Para Carlos Ponce Pérez, mártir del pueblo
A los militantes, simpatizantes y amigos
del Comité Local Jesús Páez, de los años 81-86
¿Quién es Carlos Ponce? Chicharrita miró con odio de clase al raya que habló. La pregunta sobraba, era de simple trámite, porque el “objetivo” ya había sido, como se diría ahora, “marcado” mucho antes, solo esperaban el momento propicio. Ya fuiste, terruco de mierda, ¡camina, carajo!, dijo el otro raya, cogiéndolo de los hombros y empujándolo. Pero… quiso argumentar algo Carlos C., quien conversaba en el frontis de su casa con Chicharrita. Contigo no es, flaco, así que mejor te callas y te guardas en tu casita, no viste nada, dijo el otro raya. ¿Quién lo conocía como Carlos Ponce? Nadie, excepto su familia y amigos. Tanto que si alguien preguntaba por él citando su nombre, tenía poquísimas posibilidades de encontrarlo. Y hablando de la graciosa chapa que llevaba, el origen de esta es imposible de hallar en el –como dijera Vallejo– caos teórico y práctico que es mi memoria.
Aquello ocurrió un día sin fecha ni mes del tiempo de la guerra interna, cuando a diario eran detenidos por decenas en universidades y barrios populares no solo militantes, simpatizantes y amigos de Sendero sino cualquier “sospechoso”, y ya se sabe que en esos tiempos bastaba ser sanmarquino o ayacuchano o andar desaliñado para ser acusado de senderista o emerretista, ser encarcelado y en no pocos casos simplemente desaparecido. Con mayor razón en un lugar como la 7ma. zona de la urbanización Perú, de San Martín de Porres, escuela de activistas de izquierda entre los 77 y 85, años calientes políticamente hablando.
En este lugar se desarrolló una experiencia inédita de organización que articulaba la demanda por las reivindicaciones vecinales con la combinación de diversas formas de educación y cultura popular, de cara a los pobladores, con una dosis de empuje, creatividad e imaginación pocas veces vista en los sectores urbanos. Mítines culturales, marchas del libro, academia pre, grupos de música y teatro, círculos de estudios y repaso, talleres de artesanía, celebraciones populares de los hitos de la historia como el Primero de Mayo, asambleas públicas vecinales, en fin, muchas y diversas expresiones de la creatividad del pueblo, rápidamente se hicieron visibles y habituales, como también la participación de los pobladores en la actividad política.
Unión para la Labor Comunal (ULC), fue el nombre que la primera plenaria de activistas vecinales acordó para la institución que los agrupó y que promovió entre sus miembros una relación horizontal y de hermandad, confianza y cariño entrañables. Primero como iniciativa de un pequeño e inorgánico núcleo de activistas de patria roja pero luego protagonizado por decenas de jóvenes, amas de casa y trabajadores, este impulso no sólo creció de manera envolvente sino que también arrinconó y derrotó a los apristas que medraban desde hace años en la dirección de la asociación de pobladores y a los contados activistas de otras tiendas políticas de izquierda que veían asombrados como crecía la simpatía por el UNIR, fachada política electoral que patria roja había formado a fines del 79.
En este proceso, uno de los primeros frutos fue precisamente la formación del grupo de música popular Ayar, integrado por Carlos C., zurdo que la rompía como primera guitarra, Carlos Ponce, Chicharrita -conocido también como Calín- en la quena y la zampoña, Alex Arenas en la segunda guitarra y Adín en la voz. El grupo Ayar, fortalecido luego con muchachos como Alex C., Daniel P. –ya difuntito- o Maricruz S., rápidamente rebasó los límites de la 7ma. zona y se hizo conocido en toda la Urb. Perú y buena parte del distrito.
Los temas emblemáticos de la nueva canción latinoamericana como “Te recuerdo, Amanda” o “A desalambrar” así como los huaynos de contenido social tipo “Flor de retama” y las melodías de tradición popular como “Pájaro Chowí”, formaban parte de un repertorio en el cual se incluían algunos esbozos de creación colectiva o composiciones de coyuntura para la agitación y propaganda política, como la recordada marinera “La Lampa”, sobre la prédica engañosa de AP en la campaña electoral del 80. Y, por supuesto, el Ayar era infaltable en las serenatas o cumpleaños de los integrantes de la ULC, que iban desde infantes que eran hijos o sobrinos o hermanos menores de los activistas hasta luchadoras sociales ya maduras como la “Tía” Julia o veteranos dirigentes sindicales como don Rosendo o don Augusto, este ya fallecido. Para ellas y éstos van también estas líneas de recuerdo y memoria.
De los integrantes del Ayar, reforzado por jóvenes como Samuel, Chicharrita fue quien procesó una acelerada politización que lo llevó a la militancia organizada en el frente de trabajo obrero, que el ya constituido comité “Jesús Páez” de patria roja en SMP, promovió en la Panamericana Norte, trabajo articulado con el frente barrial, estudiantil y popular. Como producto de un natural curso de renovación, claro, a un ritmo mucho más acelerado que hoy, el Grupo Ayar entró en crisis, se desarticuló pero al mismo tiempo abrió cancha a la formación, allí nomás, del Grupo Puquio, integrado por los hermanos avier y Ricardo, las hermanas Susana y Patricia, Gualberto y quien sobrevivió, el zurdo Carlos C., sin dejar de lado la participación episódica de Adín y del propio Chicharrita.
Al tiempo que el Grupo Puquio ensanchaba su trabajo de difusión de la música popular en sus diversas vertientes, Chicharrita fortalecía su compromiso político con patria roja en cuyo espacio rápidamente ganó prestigio no solo por su reconocido carisma, humor y alegría, sino por una conducta difícil de emular: no había dificultad capaz de tirarlo para atrás. Con mayor razón cuando se entregó en cuerpo y alma a la tarea de construir partido en el proletariado. Los obreros de Famesa, FTA, Telesud, Filamentos Industriales, Nissan, National, Pimafine, Lolas y otras fábricas de Panamericana Norte supieron del tesonero trabajo de agitación, propaganda e impulso de la organización sindical así como de la lucha obrera que desplegó Chicharrita en los primeros años de la década del 80, como parte de las orientaciones y planes del comité local del partido y particularmente de la célula de trabajo obrero.
Él llegó a ser uno solo con la prensa obrera bajo el brazo: el órgano proletario “Jesús Páez” –nombre igualmente del comité local– que este querido militante comunista llegó a amar como a su propia vida. Solo quienes estuvieron cerca o ligados al trabajo político de Chicharrita pueden entender esta poco frecuente pero bella armonía entre un órgano político -un puñado de papeles impresos–, con quien los repartía fábrica por fábrica, que, hay que decirlo, no solo era punche y corazón sino permanente empeño de formación y autoformación doctrinaria.
Pero, ¿en qué partido militaba Chicharrita? ¿En patria roja, una organización que ya en esos años atravesaba una severa descomposición ideológica, política, orgánica y moral, o en un comité partidario que marchaba precisamente a contracorriente de tal perspectiva? La respuesta es sencilla: el comité local “Jesús Páez”, llamado así en memoria del militante comunista Jesús Alberto Páez, dirigente del sindicato de la fábrica textil Nuevo Mundo y del asentamiento humano Néstor Gambeta, en el Callao, desaparecido por los marinos el 10 de agosto del 77, prácticamente desde su constitución asumió una permanente conducta de crítica y cuestionamiento al derechismo de la dirección nacional de patria roja, conducta que se fortaleció entre el 83 y el 85 al compás de la experiencia de construcción integral del partido.
Por ello, resultó natural que terminando el 86, al estallar la lucha interna –incubada hace años– que emprendieron no pocos dirigentes intermedios y cuadros, con la divulgación del documento conocido como la “Carta de los 11” suscrita por 11 miembros del comité central en defensa de los principios del partido, todo el comité local “Jesús Páez”, sus militantes y simpatizantes -incluidas todas las (no pocas) camaradas–, con una sola excepción, se alineara con el impulso por recuperar la naturaleza proletaria de la organización y que, fracturada ya esta, formara parte del contingente conocido como “los bolcheviques” o partido comunista del Perú (b).
En todo este proceso Chicharrita jamás vaciló y siempre estuvo dispuesto a defender los principios comunistas y particularmente el emblemático órgano obrero “Jesús Páez”, convertido ya a esas alturas en tribuna de implacable crítica al derechismo de la dirección nacional de PR, como aquella oportunidad en que en plena tarea de propaganda un activista de patria roja –antiguo integrante del comité del partido en SMP y muy amigo de Calín, conocido por todos como “Cholo”– pretendió arrebatarle su paquete de periódicos. Chicharrita, de pequeña estatura pero de gran fortaleza física, un tronquito, no solo frenó tal intento sino lo hizo retroceder y dejó en ridículo.
Pero formados, mejor dicho autoformados en la lucha contra todo lo que despidiera, aunque fuera de manera suave, cierto olor a derechismo, reformismo, electorerismo, parlamentarismo y todos los ismos posibles, los militantes del comité local “Jesús Páez” no tardaron en percibir, tal vez más por la vía de la intuición que del análisis, que el rumbo que la nueva dirección imprimía a los “bolcheviques” no difería en esencia de las concepciones antimarxistas de la decrépita conducción de patria roja.
En breve tiempo se repetía la historia, sólo que en este caso la beligerancia en el combate en defensa de la naturaleza proletaria del partido, voluntad que cohesionó de manera sólida al comité partidario, fue cediendo su lugar, en no pocos miembros del mismo, a una fuerte corriente de escepticismo y desencanto, y su manifestación en lo orgánico, la tendencia a la dispersión, a la anarquía, a la salida individual ante la severa y terminal crisis del colectivo organizado.
Cierto que en estas dos etapas, primero desde el año 81 al 85, y luego del año 86 al 90, el comité local “Jesús Páez” desarrolló una experiencia inédita de construcción partidaria, con la expresa voluntad de asumirla como un proyecto integral, que colocara como centro de gravedad el reimplante proletario del Partido; sin embargo, en uno y otro caso se trató de manifestaciones absolutamente localizadas, no solo distintas sino contrapuestas a las tesis que ponía en práctica la dirección central. Esta experiencia es un hecho histórico que espera su sistematización y del que hoy solo hacemos memoria como un trazo humano, político y social que nos permita delinear de mejor manera el perfil del querido Chicharrita.
Y con ello, al compás de la crítica a las orientaciones de la dirección de los “bolcheviques”, se abrió en algunos miembros del comité local “Jesús Páez” una creciente expectativa por conocer de manera directa las propuestas de Sendero Luminoso, en ese entonces ya con varios años de levantamiento armado, expectativa e interés que se tradujo en un inicial acercamiento y posteriormente en la adhesión y compromiso partidario.
Hay que decir que por un lado este fenómeno no solo era local sino era una tendencia en un apreciable sector de la juventud militante de las organizaciones de izquierda legal desencantada de la práctica de sus dirigentes, naturalmente en diversas proporciones marcadas por afinidades históricas, doctrinarias e incluso personales, y que por otro lado, en el caso del comité local “Jesús Páez”, supuso un fuerte y enconado debate ya no sólo con las concepciones antimarxistas de carácter derechista –en el que ya existía un prolongado entrenamiento– sino también con las “izquierdistas”, y en particular con las tesis senderistas. En este contexto, y dado el perfil del comité “Jesús Páez”, era previsible que los cuadros de Sendero se empeñaran en un persistente trabajo de captación de sus militantes y simpatizantes.
En el caso de la confrontación con las tesis izquierdistas, el debate ya se había iniciado en el curso de la lucha interna con la dirección central de patria roja: como un efecto de la degeneración ideológica de ésta, surgieron como respuesta en un pequeño grupo de dirigentes y militantes, ideas de escasa consistencia sostenidas casi exclusivamente en el culto, como verdad irrefutable, de la lucha armada y del fusil, ideas, práctica y rasgos de conducta personal que en conjunto componían una versión caricaturesca del proyecto senderista.
Por ello, no es aceptable pensar que Chicharrita se alineara con Sendero solo alimentado por una fuerte dosis de decepción o creciente radicalidad: nuestro querido compañero de barrio, de trabajo político, vecinal y cultural, de militancia partidaria primero en patria roja y luego en los “bolcheviques”, buscaba encauzar su extraordinaria capacidad de entrega al servicio del proletariado y el pueblo mediante una práctica organizada superior, la honrosa y noble práctica de la militancia comunista, para la cual los anteriores proyectos que abrazó prácticamente ya no ofrecían espacio. Si la encontró o no en Sendero, es una interrogante que esta crónica no se ha propuesto absolver.
Luego de su incorporación a Sendero, y salvada una breve etapa de aspereza y tal vez algún encono por los rasgos que asumió la discusión de los planteamientos senderistas, rápidamente se recuperó la antigua y siempre fresca relación personal con Chicharrita, marcada por el aprecio y cariño, el humor y la espontaneidad, la amistad más alta. Cierto es que él nunca dejó, como se dice, de llevar agua para su molino, de ver en cada cosa un elemento de sustento para sus argumentos políticos y su compromiso partidario, pero ya con el carácter de la broma sana, de la ocurrencia graciosa, como también es cierto que en sus momentos de dificultades siempre encontró en sus antiguos compañeros de militancia una mano y un gesto solidario, fraterno.
Si su entrega y sacrificio en las etapas anteriores eran realmente ejemplares, en esta nueva etapa de compromiso partidario con Sendero el sello de tal espíritu se mantuvo y fortaleció: la cercanía personal, la antigua amistad, la confianza de años en los que compartimos infinidad de experiencias y lecciones, sabores y sinsabores, nos permite afirmar que Chicharrita la asumió como la opción definitiva que estaba llamada a definir el curso de la historia del pueblo peruano.
Ello suponía una dosis de riesgo personal mucho mayor que antes: si como militante de patria roja Chicharrita sufrió no solo persecución y amenazas sino también una corta temporada en prisión, en adelante lo que se ponía en peligro ya no era solo la libertad o la integridad física sino la propia vida. Así, como expresión de lo que en la militancia revolucionaria se conoce como “accidente de trabajo”, Chicharrita fue detenido y luego confinado en el centro penitenciario para presos políticos de Yanamayo, en Puno.
De esta etapa en prisión poco es lo que conocemos. Lo que sí podemos afirmar es que Chicharrita, en el curso del debate partidario en Sendero desarrollado a partir de la captura de su dirección central y de la decisión de esta de dar por concluido el levantamiento armado y proponer luego el “Acuerdo de Paz y Reconciliación”, en el cual surgió la tendencia “Proseguir” –que sustentaba precisamente lo contrario, la necesidad de continuar la insurgencia armada–, tomó posición por esta y la asumió como todo lo que abrazó desde que inició su vida como militante: hasta las últimas consecuencias.
En la experiencia de la prisión son frecuentes, casi de rutina, casos en los que se juntan la provocación, el abuso y la agresión por parte de los carceleros contra los presos políticos, naturalmente no por iniciativa personal sino como parte de una política. En uno de ellos, precisamente, en medio de un desigual combate, fue que Chicharrita, siempre en primera fila del enfrentamiento contra los represores, cayó acribillado. Claro, cayó es un decir. Para él entregar la vida de esa manera no solo era una necesidad de la revolución y una opción presente en cualquier instante, sino también una forma de elevarse por encima de la miseria moral de los enemigos del pueblo, de regar el fecundo campo de la historia de entrega y sacrificio de las masas.
La noticia, imprecisa y tardía, nos derrumbó, nos envolvió en un mar de desolación. Sus compañeros de trabajo político, vecinal y cultural, quienes desde diversas aristas sosteníamos diferencias con la posición que Chicharrita había abrazado, abrumados por el dolor y la nostalgia, acusamos el golpe. Se nos había ido alguien con quien habíamos compartido innumerables jornadas de trabajo político, vecinal y cultural, alguien con un temple poco común y una capacidad de entrega extraordinaria, en quien se conjugaban la firmeza para asumir una causa con la alegría y la frescura que se acuna solo desde la vida en el pueblo, desde el pueblo y para el pueblo.
Desde entonces, el recuerdo y la memoria de Chicharrita nos desafía, nos conmina a no ceder a la apatía y el conformismo, a la angustia y el desencanto, al veneno dulzón del exitismo individualista, a las salidas desesperadas o anárquicas, tendencias humanas que están aquí nomás, prestas a apoderarse de nuestra conducta, como manifestaciones de nuestra debilidad para resistir la ofensiva ideológica derechista y conservadora o, peor todavía, como simples coartadas para encubrir la deserción y la traición.
Porque finalmente el Chicharrita que conocimos y apreciamos, el muchachito que con la collera del barrio se dedicaba a cazar lagartijas en los arenales de Bocanegra, el colegial grandino risueño y travieso, el adolescente rockero que con su grupo animaba los cumpleaños de las quinceañeras, el jovencito que optó por la quena y el charango, el amoroso padre de una criatura que adoptamos como sobrina sin llegar a conocerla, el tenaz militante de patria roja, los bolcheviques y Sendero que escondía sus poemitas en papeles arrugados, está aquí, tarareando “La tortilla” y “A la salida de Casapalca”, y susurrándonos con su canto alado pleno de ternura y convicción, que continúa la brega por un mundo de sol y libertad.
Lima, Perú, marzo de 2014
Jorge Luis Roncal
Gremio de Escritores del Perú
Colectivo Arteidea
Partido de la Ternura del Perú
Victor Jara: "A Desalambrar"
Vìctor Jara - Deja la vida volar
Victor Jara - El cigarrito
Vìctor Jara - Te recuerdo amanda
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