El proceso literario capitalista no logra, por más que lo deseen sus
pontífices y capataces, eludir los gérmenes de decadencia que le suben, desde
hace muchos años, del bajo cuerpo social en que él se apoya. Esto quiere decir que
las contradicciones congénitas, crecientes y mortales en que se debate la
economía capitalista, circulan igualmente por el acto burgués, engendrando su
debacle. Esto quiere decir, asimismo, que la resistencia de aquellos caciques
intelectuales para no dejar morir esta literatura, es vana e inútil, ya que
estamos ante un hecho determinado, en un plano rigurosamente objetivo, nada
menos que fuerzas y formas de base de la producción económica, muy distantes y
extrañas a los intereses sectarios, profesionales e individuales del escritor.
L literatura capitalista no hace, pues, más que reflejar –sin poderlo evitar,
repito-, la lenta y dura agonía de la sociedad de que procede.
¿Cuáles son los más saltantes signos de decadencia de la literatura
burguesa? Estos signos se han evidenciado harto ya, para insistir sobre ellos.
Todos pueden, no obstante, filiarse por un trazo común: el agotamiento de
contenido social de las palabras. El verbo está vacío. Sufre de una aguda e
incurable consunción social. Nadie dice a nadie nada. La relación articulada
del hombre con los hombres, se halla interrumpida. El vocablo del individuo
para la colectividad, se ha quedado trunco y aplastado en la boca individual.
Estamos mudos, en medio de nuestra verborrea incomprensible. Es la confusión de
la lenguas, preveniente del individualismo exacerbado que está en la base de la
economía y política burguesa. El interés individual desenfrenado –ser el más
rico, el más feliz, ser el dictador de un país o el rey del petróleo-, lo ha
colmado de egoísmo todo hasta las palabras. El vocablo se ahoga de
individualismo. La palabra –forma de relación social la más humana entre todas-
ha perdido así toda su esencia y atributos colectivos.
Tácitamente, en la cotidiana convivencia, todos sentimos y nos damos cuenta
de este drama social de confusión. Nadie comprende a nadie. El interés de uno
habla un lenguaje que el interés del otro ignora y no entiende. ¿Cómo van a
entenderse el comprador y el vendedor, el gobernado y el gobernante, el pobre y
el rico? Todos también nos damos cuenta de que esta confusión de lenguas no es,
no puede ser, cosa permanente y que debe acabar cuanto antes. Sabemos que para
que ella acabe no hace falta sino una clave común: la justicia, la gran
aclaradora, la gran coordinadora de intereses.
Entretanto, el escritor burgués sigue construyendo sus obras con los
intereses y egoísmos particulares a la clase de que él procede y para la cual
escribe. ¿Qué hay en estas obras? ¿Qué expresan? ¿Qué dicen en ellas los
hombres? ¿Cuál en ellas el contenido social de las palabras? En los temas y
tendencias de la literatura burguesa no hay más que egoísmo y desde luego, sólo
los egoístas se placen en hacerla y en leerla. La obra de significado burgués o
escrita por un burgués, no gusta sino al lector burgués. Cuando otra clase de
hombre –un obrero, un campesino y hasta un burgués liberado de su vértebra
clasista- pone los ojos en la literatura burguesa, los vuelve con frialdad o
repugnancia. El juego de intereses de que se nutre semejante literatura, habla,
ciertamente, un idioma diverso y extraño a los intereses comunes y generales de
la humanidad. Las palabras aparecen ahí incomprensibles e inexpresivas. Los
vocablos fe, amor, libertad, bien, pasión, verdad, dolor, esfuerzo, armonía,
trabajo, dicha, justicia, yacen vacíos o llenos de ideas y sentimientos
distintos a los que tales palabras enuncian. Hasta los vocablos vida, dios e
historia son equívocos o huecos. La variedad y la impostura dominan en el tema,
la contextura y el sentido de la obra. Aquel lector rehuye entonces o boicotea
esta literatura. Tal ocurre, señaladamente, con los lectores proletarios
respecto de la mayoría de autores y obras capitalistas.
De la misma manera que el proletario va cobrando rápidamente el primer
puesto en la organización y dirección del proceso económico mundial, así
también, va él creándose una conciencia de clase universal y, con ésta, una
propia sensibilidad, capaz de crear y consumir una literatura suya, es decir,
proletaria. Esta nueva literatura está haciendo y desarrollándose en una
proporción correlativa y paralela –en extensión y hondura- a la población
obrera internacional y a su a su grado de conciencia clasista. Y como esta
población abraza hoy las nueve décimas partes de la humanidad y como, de otro
lado, la conciencia proletaria gana en estos momentos casi la mitad de los
trabajadores del mundo, resulta que la literatura obrera está dominando casi
por entero la producción intelectual mundial.
¿Cuáles son los más saltantes signos de la surgente literatura proletaria? El signo más importante está en que ella devuelve a las palabras su contenido social universal, llenándolas de un substractum colectivo nuevo, más exuberante y más puro y dotándolas de una expresión y una elocuencia más diáfana y humanas. El obrero, al revés del patrono, aspira al entendimiento social de todos, a la cabal comprensión de seres e intereses. Su literatura habla, por eso, un lenguaje que quiere ser común a todos los hombres. A la confusión de lenguas del mundo capitalista, quiere el trabajador sustituir el esperanto de la coordinación y justicia sociales, la lengua de las lenguas. ¿Logrará la literatura proletaria este renacimiento y esta depuración del verbo, forma suprema ésta y la más fecunda del instinto de la solidaridad de los hombres?
Sí. Lo logrará. Ya lo está logrando. No exageramos tal vez al afirmar que
la producción literaria obrera de hoy, contiene ya valores artísticos y humanos
superiores, en muchos respectos, a los de la producción burguesa. Digo
producción obrera, englobando en esta denominación a todas las obras en que
dominan, de una u otra manera, el espíritu y los intereses proletarios: por el
tema, por su contextura psicológica o por la sensibilidad del escritor. Así es
como figuran dentro de la literatura proletaria autores de diversa procedencia
clasista, tales como Upton Sinclair, Gladkov, Selvinsky, Kirchen, Pasternak,
O´Flaberty y otros, pero cuyas obras están, sin embargo, selladas por una
interpretación sincera y definida del mundo de los trabajadores.
En suma, todas estas consideraciones aseguran a este respecto, la atención
y respeto que la literatura proletaria despierta en los mejores escritores
burgueses, atención y respeto que se traducen por la frecuencia con que tratan –aunque
sólo episódicamente- en su reciente producción, de la vida, las luchas y
derroteros revela dos cosas: unas veces el snobismo, propio de las
inteligencias bizantinas, y, otras, la inestabilidad y vacilaciones
características de una ideología moribunda.
En suma, todas estas consideraciones atestiguan, de un lado, el
advenimiento y la ofensiva arrolladora de la literatura, proletarioa y, de otro
lado, la derrota y desbande de la literatura capitalista.
La encrucijada de la historia está, como se ve, zanjada en este terreno.
César Vallejo.
Artículo tomado de la revista Universidad
U.M.S.M. Lima-1º de octubre de 1931. Año 1. Nº 2.p. 13.
Copiado por Chungo y batán del libro Vallejo, en la
encrucijada del drama Peruano de Ernesto More. p. 196, 197, 198, 199 y 200.
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