Por Eduardo González Viaña
Si Ana Frank estuviera viva, habría cumplido 85 años el pasado jueves. Lamentablemente, murió cuando todavía no había cumplido los 15.
Cuando apenas tenía 13 años, tuvo que esconderse junto con sus familiares en las dependencias de un edificio comercial en Amsterdam. Además de los Frank, otras familias judías se refugiaron allí durante dos años para salvarse de ser capturadas por los nazis.
El padre de Ana, Otto, había recibido una citación para presentarse junto con los suyos ante la policía. Ello significaba entregarse para ser enviados después a un campo de concentración.
Al esconderse, no podían llevar consigo muchas pertenencias. Ana tenía un diario que le había sido obsequiado el día de su cumpleaños. En él, escribió a una amiga imaginaria los pormenores de su vida en el refugio.
El “querido diario o, más bien, querida Kitty” recibía cada día las confidencias de la niña sometida a las estrecheces del albergue y al imaginable terror de lo que sucedería si fueran descubiertos. El amor por la familia, las discusiones con otros niños e incluso el naciente cariño por, Peter, un jovencito de su edad, también escondido allí, formaban parte de las confidencias de la adolescente.
Así pasaron dos años y un mes. Un vecino los delató. El 4 agosto de 1944 los ocho ocupantes del escondite fueron apresados por la Gestapo. Los sometieron a “científicos” interrogatorios policiales y, por fin, fueron enviados a los campos de concentración. La perversidad refinada de los carceleros separó a los padres de los hijos con el fin de que ni siquiera pudieran estar juntos en la hora final.
Felizmente, el diario escrito por Ana Frank no se perdió. Los amigos de la familia lo encontraron y, al final de la guerra, se lo entregaron a Otto, el único superviviente de la familia. Desde 1947 en que fue publicado, ha dado la vuelta al mundo en todos los idiomas y es uno de los testimonios más cercanos de lo que fue el holocausto. El escritor soviético Ilya Ehremburg dijo ese texto que es “una voz que habla por la de seis millones; la voz no de un sabio o un poeta, sino la de una muchacha corriente”.
En Auschwitz, donde por suerte le tocó estar con su hermana Margot, Ana ya no podía escribir. Un vaso de agua y un bol con alimentos malogrados eran su régimen diario. No pudo siquiera llegar a una cámara de gas porque el hambre y el tifus acabaron con ella antes. Me imagino que durante todo ese tiempo se preguntó cuáles podrían ser las razones de la bestialidad y el odio con que se les perseguía.
El holocausto, el apartheid, los campos de concentración de Pinochet, Somalia, Uganda, Sarajevo, todo esto demuestra que ese odio persevera e incluso se ha convertido en doctrina. La lección de un posible nuevo orden internacional es que los pueblos arcaicos y las utopías por la felicidad colectiva deben ser exterminados.
En el Perú, hace cinco años se quiso echar de sus tierras ancestrales a varios millones de peruanos de la Amazonia. El presidente de entonces, García, se atrevió a decir que los expulsados de la selva eran ciudadanos de segunda clase.
En el departamento de Cajamarca, a la joven Liseth Vásquez, la policía la golpeó salvajemente en la plazuela Bolognesi en 2012, luego de patear las ollas de su madre que era vendedora ambulante de alimentos. Ahora, el poder judicial pide para Lizeth 10 años de prisión.
Como hubo resistencia pacífica, la empresa transnacional quiere dar una lección a quienes se oponen al megaproyecto Conga. Y sin embargo, en el 85 aniversario de Ana Frank, tenemos otra lección… el diario supervivió y las utopías- de quienes creemos que algún día seremos libres y felices- están más vivas hoy que nunca.
Fuente: El correo de Salem / http://www.elcorreodesalem.com/2014/06/16/si-ana-frank-estuviera-viva/
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