Prólogo
La idea de tratar el tema nace de una
rebeldía ante el signo de los tiempos. Así como, desde recientes décadas, se ha
legitimado al egoísmo lapidario como valor social, así también ya no cabía cuestionar
la creación del escritor en función exclusiva de su posicionamiento en el
mercado, sino que había que verlo como legítimo, como expectativa muy natural y
humana.
Disputar el éxito mediático de los
escritores privilegiados por el poder y llegar a ocupar un lugar en el canon
establecido, era toda la aspiración literaria —disfrazada de lucha ideológica— hasta
de los que eran, o se proclamaban a sí mismos, herederos de los que nos habían
legado la lucha por la utopía.
De manera que así como al socialismo
se le había mandado a guardar, para su contemplación como antigualla, al museo
de la historia, así también la literatura como acompañamiento del drama y la
demolición de más de tres cuartas partes de la humanidad, y como develación de
sueños que amanecen el mundo así omnívoramente establecido, era reprochado —por
el pragmatismo literario— como comportamiento ya “superado”, pragmatismo visto
como conducta intelectual natural, razonable, cínicamente razonable.
La falta de una convencida y redonda
respuesta ideológica de quienes defienden los fueros, en la práctica, de una
literatura anticanónica y de identidad con lo más profundo de nuestras raíces
sociales, se debió también al golpe que había dejado la ofensiva ideológica que
desde los 60 habían propinado los escritores y críticos de la nueva literatura
vanguardista a la literatura social (en la forma de un ataque a la literatura
indigenista), actualizada recurrentemente por Mario Vargas Llosa. Es decir, la
abusiva y generalizadora identificación de literatura social con mala
literatura. Y predicando el prerrequisito (obvio por lo demás) de calidad
estética para hablar de literatura de verdad, pero (y aquí el subterfugio)
identificando esta calidad estética con acendramiento en lo formal o en lo
técnico-formal. La confusión, el miedo del escritor progresista, estigmatizado
a que propenda a la mala literatura, hizo que considerara que ya daba por
superado el problema en tanto orientara sus creaciones hacia innovaciones
técnicas modernas. El resultado ha sido una postura ideológica defensiva —o,
peor aún, las creaciones de algunos se han cargado de formalismo— en lugar de
reconocer que los mayores logros artísticos han sido producidos históricamente —en
la literatura universal y también en nuestra historia literaria—, por las obras
que develaban el proceso social y se identificaban con las tendencias
históricas del progreso, es decir, por la “literatura social”.
Pero, como se atestigua ya de un
tiempo a esta parte, con el temblor de los pies de barro del capitalismo y el
despertar a una pesadilla de millones de personas que protestan, no contra las
fatales crisis económicas, sino contra la estructura del orden mundial mismo,
actualizándose la urgencia de otro nuevo —a desempolvar ese otro orden social
del que habla el socialismo histórico y que lo anunciaba con todos los síntomas
del parto que ahora se puede tocar con las manos—, así también los escritores y
los intelectuales no pueden eludir los viejos conceptos del arte —de la
belleza, de la vitalidad, de la verdad artística— como crítico y revolucionario
por naturaleza, en contraposición al malabaresco, al formalista, al puramente
lúdico y elusivo, hecho para el aplauso, para el mercado, o el del tecnicismo
que le aleja del referente o lo deforma para justificar el orden imperante, tan
redivivos e influyentes en los espacios dominantes hoy y en el humor de la
época.
(Justamente
hoy es aún más urgente la reivindicación de esta literatura crítica y la
correspondiente postura política por cuanto, como queda dicho, no sólo sigue
subsistente el formalismo literario del pasado, sino que esa negación de la
visión humana y social progresiva se ha instalado en el mundo posmoderno —para
peor y con carácter totalitario y excluyente— a través de la “cultura de masas”
y de la literatura comercial desembozada)
***
La reflexión
no preténdela consignación siquiera suficiente de escritores de la historia
literaria peruana, que no es su objeto, sino la mención inevitable de los muy
representativos de una u otra opción literaria e ideológica, como sostén básico
del aserto aquí propuesto, a saber, que la literatura vital que ha develado y
se ha consustanciado agudamente con el devenir progresivo, histórico y social,
ha sido también la literatura que ha dejado el mayor legado artístico. Y todas
las derivaciones conceptuales que permite este postulado.
INDICE
Prólogo / 7
I.UN DEBATE TODAVÍA VIGENTE
La sanción de
la historia / 11
Desvelando mitos
/ 18
Mario Vargas
Llosa y el porqué del demérito del indigenismo / 23
II. CALIDAD Y COMPROMISO EN LA HISTORIA LITERARIA
PERUANA
COLONIA:
Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala / 31
EMANCIPACIÓN:
Mariano Melgar / 35
REPÚBLICA: / 40
César Vallejo
/ 44
El
indigenismo literario en cuestión / 48
La literatura
post segunda guerra / 50
Javier Heraud
/ 52
La literatura
de Vargas Llosa en el diván / 54
José María Arguedas
62
III. TENDENCIAS DEL PROCESO LITERARIO ACTUAL
Las últimas
décadas / 70
La narrativa
andina actual y la “ficcionalización del relato”. Oscar Colchado / 74
Un
paréntesis: efectos de la “ficcionalización” en la novela de Manuel Scorza / 85
Una
literatura por hacer / 88
IV. CONCLUSIONES / 93
Arturo Bolívar Barreto.- Lima, 1953.
Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado Historia singular del profesor Chicho
Rivasplata y otros cuentos. Arteidea Editores, 1997; el relato Gotita en varias
ediciones, la última de 2009, Arteidea Editores. Así mismo el libro de poemas
Creciente hora nuestra, Grupo Editorial Arteidea, 2010; una edición breve del
ensayo Balance de las políticas culturales de Fujimori a García o el vandalismo
neoliberal en el Perú, Editorial Mundo Sur, 2011. Y varios artículos en
revistas de difusión digital, El escritor y la sociedad peruana, en Revista
Rebelión, 2012; Apuntes sobre la literatura peruana actual, en Revista Rebelión
y en el blog La alforja de Chuque, 2012.
(*) Del libro
Calidad literaria y compromiso social:
El debate, de Arturo Bolívar Barreto. Editorial Arteidea, octubre de 2012.
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