Por
Secundino Silva Urquía
En mi artículo: “IZQUIERDA Y DERECHA…”, expuse el significado de éstos
términos; y para mayor comprensión del neoliberalismo y socialismo, en el
presente artículo, los expongo con algo de contexto histórico.
El capitalismo, nació de las ruinas del
feudalismo, y es un sistema económico de esencia injusta, desigual e hipócrita,
en el que los dueños del capital lo son también de los medios de producción, y por
la interrelación trabajadores-empresa se impulsa la producción. En el
intercambio de bienes y servicios, determinación de valor y precios intervienen
los mercados; y cuando estos fallan, el sistema pide auxilio y salvataje al
estado de cuyo control antes despotricó. El neoliberalismo es
ideología política y económica de derecha e identificación del capitalismo
contemporáneo. Se sustenta en el liberalismo económico de la producción e
intercambio de bienes y servicios; y el liberalismo político, que apuntala su
régimen político de gobierno. El
socialismo, a
contraparte, reiteramos, NO necesariamente plantea anular
la propiedad privada, SÍ propugna un estado, que representando a
la sociedad; propicie una variación sustancial de las relaciones económicas, controle
los principales medios de producción, propicie la anulación de la pobreza con una
distribución equitativa de la riqueza de la nación; y construya una sociedad más justa y sin
desigualdades vergonzosas. Libertad,
soberanía e independencia; equidad y justicia social,
son algunos de sus objetivos.
La teoría del neoliberalismo,
es que el capital genera trabajo y riqueza
y por tanto predomina sobre la que genera la fuerza laboral. Del trabajador subvalora
su aporte y lo reduce a darle un salario de sobrevivencia, y la riqueza resultante
es para el dueño del capital. Y esta concepción no es nueva, viene desde Adam Smith (1723-1790), con las
variaciones de John Maynard Keynes
(1883-1946),
hasta la concepción moderna de Milton
Friedman (1912-2006).
Este último teórico impulsó
desde la Universidad de Chicago, un proyecto para formar una élite intelectual
y, llegada la oportunidad, asumir la dirección de la economía de los países en
vías de desarrollo. A éste grupo se conoció como “Chicago Boys”, y el momento para aplicar su ideario llegó tras el
cruento golpe militar del fascista Augusto Pinochet a Salvador Allende, en
Chile de 1973. Ya Friedman había teorizado la necesidad de aprovechar una
crisis —real o provocada— para imponer ese ideario; por esto, los “Chicago Boys”, convencieron antes a
Pinochet “que el programa económico se
tenía que imponer con represión, y aun liquidando a Allende y sus seguidores”.
El costo social de su imposición fue más de: 3,200 ejecutados o desaparecidos,
36 mil torturados, 80 mil prisioneros y 200 mil chilenos exiliados. La prueba
es que, mientras la FACH bombardeaba el palacio La Moneda y millones de
chilenos eran sometidos al terror, se imprimía un suplemento de más de 500
páginas —apodado “el ladrillo”— que
reproducía las recetas del libro de Friedman “Capitalismo y libertad: privatización, desregulación y recorte del
gasto social”; que al día
siguiente, apareció dentro del diario El
Mercurio. Además, la investigación
hecha dos años después, por el Senado de los EEUU develó que la CIA financió el
75% del costo del proyecto (U.S. Dp. of
State, Cover Action in Chile 1963-1973, 1975, p. 30). Y el milagro que
Friedman prometió a Pinochet NO SE DIO. Para 1982, la riqueza estaba
concentrada en las empresas extranjeras y un pequeño grupo social enlazado a
éstas y la economía chilena iba hacia la hiperinflación, desempleo generalizado
y alta deuda. Esta crisis era diez veces más grande que la que le provocaron adrede
al gobierno de Allende. Pinochet expectoró a los “Chicago Boys”, y a
regañadientes, nacionalizó varias empresas. La Corporación del Cobre –CODELCO–,
ya antes nacionalizada por el socialista Allende, ¡oh contradicción!, salvó la
economía chilena del colapso total. Esta empresa pública le aportó a la
economía Chilena el 85% de ingresos por exportar cobre, y hasta hoy es su principal
sostén.
En 1982, el neoliberalismo, de
naturaleza expansionista, codiciosa y avariciosa, entró a México. Este país, en crisis financiera,
declaró a sus acreedores, incluyendo Banco Mundial
y Fondo Monetario Internacional, que no podía pagar sus deudas.
Aprovechándose de esta vulnerabilidad, el FMI y el BM obligaron a México y
otros países pobres a hacer grandes cambios estructurales en sus economías; políticas de ajuste que empobrecieron a millones de personas. Pero el
neoliberalismo, en corto tiempo, dio visos de fracaso en varios países de
América, a tal punto que pidió la intervención de sus estados para salvar
bancos quebrados (Banco Latino en Perú). Esto mismo sucedió en EE.UU y
Europa, donde la crisis aun arrecia y luego se extendió a Chipre, Grecia y
Egipto. Y, las medidas de salvataje son las invasiones abusivas y criminales a
Irak de Sadam Hussein, Libia de Mohamar Kadafi, y posiblemente Siria y
Venezuela, todas en pos del petróleo que no pertenece a la cofradía o pandilla de
países neoliberales y saqueadores, encabezada por EE.UU.
El neoliberalismo es débil doctrinaria
e ideológicamente, por eso recurre a la imposición militar y la guerra; y
proclama alguna victoria parcial como total (“El
milagro chileno”, que no fue tal); actúa como fiera herida que se resiste a
morir. Para aparentar que aún goza de buena salud, recurre a campañas
propagandísticas y echa la culpa de sus fracasos a los opositores; inventa
términos aparentemente nuevos y salvadores (“Crecimiento
económico”, “responsabilidad social”, “inclusión social”, “rescate financiero”,
etc.); difunde tesis confusionistas como: el risible “ya no existe el antagonismo izquierda/derecha”, el delirante “socialismo es ideología trasnochada”,
el amenazante “no hay otra alternativa”
de Margaret Thatcher, la fantasiosa “tercera
vía” de Tonny Blair, etc.;
despliega a intelectuales serviles –Mario Vargas Llosa, uno de ellos– para
despotricar por doquier de las izquierdas y “pronosticar” el fin del
socialismo; etc.
Intelectuales marxistas de talla
universal, como José C. Mariátegui, refutaron hace décadas los pronósticos
errados de los defensores del capitalismo, al decir que la revolución en cada
país, ha de hacerse “sin calco ni copia”. Y la prueba vital es que Cuba mantiene en
pie su revolución, pese al bloqueo económico y criminal del imperio
norteamericano; y Venezuela, que aun es y será un “hueso duro de roer” para las desgastadas fauces neoliberales.
En el Perú el neoliberalismo se asentó
con el gobierno corrupto y dictatorial de Alberto Fujimori. Este remató
empresas estratégicas a las transnacionales; abrió las puertas al modelo
extractivo y de exportación masiva de minerales, dándoles la seguridad jurídica
que necesitaban; pero este tema y esta historia, quedan para un análisis
posterior.
Lima,
05 de julio del 2013
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