El extrativismo se refiere a
países (o regiones) cuyas actividades económicas principales se caracterizan
por la extracción de grandes volúmenes de recursos naturales (especialmente,
pero no necesariamente, no renovables) que no se dirigen al mercado nacional (o
regional) sino a la exportación a otros países (y regiones). Los ejemplos más
claros y visibles son la minería a tajo abierto y la explotación del petróleo y
gas pero también incluye la agricultura intensiva de monocultivos de
exportación sin mayor procesamiento sin, como podrían ser el espárrago en
algunas regiones y la hoja de coca en otras.
Si damos un vistazo a la
situación en el Perú encontramos que el crecimiento económico de las últimas
décadas ha sido promovido por la expansión de actividades típicamente extractivas
como la minería en las regiones mayormente de la Sierra y los hidrocarburos
mayormente en la Amazonía, pero también por la agro exportación en la Costa. En
este proceso, el motor de la economía y su crecimiento no ha sido tanto el
aumento en la demanda nacional (y regional), que más bien ha sido un efecto
secundario, sino la expansión del extractivismo en respuesta a la demanda de
los mercados internacionales, como Europa, los Estados Unidos y, sobre todo, el
sudeste asiático y China.
Una caracteríatica notable
de la actividad extractiva es el desperdicio de los recursos y materiales, algo
que es más notorio en el caso de la minería con sus relaves y depósitos de
escombros que, en algunas regiones, están transformando el paisaje -¡y no
necesariamente para lo mejor! Algunos refieren a este material desperdiciado
como “mochila ecológica” que cargan las actividades extractivas. Otra
característica es la poca transformación para generar un valor agregado de los
recursos extraídos y exportados. En este sentido, no son estrictamente
“industrias” porque no manufacturan nada. Además, esta actividad extractiva
suele generar economías nacionales y regionales dependientes de la exportación
de un solo producto a un solo comprador. Por ejemplo, 95% de las exportaciones
de petróleo se destinan a China (versus 39% del cobre del Perú)
Frente a esta situación,
Gudynas (2012:7) pregunta: Especializarse, por décadas, en exportar enormes
volúmenes de minerales ¿es una expresión de desarrollo genuino? Extraer para
exportar hacia otros continentes (o a otras regiones) recursos que se están
agotando y que cada vez serán más escasos, como el gas o el petróleo, en lugar
de aprovecharlos en el Perú (o en la región) del futuro, ¿es una estrategia
inteligente? Apoyar con dineros públicos, construyéndoles carreteras,
brindándoles energía barata, o exonerando sus impuestos a corporaciones
gigantes, algunas de las cuales facturan más dinero que toda la economía
peruana, ¿es una economía apropiada?
Esas preguntas nos alertan
al hecho que el extractivismo en su versión depredadora, etapa en la que nos
encontramos ahora, tiene importantes impactos sociales, económicos y
ambientales, entre otros. Se asocia frecuentemente con un aumento en los
niveles de desigualdad, de violencia y criminalidad y a veces la contaminación
afecta a la salud pública.
Una reciente publicación de
Oxfam (Bebbington et al 2014) ha demostrado que la pequeña agricultura y la
ganadería pueden afectarse dramáticamente por la competencia con el
extractivismo por los recursos naturales como el agua y la tierra y es notoria
la abrumadora evidencia de los efectos ambientales negativos del extractivismo
convencional. Estos impactos pueden ser duraderos cuando comunidades recuerdan
experiencias pasadas y enfrentan a corporaciones grandes con el apoyo explícito
o implícito del gobierno nacional, como se ha visto en el caso del proyecto
minero Tía María en el valle del Tambo en Arequipa. Con la extracción
depredadora hay una extracción masiva de recursos naturales para un mercado
fuera de la región asociada con graves impactos sociales, económicos,
ambientales y territoriales.
Del libro Propuestas para
transitar AL POSTEXTRATIVISMO a nivel regional páginas 4, 5 y 6.
Martín Scurrah, Consultor
RedGE.
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