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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

martes, 10 de diciembre de 2013

EL HOMBRE EN LA POESÍA DE VALLEJO (I)

Por Ernesto More


(Conferencia pronunciada en las Universidades del Cuzco y Arequipa, el 15 y 29 de octubre de 1954, respectivamente)

No me propongo, ni me siento con fuerzas, para venir a abrumaros con una nueva exégesis de la poesía de Vallejo, que como trigo primaverizado, ha venido a germinar con velocidad y extensión pasmosas, dentro y fuera del Perú. Han escrito sobre la poesía de Vallejo notables críticos y poetas peruanos y extranjeros, como Larrea, Bergamín, Monguió, Jean Cassou, Louis Aragón, Coyné, José María de Romaña García, José Carlos Mariátegui, Antenor Orrego, Ciro Alegría, Luis Alberto Sánchez, Porras Barnechea, Felipe Cossío del Pomar, Xavier y Pablo Abril de Vivero, Elsa Villanueva, Izquierdo Ríos, Edmundo Cornejo, Hayes, José León Barandiarán, Raúl Andrade, Antenor Samaniego, Gustavo Varcálcel y muchos más, cuyo nombre no recuerdo en este instante. Su poesía, sus novelas, sus cuentos, sus dramas, ahí están; y es de esperar que algún día no lejano se publiquen sus obras completas, fidedignas, trayéndonos el acento exacto de su voz y la infinita ansia dramática de su vida. Pero Vallejo no sólo ha dejado poesía. Este hombre extraño, que convivió con la muerte, al morir nos deja vida, nos lega mensaje y nos obliga a recogerlo. Los que lo conocimos, los que lo amamos aún antes de conocer sus versos, llevados por su extraordinaria calidad humana, los que tuvimos la suerte (de que ni siquiera debemos ni podemos enorgullecernos de haber sido sus amigos, porque ese conocimiento y esa amistad entrañan más que orgullo vano un tremendo sentido de su responsabilidad para con su mensaje vital), estamos obligados, amorosamente obligados, a velar incesantemente para que el efluvio que se desprende de su poesía se convierta para este nuestro desarticulado país en símbolo de unidad, en señal de renacimiento, en cita. Esta labor no puede cumplirse sino mediante el absurdo –el absurdo tan invocado por él; “Absurdo, tú solo eres puro” – de intentar resucitarlo, si no con sus húmeros, con su verdadero acento. Es preciso confesar que no todos los que han escrito sobre Vallejo han contribuido a mantenerlo en pie, vigente. Existe una propensión, deliberada o no, a deslavar suave, pero insistentemente su fuerte figura de revolucionario. Primero, presentándolo como poeta puro, haciendo críticas bizantinas de sus poesías y taponeando el enérgico resuello humano –y por humano, revolucionario- que brota y estalla en cada uno de sus versos y de sus palabras. En segundo lugar, realizando esfuerzos de sutileza para ubicarlo como poeta místico, como poeta cristiano y hasta como poeta católico algo extraviado. Es posible que en sus comienzos y hasta más o menos el año 1927, Vallejo hubiera acatado, como los poetas puros, ese divorcio entre la vida y la obra. Pero a medida que Vallejo fue encontrando su propia expresión poética revolucionaria, fue confundiendo más y más ésta con los afanes vitales e ideológicos su vida. Aunque si se analiza detenidamente su obra, ya desde “Los Heraldos Negros”, y más todavía en “Trilce” y “Escalas Melografiadas”, se advierte el inconfundible tono, que más que para ser empleado en ertificiosos pasatiempos de torre de marfil, había nacido en él para expresar los grandes cataclismos sociales que se reflejan o se incuban en el aislado corazón del hombre. Si Vallejo fuera poeta puro, su vida no interesaría sino tangencialmente, como motivo pintoresco. Su obra podría ser desenchufada de su vida, sin que aquella perdiera en luminocidad. Tal es por ejemplo, la poesía de Euguren, que es poeta puro. Y cabría preguntarse si los poetas puros tienen vida. Hay autores de quienes se dice que su vida ha sido superior o inferior a su obra. En Vallejo hay hipóstasis: su verbo está indestructible e intimamente unido a su naturaleza humana. Ambos son uno. Él mismo lo sentía extrañadamente emergiendo de sus entrañas: “¡Oh unidad exelsa! ¡Oh, lo que es uno para todos! / ¡Amor contra el espacio y contra el tiempo!” Vallejo no sólo perseguía, consciente o inconscientemente, esta unidad entre el verbo y la naturaleza, o sea la vida. Vallejo aspiraba a reunir en un solo punto, como con una lupa, todos esos rayos que tienden a divergir y a disgregar la personalidad humana. Es aquí donde queríamos llegar, aún a fuerza de haber cometido disquisiciones exegéticas que señalamos desde un principio para poder huir de ellas. La fuerza poética de Vallejo emerge de su poderosa y tiernísima condición humana. Su poesía es simplemente la voz del hombre. Si se tiene en consideración que en este permanente devenir a que están los seres del universo, el más sujeto a deformación es el Hombre, comprenderemos que la tarea de mantener pura a esta categoría: es tarea ardua, casi imposible como querer sujetar o aprehender con las manos una materia volátil. Todo el secreto de la fuerza misteriosa de la poesía de Vallejo reside en el hecho simplísimo, y por ello mismo casi de titanes, de no haber sido y no haber anhelado ser otra cosa que Hombre. Para ser leal a esta categoríapoder conservarla en la plenitud de sus funciones y de su significado, se requiere vivir a ras de tierra, a la altura de los gusanos, donde la humildad y el orgullo se confunden en un solo cuerpo. Los hombres tienden a olvidarse del Hombre, y han creado infinidad de fuerzas para disolverlo, adulterarlo, deformarlo. Esas fuerzas son: la riqueza, la posición social, los títulos académicos, el rango intelectual, las especialidades y muchas otras funciones más que ejercen constante e irremisiblemente una acción disolvente sobre la condición humana. La fortuna nos induce a olvidarnos de esa condición común a todos, como si el dinero, cuyo valor es aleatorio, mereciese ser puesto en primer término, antes que el Hombre, que es eterno en su brevedad. Y no son sólo los ricos los que se alzan sobre lo humano, negándolo tres veces. Hay quienes más quieren a su medalla, a su condecoración, a su profesión, a su verso, a su novela, a su fama, a su gloria; más quieren a todo eso que es inventado por los hombres, que al Hombre. Pocos son los que después de haber recibido riquezas, distinciones, títulos, y honores, vuelven corriendo a ocupar su sitio para ver siempre con los mismos ojos. Los que así se engrien con su posición, se pavonean con sus condecoraciones, se envanecen con su fama, están poniendo al dinero, a la posición, a la medalla y al aplauso por encima de su natural e intranseferible condición. Más es el ministro que el Hombre, el médico que el Hombre, el poeta que el Hombre. Pero nadie es nada sin el Hombre. Nada puede dar mejor una idea acerca de esto como el propio Vallejo, en uno de sus “Poemas Humanos”:

Considerando en el frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose, y sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…
Comprendiendo, sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza.

Examinándolo, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que lo odio con afecto y me es, en suma, indiferente…
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado

¡Qué más da! Emocionado… emocionado…


Creo que nadie ha ofrecido una radioscopia tan impresionante del Hombre como Vallejo, no sólo en este verso, sino en muchísimos otros. En toda su poesía. Vallejo vivía su poesía, respiraba su poesía, caminaba su poesía y por eso nunca necesitó hablar de su poesía. Y por eso su poesía carecía por completo de elementos poéticos prefabricados y estaba llena en cambio, de protoplasmas y de calorías. En ella resuenan sus pasos y el latir de sus venas.

Fuente: Libro Vallejo, en la encrucijada del drama Peruano de Ernesto More.

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