Por Enrique García Díaz
La novela histórica con
frecuencia ha gozado de mala fama. ¿Por qué? Porque se trata de la unión de la
Historia y la ficción, elementos a primera vista encontrados. La crítica la
califica como una forma literaria imposible, mientras que para los historiadores
dicha unión no está bien considerada. Califican a la novela histórica como algo
superficial e inexacto, una especie de peligroso virus para la Historia. Sin
embargo podemos afirmar que la novela histórica es probablemente la innovación
genérica más importante del Romanticismo, e incluso la innovación
historiográfica más inexplorada durante años. Podemos definir a la novela
histórica de varias maneras. Una primera sería que, “la ficción histórica toma
como argumento sucesos y personas que pertenecen a una época distante de la
nuestra, que por algún motivo nos parecen de especial interés actual”; o bien
que una novela histórica es aquella en la que la vida de los personajes
ficticios se entremezcla con la de los personajes históricos y se desarrolla
dentro de un marco histórico. El novelista histórico buscaría en principio
reconstruir o evocar una época pasada, lo que conlleva una variedad una
veracidad de los hechos narrados, un análisis de la documentación y un rigor
histórico, entre otros elementos, ya que va a narrar una serie de
acontecimientos que él no ha conocido de primera mano. Y frente al historiador,
el novelista histórico, tiene la ventaja de fabular y contar la historia como
podría, o como él querría que hubiese sucedido, frente al historiador que
cuenta la Historia como realmente fue. Y es en este punto, donde nos puede
asaltar la duda de si lo narrado por los historiadores sucedió como realmente
lo cuentan. No es la primera vez que tras consultar varios manuales acerca de
una determinada época realizados por distintos autores, nos encontramos con
diferentes opiniones acerca de un hecho o una fecha.
Es por ello que la Historia,
tal y como nos la cuentan los propios historiadores, puede no ser del todo
fiable a la hora de escribir una novela histórica. Hay que pensar que manejamos
un material que data de hace muchos años e incluso siglos, y que se ha ido
transmitiendo de unos a otros con los consabidos errores o pérdidas de
información. La literatura se ha ido separando de la historiografía de una
manera gradual, ya que la primera es pura ficción mientras la segunda es un
estudio científico pormenorizado de la Historia. La novela histórica pretende
hacer llegar la historia de una determinada época a todos aquellos que sientan
interés, pero sin tener que recurrir necesariamente a la historiografía. Podría
decirse que es otra forma de aprender y conocer historia.
Elementos
Necesarios de la Novela histórica
Jesús Sánchez Adalid
En primer lugar, se requiere
un estudio cronológico preciso que nos permita situar los acontecimientos
históricos decisivos de la época que no pueden pasar desapercibidos. Ahí hay
que insertar la evolución de los personajes: deben crecer, madurar y envejecer
de manera acorde con la época en que viven, y los procesos de su cultura y
tiempo deben estar presentes en su personalidad. Para ello, debe elegirse una
época que facilite esta inserción. Particularmente, prefiero los períodos de
crisis. Es en tiempos de dificultad y disminución cuando afloran los valores
más profundos y ricos del ser humano.
En segundo lugar, es
imprescindible una buena documentación para que no se nos escapen los momentos,
personajes, circunstancias y hechos del período elegido. Para esto, hay que
recurrir a las fuentes (documentos de la época, archivos históricos, crónicas…)
y a los trabajos de los expertos de la historia, es decir, los ensayos de los
historiadores. A esto uniría yo un buen estudio humano y económico que nos dé
la población de las ciudades, los recursos, los movimientos humanos…)
En tercer lugar, una buena
novela histórica tendrá que estar aderezada con un serio estudio de la vida
cotidiana de la época que se quiere retratar. Para este menester, se requiere
una inspección ocular personal del escritor de los lugares, paisajes y
edificios que han de describirse. La arqueología es una ayuda fundamental. Hoy
hay interesantísimos estudios monográficos sobre épocas muy concretas que
facilitan detalles precisos sobre la manera de vivir de la antigüedad,
sirviéndose de la apreciación e interpretación de la arquitectura y los objetos
guardados en museos y colecciones. Por ejemplo, el libro titulado La vida cotidiana en la Roma del Bajo
Imperio del médico italiano Piero Carcomino. La alimentación, los modos de
viajar, el vestido, el lujo y la pobreza, el descanso y el trabajo cotidiano…
son ingredientes que enriquecerán la trama y le darán el tono novelesco, sin
hacer que se pierda la sensación de realidad. Además se evitarán los graves
anacronismos; como pudiera ser el hacer aparecer elementos que no existían en
la época narrada. Sirva como ejemplo el que descubrí en una célebre novela histórica
cuyo título no citaré, en el que el protagonista comía papilla de maíz en la
Grecia clásica, cuando este cereal no llegó a Europa desde América hasta el
siglo XVI. Para conocer con precisión la manera de pensar y relacionarse en la
época escogida son muy útiles las cartas, es decir, los epistolarios, pues
conllevan una sinceridad que no suele aparecer en otros escritos antiguos. En
definitiva, el escritor de novelas históricas debe realizar siempre un gran
trabajo previo que servirá de marco honesto y real de su obra, a la vez que
facilitará la inspiración.
Evolución
de la novela histórica
La novela histórica sólo
llega a configurarse definitivamente como género en el siglo XIX a través de la
veintena de novelas del erudito escocés Walter Scott (1777-1832) sobre la Edad
Media inglesa, la primera de las cuales fue Waverley
(1814). Como señala Lukacs, este autor era un noble empobrecido que mitificó
sus orígenes sociales como una especie de don Quijote de la Mancha. La novela histórica nace pues como expresión
artística del nacionalismo de los románticos y de su nostalgia ante los cambios
brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa
del mundo. El pasado se configura así como una especie de refugio o evasión,
pero, por otra parte, permite leer en el pasado una crítica a la historia del
presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas encontrar una doble
lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época actual.
Durante el siglo XVIII, sin embargo, se escribieron novelas pseudohistóricas
cuya discutible verosimilitud, su propósito abiertamente moral y educativo y su
lenguaje poco respetuoso con la época reflejada impedía considerar
estrictamente novelas históricas, como por ejemplo Les incas de Jean-Francois Marmontel, en Francia, o El Rodrigo de Pedro de Montengón, en
España.
El éxito de la fórmula
literaria de Walter Scott fue inmenso y su influjo se extendió con el
Romanticismo como uno de los símbolos principales de la nueva estética.
Discípulos de Walter Scott fueron, en Estados Unidos de América, James Fenimore
Cooper (1789-1851), quien escribió El
último mochicano en 1826 y continuó con otras novelas históricas.
En Francia, Alfred de Vigny
(1797- 1863), autor de la primera novela histórica francesa, Cinq-mars (1826), y después Víctor Hugo Nuestra Señora de París o Alexandre
Dumas (padre), al que importaba sobre todo la amenidad de la narración en obras
como Los tres mosqueteros.
En Italia surgió una
auténtica obra maestra del género, I
promessi sposi (o Los novios
editada primeramente en 1823 y reformada después en dos entregas de 1840 y
1842), de Alessandro Manzoni, donde se narra la vida en Milán bajo la tiránica
dominación española durante el siglo XVII, aunque este argumento encubre una
crítica de la dominación austríaca sobre Italia en su época. En Alemania,
Theodor Fontane escribió su monumental Antes
de la tormenta (1878)
En Rusia, el romántico
Aleksandr Pushkin compuso notables novelas históricas en verso y la más
ortodoxa La hija del capitán (1836).
Allí se escribió también otra cima del género, la monumental Guerra y paz de León o Lev Tostoi
(1828-1910), epopeya de dos emperadores, Napoleón y Alejandro, donde aparecen
estrechamente entrelazados los grandes epifenómenos históricos y la
intrahistoria cotidiana de cientos de personajes.
En Polonia la novela
histórica fue un género muy popular; lo cultivó en el Romanticismo Józef Ignazy
Krazewski y después Aleksander Glowacki (Faraón, en 1897) y, sobre todo el
premio Novel Henryk Sienkiewicz, que compuso una trilogía sobre el siglo XVII
formada por A sangre y fuego (1884) El diluvio (1886) y El señor Wolodyowski (1888). Continuó con Los caballeros teutones
(1900), ambientada en el siglo XV, y con algo anterior y considerada su obra
maestra. ¿Quo vadis? (1896) en que se evocan los comienzos del cristianismo en
la Roma pagana.
Los escritores realistas no
se dejaron influir por el origen romántico del género y lo utilizaron, como
Gustave Flaubert (Salambú, 1862) o Benito Pérez Galdós con sus Episodios nacionales. En el siglo XX la
novela histórica tampoco decayó y sintieron predilección por el género
escritores como el finés Mika Waltari (Sinuhé,
el egipcio o Marco, el romano);
Robert Graves, (Yo, Claudio, Claudio el Dios y su esposa Mesalina, Belisario,
Rey Jesús…); Winston Graham, quien
compuso una docena de novelas sobre Cornualles a finales del siglo XVII; Marguerite
Yourcenar (Memorias de Adriano); Noah
Gordon, (El último judío); Naguib
Mahfouz (Ajenatón el hereje), Umberto
Eco (El nombre de la rosa, Baudolino), Valerio Massimo Manfredi,
los españoles Juan Eslava Galán y Arturo Pérez-Reverte y muchos otros que han
cultivado el género de forma más ocasional.
Puede hablarse asimismo de
una novela histórica hispanoaméricana que –con los precedentes de Enrique Rodríguez
Larreta (La gloria de Ramiro, 1980) y
el argentino Manuel Gálvez- se halla representada por el cubano Alejo
Carpentier (El siglo de las luces o El reino de este mundo, entre otras), el
argentino Manuel Mújica Láinez con
Bomarzo, El Unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel
García Márquez El general en su laberinto,
acerca de Simón Bolívar, el peruano Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo, sobre el dictador de la República Dominicana
Rafael Leónidas Trujillo, El paraíso en
la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo XIX Flora Tristán la
chilena Isabel Allende La casa de los
espíritus, los puertorriqueños Luiz López Nieves El corazón de Voltaire y Mayra Santos-Febres Nuestra señora de la noche, etc.
William
Ospina
Premio
Rómulo Gallegos 2009
El escritor colombiano
William Ospina ganó con su novela El país de la canela el premio literario
Rómulo Gallegos 2009, que otorga el gobierno venezolano desde 1967.
“Apreciamos en esta obra
valores históricos y filosóficos. Convenimos en que se trata de una lectura
interpretativa de los primeros viajes de los europeos en el continente, con una
fuerte proyección hacia el presente”, explicó la escritora miembro del jurado,
Graciela Maturo.
“Su excelencia literario
reside en la sólida estructuración de sus capítulos, su fluido lenguaje, como
capacidad de atraer al lector”, agregó.
Ospina se convierte así en
el ganador de la XVI edición de este prestigioso premio en el que participaron
un total de 274 novelas.
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