Por Palujo
Harby, atento guardián |
Cuando uno planifica algo, ¡cómo espera esos
días! Luego de huir de Lima, ya instalado en Celendín, el jueves 10 de julio de 2014,
madrugué para disfrutar de una reconfortante caminata al lugar denominado La
Quesera, paraje del caserío La Quinuilla en el distrito de Sucre—Celendín.
Llegué a las ocho y treita horas de la mañana a Cruzconga sintiendo, al bajar
del vehículo que me transportó, la fresca helada matinal que brillaba aún en la
fina escarcha sobre los tejados, los árboles y pastos de este silencioso pero
acogedor lugar a 3306 msnm.
Acomodé mi mochila tras mi espalda y, al
costado de un letrero del Ministerio de Transportes que decía PARE, me dispuse
a esperar, como hablan los “mochileros”, que “alguien me dé un aventón”.
Un poblador de la zona me informó que a esas horas bajaba a La Quinuilla una pequeña mototaxi que compraba material de reciclaje, y también un volquete de color amarillo.
El primero en hacer su aparición fue el
volquete. Alcé la mano y el chofer, como si me hubiese reconocido, se detuvo.
Por esas casualidades de la vida, el conductor del vehículo era un joven padre
de familia llamado Fidel Zegarra. Muy amable me invitó a subir, no sin antes advertirme
de que le estaba prohibido llevar pasajeros. Cuando le indiqué a dónde me
dirigía él me respondió: —Lucho, justo ese es mi destino.
Al poco tiempo escucho el ruido de un
vehículo. Era el volquete conducido por Fidel que regresaba con Secundino como
acompañante. Había sido informado de mi presencia en La Quinuilla.
Secundino, luego de los saludos protocolares,
me invita a visitar el lugar de ejecución del proyecto donde, al igual que
Fidel, también trabaja; advirtiéndome, eso sí, de lo empinado del camino.
Es aquí donde inicio este hermoso y
emocionante periplo.
Por una trocha carrosable salimos de La
Quinuilla con dirección a la parte más alta del cerro Ventanillas, lugar donde se inician
los frentes de trabajo denominado La Quesera, donde se ubica un almacén de
cemento y más abajo montones de piedra chancada y arena. Desde allí es
impresionante ver cómo un sistema de tuberías color naranja funciona de manera
tal que por su interior envían la arena y piedra chancada hasta el proyecto
mismo.
Desde la cima del cerro Ventanillas, antes de avanzar cuesta abajo, mis ojos se deleitaron contemplando el paisaje: A la izquierda el caserío Santa Rosa y El Porvenir; al frente, un poco lejos, el caserío de Cajén instalado en las faldas del cerro Chunshullca, el más grande del distrito; hacia el lado derecho, el cerro donde se ubica el caserío de Muñuño y la montaña anexo del centro poblado Calconga.
Escuchando el ruido del río Cajapotrero
iniciamos el descenso por las faldas pedregosas del cerro Ventanillas; bajamos
lentamente, de cuando en cuando deteniéndonos para admirar una que otra
orquídea descubierta por Secundino; por el sendero, saludamos a algunos obreros
en plena faena.
A los treinta minutos, aproximadamente, llegamos al campamento
principal del proyecto en mención, en la base del cerro, donde almorzamos: Eran
las doce y treinta horas.
Luego, a medida que avanzábamos, Secundino me
comenzó a explicar las partes del Proyecto, desde el lugar donde nace el río y
se ubica la tubería de captación de agua hacia la poza denominadas
“Presedimentadora”, de donde sale la tubería de conducción que cruza la
jurisdicción de los caseríos de El Porvenir y Conga de Urquía, en cuya parte
alta se está construyendo la Planta de Tratamiento del Agua.
Después cruzamos un pequeño puente sobre el río Cajapotrero y, por un camino de herradura que va por su margen derecha hacia Cajén, nos dirigimos al lugar de encuentro de los ríos Cajapotrero y Sumbat.
Al retornar, recogimos nuestros pasos, visitando la cueva El Telar, cuyo nombre, cuentan, fue puesto porque los campesinos que tenían sus tierras en los alrededores, tejían sus ponchos, sus frazadas, etc. protegidas bajo la sombra de este extraño lugar.
— ¡Qué
día! —le dije a Secundino — ¡Qué día más inolvidable!
Cristóbal y Palujo |
Descansamos llegando a la cima del cerro
Ventanillas, donde nos aventamos un “bolito” con los operarios del
proyecto; luego, un poco cansados, caminamos despacio. Al llegar a La Quinuilla había oscurecido; pero, del alto cielo azul transparente, casi sin estrellas, una curiosa luna nos
alumbraba con su pálida y reconfortante luz.
0 comentarios:
Publicar un comentario