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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 11 de agosto de 2010

Historias reales... y de las otras: Así es la vida, por Moisés Chávez


Moisés Chávez es arqueólogo y doctor en Teología, celendino neto y amante de lo celendino y ha ofrecido gentilmente colaborar con nuestro blog con los artículos que escribe como ejemplos en su magisterio- De él publicamos el siguiente testimonio recogido en una de sus peregrinaciones a nuestra tierra, cuyo fondo y el protagonista que habla en primera persona encarnan la vida misma y el drama que, con algunas variantes, persiste como un estigma hasta la actualidad. (Charro) (*) 
ASI ES LA VIDA
Por Justo Vásquez
Me llamo Justo Vásquez Silva. Tengo 65 años. Nací en Chaquil. Mi padre murió cuando yo tenía siete años, y lo recuerdo como una sombra.
 Aprendí a leer con la ayuda de mis vecinos Leopoldo Malaver, Isaías Rojas y Manuel Marín, que se desempeñaban como maestros, ya que donde vivíamos no había escuela fiscal. Se les pagaba un almud de cebada o un sol de nueve décimos por todo el tiempo que nos enseñaban. Era muy poco, pero también se ocupaban en sus labores agrícolas.

A veces nos llevaban a sus chacras, para vigilarnos de cerca, pero no nos hacían trabajar. Por la mañana nos daban muestras de escritura en una pizarra. Al medio día revisaban nuestro trabajo y nos lo hacían leer. El sábado había un examen que se llamaba “sabatino”.
Para castigar a los que no aprendían usaban la palmeta. Para recibir el palmetazo había que extender el brazo y abrir la mano. También usaban el rebenque. Un compañero tenía que cargarnos con los pantalones abajo, y a veces a él también le caían los rebencazos.
* * *
Después, mi madre me matriculó en una escuela del Huauco, a unos cuatro kilómetros del lugar donde vivíamos. En 1932 ya había escuela fiscal allí, y mi maestro fue don Clemente Díaz. Todo era gratuito, inclusive los útiles escolares. Había revisión de pies y de orejas. Si nuestros pies estaban carrrga, nos encajaban allí con unas varillas de sauce.
Siendo escuelero, yo mismo me hacía mis juguetes: Mis araditos y yugos de palo, mis bueyes de mito, mis trompos, mis voladeras y bolas de piedra para jugar a los chanos.

Estuve en aquella escuelita fiscal tres meses en primer año. Como yo sacaba 20 en las pruebas semanales, el Director ordenó que me pasaran a segundo año.


Dos meses después llegó el 28 de Julio, y debíamos asistir con ropa nueva para ir a misa. Pero como mi madre era pobre, no me compró ropa nueva, y tuve que asistir con mi ropita del diario nomás.


El maestro nos apartó a los que no teníamos ropa nueva, y se fue a la iglesia con los que estaban bien vestidos. Mientras tanto, a unos treinta alumnos nos encerraron en la escuela, bajo llave. Mis compañeros jugaban, corrían, gritaban y saltaban de contentos. Pero yo me senté a un lado resentido, y pensaba: “Para éstos más vale la tela que la persona.” Y tomé la determinación de no asistir más a dicha escuela.
 
Y fue así: No volví a la escuela hasta el día de hoy.
* * * 
Al notar mi ausencia, el maestro hizo llamar a mi mamá para saber el motivo. Mi mamá me llevó a la escuela de las orejas, y el maestro me resondró y me amenazó con castigarme si no continuaba asistiendo. Yo le respondí que no volvería más a su escuela, porque allí le daban más importancia a la tela que a la persona. Dije que me habían encerrado en la escuela, y que eso me había resentido. Y apreté la carrera para que no me agarren y me peguen.

Fuente: Blog El mundo Charro de Jorge Antonio Chávez Silva 
(http://elcharroysusamigos.blogspot.com/)

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