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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

viernes, 18 de diciembre de 2015

La Novela Histórica

Por Enrique García Díaz

La novela histórica con frecuencia ha gozado de mala fama. ¿Por qué? Porque se trata de la unión de la Historia y la ficción, elementos a primera vista encontrados. La crítica la califica como una forma literaria imposible, mientras que para los historiadores dicha unión no está bien considerada. Califican a la novela histórica como algo superficial e inexacto, una especie de peligroso virus para la Historia. Sin embargo podemos afirmar que la novela histórica es probablemente la innovación genérica más importante del Romanticismo, e incluso la innovación historiográfica más inexplorada durante años. Podemos definir a la novela histórica de varias maneras. Una primera sería que, “la ficción histórica toma como argumento sucesos y personas que pertenecen a una época distante de la nuestra, que por algún motivo nos parecen de especial interés actual”; o bien que una novela histórica es aquella en la que la vida de los personajes ficticios se entremezcla con la de los personajes históricos y se desarrolla dentro de un marco histórico. El novelista histórico buscaría en principio reconstruir o evocar una época pasada, lo que conlleva una variedad una veracidad de los hechos narrados, un análisis de la documentación y un rigor histórico, entre otros elementos, ya que va a narrar una serie de acontecimientos que él no ha conocido de primera mano. Y frente al historiador, el novelista histórico, tiene la ventaja de fabular y contar la historia como podría, o como él querría que hubiese sucedido, frente al historiador que cuenta la Historia como realmente fue. Y es en este punto, donde nos puede asaltar la duda de si lo narrado por los historiadores sucedió como realmente lo cuentan. No es la primera vez que tras consultar varios manuales acerca de una determinada época realizados por distintos autores, nos encontramos con diferentes opiniones acerca de un hecho o una fecha.



Es por ello que la Historia, tal y como nos la cuentan los propios historiadores, puede no ser del todo fiable a la hora de escribir una novela histórica. Hay que pensar que manejamos un material que data de hace muchos años e incluso siglos, y que se ha ido transmitiendo de unos a otros con los consabidos errores o pérdidas de información. La literatura se ha ido separando de la historiografía de una manera gradual, ya que la primera es pura ficción mientras la segunda es un estudio científico pormenorizado de la Historia. La novela histórica pretende hacer llegar la historia de una determinada época a todos aquellos que sientan interés, pero sin tener que recurrir necesariamente a la historiografía. Podría decirse que es otra forma de aprender y conocer historia.



Elementos Necesarios de la Novela histórica

Jesús Sánchez Adalid

En primer lugar, se requiere un estudio cronológico preciso que nos permita situar los acontecimientos históricos decisivos de la época que no pueden pasar desapercibidos. Ahí hay que insertar la evolución de los personajes: deben crecer, madurar y envejecer de manera acorde con la época en que viven, y los procesos de su cultura y tiempo deben estar presentes en su personalidad. Para ello, debe elegirse una época que facilite esta inserción. Particularmente, prefiero los períodos de crisis. Es en tiempos de dificultad y disminución cuando afloran los valores más profundos y ricos del ser humano.

En segundo lugar, es imprescindible una buena documentación para que no se nos escapen los momentos, personajes, circunstancias y hechos del período elegido. Para esto, hay que recurrir a las fuentes (documentos de la época, archivos históricos, crónicas…) y a los trabajos de los expertos de la historia, es decir, los ensayos de los historiadores. A esto uniría yo un buen estudio humano y económico que nos dé la población de las ciudades, los recursos, los movimientos humanos…)

En tercer lugar, una buena novela histórica tendrá que estar aderezada con un serio estudio de la vida cotidiana de la época que se quiere retratar. Para este menester, se requiere una inspección ocular personal del escritor de los lugares, paisajes y edificios que han de describirse. La arqueología es una ayuda fundamental. Hoy hay interesantísimos estudios monográficos sobre épocas muy concretas que facilitan detalles precisos sobre la manera de vivir de la antigüedad, sirviéndose de la apreciación e interpretación de la arquitectura y los objetos guardados en museos y colecciones. Por ejemplo, el libro titulado La vida cotidiana en la Roma del Bajo Imperio del médico italiano Piero Carcomino. La alimentación, los modos de viajar, el vestido, el lujo y la pobreza, el descanso y el trabajo cotidiano… son ingredientes que enriquecerán la trama y le darán el tono novelesco, sin hacer que se pierda la sensación de realidad. Además se evitarán los graves anacronismos; como pudiera ser el hacer aparecer elementos que no existían en la época narrada. Sirva como ejemplo el que descubrí en una célebre novela histórica cuyo título no citaré, en el que el protagonista comía papilla de maíz en la Grecia clásica, cuando este cereal no llegó a Europa desde América hasta el siglo XVI. Para conocer con precisión la manera de pensar y relacionarse en la época escogida son muy útiles las cartas, es decir, los epistolarios, pues conllevan una sinceridad que no suele aparecer en otros escritos antiguos. En definitiva, el escritor de novelas históricas debe realizar siempre un gran trabajo previo que servirá de marco honesto y real de su obra, a la vez que facilitará la inspiración.


Evolución de la novela histórica

La novela histórica sólo llega a configurarse definitivamente como género en el siglo XIX a través de la veintena de novelas del erudito escocés Walter Scott (1777-1832) sobre la Edad Media inglesa, la primera de las cuales fue Waverley (1814). Como señala Lukacs, este autor era un noble empobrecido que mitificó sus orígenes sociales como una especie de don Quijote de la Mancha. La novela histórica nace pues como expresión artística del nacionalismo de los románticos y de su nostalgia ante los cambios brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa del mundo. El pasado se configura así como una especie de refugio o evasión, pero, por otra parte, permite leer en el pasado una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas encontrar una doble lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época actual. Durante el siglo XVIII, sin embargo, se escribieron novelas pseudohistóricas cuya discutible verosimilitud, su propósito abiertamente moral y educativo y su lenguaje poco respetuoso con la época reflejada impedía considerar estrictamente novelas históricas, como por ejemplo Les incas de Jean-Francois Marmontel, en Francia, o El Rodrigo de Pedro de Montengón, en España.

El éxito de la fórmula literaria de Walter Scott fue inmenso y su influjo se extendió con el Romanticismo como uno de los símbolos principales de la nueva estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en Estados Unidos de América, James Fenimore Cooper (1789-1851), quien escribió El último mochicano en 1826 y continuó con otras novelas históricas.

En Francia, Alfred de Vigny (1797- 1863), autor de la primera novela histórica francesa, Cinq-mars (1826), y después Víctor Hugo Nuestra Señora de París o Alexandre Dumas (padre), al que importaba sobre todo la amenidad de la narración en obras como Los tres mosqueteros.
En Italia surgió una auténtica obra maestra del género, I promessi sposi (o Los novios editada primeramente en 1823 y reformada después en dos entregas de 1840 y 1842), de Alessandro Manzoni, donde se narra la vida en Milán bajo la tiránica dominación española durante el siglo XVII, aunque este argumento encubre una crítica de la dominación austríaca sobre Italia en su época. En Alemania, Theodor Fontane escribió su monumental Antes de la tormenta (1878)

En Rusia, el romántico Aleksandr Pushkin compuso notables novelas históricas en verso y la más ortodoxa La hija del capitán (1836). Allí se escribió también otra cima del género, la monumental Guerra y paz de León o Lev Tostoi (1828-1910), epopeya de dos emperadores, Napoleón y Alejandro, donde aparecen estrechamente entrelazados los grandes epifenómenos históricos y la intrahistoria cotidiana de cientos de personajes.

En Polonia la novela histórica fue un género muy popular; lo cultivó en el Romanticismo Józef Ignazy Krazewski y después Aleksander Glowacki (Faraón, en 1897) y, sobre todo el premio Novel Henryk Sienkiewicz, que compuso una trilogía sobre el siglo XVII formada por A sangre y fuego (1884) El diluvio (1886) y El señor Wolodyowski (1888). Continuó con Los caballeros teutones (1900), ambientada en el siglo XV, y con algo anterior y considerada su obra maestra. ¿Quo vadis? (1896) en que se evocan los comienzos del cristianismo en la Roma pagana.

Los escritores realistas no se dejaron influir por el origen romántico del género y lo utilizaron, como Gustave Flaubert (Salambú, 1862) o Benito Pérez Galdós con sus Episodios nacionales. En el siglo XX la novela histórica tampoco decayó y sintieron predilección por el género escritores como el finés Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio o Marco, el romano); Robert Graves, (Yo, Claudio, Claudio el Dios y su esposa Mesalina, Belisario, Rey Jesús…); Winston Graham, quien compuso una docena de novelas sobre Cornualles a finales del siglo XVII; Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano); Noah Gordon, (El último judío); Naguib Mahfouz (Ajenatón el hereje), Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino), Valerio Massimo Manfredi, los españoles Juan Eslava Galán y Arturo Pérez-Reverte y muchos otros que han cultivado el género de forma más ocasional.

Puede hablarse asimismo de una novela histórica hispanoaméricana que –con los precedentes de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de Ramiro, 1980) y el argentino Manuel Gálvez- se halla representada por el cubano Alejo Carpentier (El siglo de las luces o El reino de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mújica Láinez con Bomarzo, El Unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel García Márquez El general en su laberinto, acerca de Simón Bolívar, el peruano Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo, sobre el dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo, El paraíso en la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo XIX Flora Tristán la chilena Isabel Allende La casa de los espíritus, los puertorriqueños Luiz López Nieves El corazón de Voltaire y Mayra Santos-Febres Nuestra señora de la noche, etc.

William Ospina

Premio Rómulo Gallegos 2009


El escritor colombiano William Ospina ganó con su novela El país de la canela el premio literario Rómulo Gallegos 2009, que otorga el gobierno venezolano desde 1967.

“Apreciamos en esta obra valores históricos y filosóficos. Convenimos en que se trata de una lectura interpretativa de los primeros viajes de los europeos en el continente, con una fuerte proyección hacia el presente”, explicó la escritora miembro del jurado, Graciela Maturo.

“Su excelencia literario reside en la sólida estructuración de sus capítulos, su fluido lenguaje, como capacidad de atraer al lector”, agregó.

Ospina se convierte así en el ganador de la XVI edición de este prestigioso premio en el que participaron un total de 274 novelas.


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