Con singular complacencia, cedemos nuestro espacio a nuestro columnista invitado
Por: CRISTIAN CERNA PAJARES
El proceso electoral del día martes, en la Universidad Nacional de
Cajamarca, nos ha traído grandes lecciones. Mientras se esperaba el
conteo oficial de las votaciones, la tensión se acrecentaba y es sabido
por todos, el modo desdichado en que todo acabó. No haré anotaciones
vanas en este tema ni redundancias ociosas, porque el asunto ya es de
conocimiento público. Sin embargo, considero prudente, hacer unas
últimas reflexiones que ojalá nos sirvan de aquí en adelante a los más
jóvenes. Van destinadas a los iniciadores de aquel episodio.
Sepa Ud. compañero: que el lanzar la piedra, descalabrar puertas a
puntapiés, hacer trizas ventanas, convertir en añicos fluorescentes y en
cenizas ánforas, actas y cuanto documento le venga en gana, es un calco
de la actitud totalitaria de un Estado contra el que hemos luchado
fervientemente, y del que despotricamos a cada momento.
Sepa Ud. compañero: que borrar cualquier evidencia o residuo de
legitimidad y democracia, es comportarnos tal y como lo hacía un japonés
en los noventa, cuando incineraba los cuerpos masacrados de estudiantes
universitarios. Universitarios como yo, universitarios como usted.
Sepa Ud. compañero: que el voto es la máxima expresión de la
autonomía, es el único resquicio por el que se puede vislumbrar el
pluralismo y la tolerancia, en esta sociedad de censura. Y quemarlo
equivale a dejar las puertas abiertas del campus, a la bota fascista del
Estado y significa zurrarnos en la autonomía, palabra con la que nos
llenamos la boca en cuanto discurso de megáfono es posible mencionarla.
¡Ay Arguedas! Si supiéramos cuántos, en este preciso instante, te
defraudamos. Si supiéramos que aquella trágica tarde, en que decidiste
jalar el gatillo y volarte los sesos, en acto último de consuelo le
preguntaste a Alfredo Torero: “¿habrá un nuevo Mariátegui entre los
jóvenes?” No, no hay más Mariáteguis entre nosotros. Porque José Carlos,
hay uno solo (como Aldo, en cambio, abundan).
Sepa Ud. compañero que la culpa es mía, es suya, es nuestra, es de
todos. Es mía, por mi neutralidad; suya, por no haber buscado un recurso
alternativo al fuego; nuestra, porque era previsible y de todos por no
hacer nada por reconciliarnos. Y el que esté libre de pecado que tire la
primera piedra (¡entienda esto figuradamente, por favor!)
Sepa Ud. compañero que podemos trabajar desde arriba, desde abajo,
desde la izquierda, desde la derecha, pero al final: ¡tenemos que
trabajar!
Sepa Ud. compañero que ni a mí, ni a usted nos agrada la agrupación
que resultó triunfante en los últimos comicios del martes y me aleja de
ellos, la misma distancia que, probablemente, hay de mí a usted. Sin
embargo, existe un principio superior a los gustos, a las preferencias.
Ese principio, compañero, se llama democracia y no hay nada por encima
de la voluntad general.
Y el día que realmente logremos entender eso, y marchemos unidos,
lograremos ser universitarios de verdad. Ahora, no lo somos compañero;
porque hay necesidades más imperiosas que estar riñendo, porque la tarde
de aquel martes, en que usted hacía fogatas a su antojo, pasó
inadvertida la frase de Vallejo, en el mural de una de las facultades
por la que usted rondaba: “Y cuándo nos veremos con los demás, al borde /
de una mañana eterna, desayunados todos”
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