento de la urbanidad laberíntica de Lima, casi siempre viajo en taxi; y porque además, no puedo darme el lujo de desperdiciar el tiempo.

A mi pregunta de cuántos años llevaba en el servicio, el taxista de hoy, me respondió que ya eran muchos. Por lo que, para encausarlo bien, le dije lo siguiente:

—Oiga usted, si es así, más bien tendré que preguntarle ¿qué experiencias especiales no ha vivido en la calle? El taxista rió y contestó.

—Bueno, seguramente muchas, señor. Pero las vividas son las más interesantes.

—Al grano señor —le dije— ¿Qué experiencia como taxista es la que más le gusta contarla? Él volvió a reírse.

—Hay una, pero no es precisamente la que más me guste; quizás podría ser al contrario. Sino que, como usted ha tomado mis servicios frente al casino NEW YORK, se me ocurre contarle, porque yo traslado clientes de allí a diferentes distritos de Lima. Oiga, y esto me ha sucedido nada menos que en esta semana.

Acto seguido, el taxista se acomodó en su asiento y empezó a narrarme los hechos con expresiones similares a las siguientes:

 Para ser preciso amigo, fue el día martes de esta semana; en que una mujer blanca y rubia, de unos cuarenta años, no creo que pasaba de los cuarenta y dos, me abordó para hacerle un servicio y trasladarlo hacia Surco. Ella, con cara de tener muchas preocupaciones, se acomodó en el asiento posterior. Yo lo miraba con cautela por el espejo retrovisor y lo notaba un tanto nerviosa, pero como es obvio, no podía preguntarle nada. Los clientes tienen diferentes caracteres y reacciones, y las de algunos son impredecibles... 

Mientras yo avanzaba y los minutos pasaban, la señora se impacientaba más. Por momentos suspiraba o respiraba de modo profundo, se quejaba y hasta hablaba sola en voz baja. En otros, se entrecruzaba los dedos de sus manos y en ademán de quebrarlos, los hacía sonar. Luego rebuscó en su cartera, sacó su teléfono celular y empezó a marcar algunos números. Cuando habló, se notó que alguna amiga o vecina le había contestado. Y ella empezó a contarle su historia del momento, esa que había vivido en el casino de donde acababa de salir: «desde anoche estuve ganando amiga, había amanecido con muy buena mano, pero a partir de las siete de la mañana empecé a perder, y las monedas…», fueron algunas de sus expresiones que se me quedaron grabadas. Luego también recuerdo que le dijo algo así: «amiga, te confieso que también lo he perdido la plata de mi comida, la de mi semana completa. Ahora no sé qué…». No escuchaba lo que contestaba su amiga, pero no era difícil intuir que algunas palabras eran de llamada de atención. La palabra «ludópata» salió de la boca de la mujer, pero para negarse a aceptar que ella estaba en esa condición. «¿Cómo me vas a decir que soy ludópata, amiga, yo no…?», habló, en tono de suave protesta. 

Persistente, pidió y rogó a su amiga que la esperara en su casa. «Estoy yendo en un taxi, amiga; me esperas en tu casa, necesito hablar contigo urgente y en persona, no me falles que…», dijo. Llegué con la señora hasta la casa de su amiga y al requerirle que me pagara el servicio, me pidió que lo esperara, que no me preocupara, que iba primero hablar con su amiga y al salir me pagaría también por el tiempo de espera, e incluso por una carrera adicional a su casa... 

Y fue así amigo, como me la pasé toda la mañana en una sola carrera —continuó el taxista— La espera fue demasiado larga, tanto que a la salida de la mujer de la casa de su amiga, yo ya llevaba acumuladas casi cinco horas en ese solo servicio. Cuando le di el precio de la carrera más el de la espera, la mujer casi se cae de espaldas y puso el grito en el cielo. Nos enfrascamos en una discusión muy agria. Luego, la deudora bajó el tono, me rogó que no le armara escándalo en la calle, y me pidió que lo llevara a su domicilio. Agregó que no estaba lejos, y que allí me cancelaría por todo el servicio. Tuve que acceder, y al ingresar con el taxi a una calle perpendicular a la avenida Benavides, me dio referencias del edificio lujoso en el que vivía; con el control remoto abrió la puerta del área de estacionamientos y me indicó que estacionara mi vehículo en un espacio rectangular, delimitado con líneas amarillas. Por el ascensor subimos hasta el sexto piso, en el cual estaba su departamento amplio y bien decorado. Y allí fui a parar, con la sola intención de no perder los ingresos de mi trabajo del día... 

En el interior del departamento, la rubia se quitó el abrigo y la chompa, quedándose solo en blusa escotada. Así empezó y se esmeró en brindarme muchas atenciones: me invitó jugos de frutas, refrescos y algunos bocaditos. Me ofreció su amistad, me dio el número de su teléfono celular, y finalmente, trajo dos vasos con whisky y cubitos de hielo. Oiga usted, y no había cuándo la mujer saque el dinero para pagarme. Yo ya me veía en problemas serios; pero a la vez, sentía que el whisky me relajaba. Los vasos llenos de licor fino se repitieron hasta perder la cuenta y también la cabeza. Ella preparó algo de comida, yo me olvidé del trabajo, me quedé allí toda la tarde y toda la noche, en una bomba criminal. A la mañana siguiente, abrí los ojos al despertarme; y lo primero que vi frente a la cama, en la que había dormido con la rubia, fue un cuadro grande con la fotografía de un militar; su chaqueta mostraba en el pecho izquierdo un planchón de medallas y banderitas de colores. En apariencia, el hombre de la fotografía, me miraba con odio y rencor. Le pregunté por él, a la mujer, y me contestó que era su esposo. Y agregó: «él es agregado militar en Europa, y allá yo no me acostumbro por nada, por eso vivo sola acá. Pero a veces me aburro y mi única distracción es el juego en el casino; y bueno, en adelante también lo serás tú mi amor»...

Portando un tremendo cargo de conciencia, en ese momento, rechacé con diplomacia las caricias de la mujer, me levanté apurado, me metí al baño a darme un duchazo y me repuse la ropa; indicando así, que ya iba a salir. Cuando estuve en la puerta, en afán de despedirme; ella resultó junto a mí, con su cartera al brazo. Descendimos al área de estacionamientos para abordar mi vehículo. Me preguntó en qué dirección iría. Cuando respondí que iba a Jesús María, mi zona de trabajo, le brillaron los ojos, sonrió y subió... 

Llegamos a la avenida Pérshing —narraba el taxista—, e ingresamos a la zona de estacionamientos del supermercado METRO; allí donde usted me ha abordado, y me dispuse a esperar clientes. Mi ocasional amante, se despidió con un abrazo y un beso intensos, como si realmente se hubiese enamorado de mí. Se bajó del auto, me hizo señas con su mano derecha, caminó para cruzar la avenida Pérshing; y yo la seguía con la mirada. Al final, lo vi ingresar, muy presurosa, al mismísimo casino NEW YORK.

FIN


Lima, octubre del 2014

1 comentarios:

Virgileo Leetrigal dijo...

Agradezco al Sr. José Luis Aliaga P. por la publicación de este cuento. Lo creo relativamente corto.
La intencionalidad de su argumento es satirizar, de alguna manera, el modo de vida de la burguesía limeña muy proclive al consumismo y a los juegos del azar.
Se buscó que fuera narrado en segunda persona y creo que se ha logrado; pero en realidad tiene dos narradores. El primero (primera persona) establece un breve diálogo con el personaje principal, el taxista anónimo; y luego, deja que éste (segunda persona) narre lo medular de la historia.
Lo anterior lo expreso porque creo que quienes tenemos la afición de narrar o contar historias, debemos de compartir con el público nuestra intencionalidad y algunos rasgos de la técnica usada. De este modo nuestros lectores se volverán cada vez más exigentes y acuciosos, y desarrollarán también sus habilidades artísticas. No hay manuales escritos que enseñen cómo narrar cuentos, pero la perseverancia es buena maestra y consejera. Virgileo Leetrigal.

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