Por Arturo Bolívar Barreto
Si bien en “La
civilización del espectáculo” (Alfaguara, 2012) Mario Vargas Llosa describe
acuciosamente —y
con angustia personal— la decadencia cultural del mundo actual, exime recalcitrantemente de responsabilidad
al sistema capitalista contemporáneo. Y
esto precisamente en una época en que este capitalismo desnuda como nunca la directa
imbricación de economía,con política y cultura (totalización del mercado,
totalización de la autoridad del estado y totalización de la cultura
consumista).
Vargas Llosa cita
cómo ciertos intelectuales conservadores, como Octavio Paz, ante tal colapso de
la cultura humanística, llegan a reconocer que el causante ha sido el mercado.
Claro él minimiza esta tesis —extrema
para él— pues dice que el sistema de mercado ha caído
en excesos, no por su carácter estructuralsino porque esa misma banalización
cultural ha destruido la ética y la moral. Ha llenado de corrupción e inmoralidad a los individuos
comenzando por la “codicia desenfrenada de banqueros, inversores y financistas”
que no respetan las normas en los negocios y en las relaciones de mercado. No
es entonces un problema del sistema de libre mercado que, al contrario, ha
traído históricamente la modernidad y por primera vez “ha hecho que tengan una
vida digna la inmensa mayoría de
ciudadanos” (de Europa se entiende, cosa que ya no es verdad hoy),sino un
problema de sujetos que tienen, a diferencia de antes, un “desapego a la ley”.
“El mercado libre —dice
Vargas Llosa—
sistema insuperado e insuperable para la asignación de recursos, hizo surgir
las clases medias, que dan la estabilidad y el pragmatismo políticos a las
sociedades modernas, y ha hecho que tengan una vida digna la inmensa mayoría de
ciudadanos, algo que no ocurrió antes en la historia de la humanidad …(este
mercado libre) puede llegar a provocar trastornos profundos sino encuentra freno
alguno”. (o. c.)
¿Y qué propone como
“freno” para estos posibles “trastornos profundos”? Aunque parezca increíble, él, un aguzado defensor de
una educación laica como ilustrado liberal propone la vuelta a la enseñanza oficial
de la religión cristiana en los colegios públicos en Europa, como freno necesario
para esa inmoralidad desbocada de la época actual. Claro, para que sea impoluta esa programación oficial
religiosa propone que sea “no sectaria,
objetiva y responsable”
“El gran fracaso —admite—,
y las crisis que enfrenta sin tregua el
sistema capitalista … no se deben a fallas constitutivas a sus
instituciones (leáse libre mercado,
propiedad privada, democracia liberal, etc.) sino
al desplome de ese soporte moral y
espiritual encarnado en la vida religiosa que hace las veces de brida y
correctivo permanente que mantiene al capitalismo dentro de ciertas normas de
honestidad y respeto hacia el prójimo y hacia la ley (…) abolir enteramente
toda forma de enseñanza religiosa en los colegios públicos sería formar a las
nuevas generaciones con una cultura deficiente y privarlas de un conocimiento
básico para entender su historia, su tradición y disfrutar del arte, la
literatura y el pensamiento de Occidente… Mutilar este riquísimo patrimonio de
la educación de las nuevas generaciones equivaldría a entregarlas atadas de
pies y manos a la civilización del espectáculo… una enseñanza religiosa no
sectaria, objetiva y responsable, en la que se explique el papel hegemónico que
ha cumplido el cristianismo en la creación y evolución de la cultura de
Occidente…”. (o. c.)
De manera que ha
dejado esencialmente intocado el sistema
de mercado y recurre,el consagrado escritor, a su viejo sofisma argumental responsabilizando a los mismos elementos en
que se manifiesta precisamente la crisis sistémica: la destrucción de los
valores tradicionales, la corrupción, la inmoralidad, debido al… ¡debilitamiento de la religión cristiana! A la
que hay que volver oficialmente para resguardar la “cultura de Occidente”.
No ha habido nunca
como hoy en día precisamente mayor apelación a Dios y a la Biblia en las clases
dirigentes de los países occidentales, sino veamos a los candidatos y gobernantes
norteamericanos. Amén de que las reformas educativas neoliberales en muchos
países del mundo junto con reducir del currículo las áreas de humanidades, han
reforzado la enseñanza religiosa. Si de religión se trata no ha a habido mayor
proliferación religiosa que el promovido por el nuevo liberalismo económico en las últimas décadas
tras el desamparo social, la desesperanza
y la extirpación de paradigmas político culturales, y no porque la
religión sea innata al ser humano, a la “inmensa mayoría”, como argumenta
nuestro autor, sino como efecto de la
época social que vivimos. Por tanto tal solución: un freno ético —la
religión cristiana—
para la actual decadencia de valores es, por decir lo menos, una propuesta poco
original, premoderna y no tiene nada de la mejor tradición cultural crítica,
que viene desde la Ilustración, sino que
es voluntarista, subjetivista, nada más que en la línea acostumbrada del gran
intelectual del establishment.
Pero porqué si se
angustia y da el grito al cielo espantado de la decadencia cultural contemporánea
—que está haciendo
desaparecer la palabra, los libros, la intelectualidad, la “alta cultura”, sigue
recurrentemente defendiendo el orden actual —a pesar que no puede dejar
de admitir su “fracaso”—,
orden económico—social hegemónico que a todas luces está promoviendo, entre
otras cosas, la destrucción cultural.
Una actitud
progresiva consecuente con la herencia
del pensamiento que viene desde la Ilustración exigiría hoy una vuelta
cultural pero esta vez democrática y reivindicadora del ser humano. La
tecnología a mano, con otro orden social, lo permitiría, como hoy mismo se
manifiesta en las potencialidades de la información alternativa al poder oficial en la red o los instantáneos
y múltiples poderes comunicacionales. No, nada de eso. Nuestro gran escritor no quiere ni desea ni
imagina una transformación cultural al alcance de todos y esta vez de alta y
fina tesitura, pues esto implicaría, precisamente, el cambio del orden actual
para hacerla posible.
El achaque que hace
contra toda “democratización” a la que considera que por naturaleza “rebaja el nivel
cultural” (efectivamente, con el uso
mercantilizado hoy de la tecnología se ve esa banalización, pero no tiene que ser así eternamente), revela
el fondo ideológico de este sobresalto e incomodidad de nuestro adalid de la
modernidad y el capitalismo: lo que le espanta es que con este nivel de
irracionalidad a que ha llegado su defendido sistema de libre mercado, está
siendo barrida también la cultura de
élite—cultura que ha contradicho
la herencia humanística y la del pensamiento revolucionario del siglo XVIII—
que ha sido sostén ideológico de la estructura de privilegios en la cual
nuestro gran intelectual ha sido beneficiario y protagónico, y no puede
imaginar otro sistema, uno posiblemente democrático, pues en ese otro sistema quizá
ya no tengan cabida intelectuales de élite, que sean sujeto de idolatría por
una mayoría desprolija, pobre material y culturalmente.
Vargas Llosa
considera que el intento democratizador de la cultura, que ya venía de los
filósofos del siglo XVIII a través del ideario de una educación para todos, es
“loable” pero impracticable. Las grandes
mayoría, dice Vargas Llosa, no pueden tener capacidad para acceder a la “alta
cultura”, de modo que este intento bien intencionado ha producido un efecto
contrario y fatal que hoy lamentamos, ha rebajado la cultura,la ha trivializado,
etc., pues estas mayorías son incapaces de cultivarla,el atributo para el
cultivo y aprecio de la “alta cultura” es sólo de pocas minorías.
“Esta loable
filosofía ha tenido el indeseado efecto de trivializar y adocenar la vida cultural, donde cierto
facilismo formal y la superficialidad del contenido de los productos culturales
se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número. La
cantidad a expensas de la calidad. Este criterio, proclive a las peores
demagogias en el dominio político, en el cultural ha causado reverberaciones
imprevistas, como la desaparición de la alta cultura, obligatoriamente minoritaria por la complejidad de sus claves y códigos,
y la masificación de la idea misma de cultura”. O “… de hecho, la única manera como la mayoría de los
seres humanos entiende y practica una ética es a través de una religión. Sólo
pequeñas minorías se emancipan de la religión remplazando con la cultura el
vacío que ella deja en sus vidas: la filosofía, la ciencia, la literatura y las
artes”. (o. c.) Y se entiende que así
será por los siglos de los siglos.
Estamos avisados: es
imposible el intento de democratizar la cultura, a través de la educación,
etc., pues sólo es atributo natural de minorías, a los demás, alas mayorías,
solo saben suplir su afán de trascendencia con la religión y les basta,
intentarlo es loable como ha hecho la tradición cultural de la Ilustración, pero
es vana, esas mayorías no harán más que rebajarla a su propio nivel. Algo así como dice el refrán, es echar margaritas a los cerdos. Verdaderamente
un pensamiento aterrador, este sí literalmente pensamiento premoderno , de
nuestro ensalzado escritor. De manera
que con esto queda ya cerrado cualquier
afán reformador o revolucionario de la condición humana y social (desde los
caros ideales de la cultura progresiva), pues traería efectos “peores que la
enfermedad”. Sólo nos queda la admisión de los actuales privilegios, aunque con
el “freno” que daría la religión cristiana y occidental.
Así que nuestro
escritor opina que la pretensión de
terminar con las élites ha sido bienintencionada pero ha traído efectos “peores
que la enfermedad”. Así por ejemplo, el deterioro actual de los colegios públicos
en Francia de elevados niveles de violencia, pandillaje, pérdida de autoridad y
caos, no son efecto del empobrecimiento social ni del congelamiento y relajamiento de los Estados de Bienestar fruto
de los programas neoliberales ocurridos en las últimas décadas, sino efectos
provocados por… las revueltas de Mayo
del 68 y su exigencias radicales por una educación libre y democrática.
“Nunca fue tan cierto
aquello de que “nadie sabe para quién trabaja”. Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras
libre, sin represión, sin autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel
Foucault y sus inconscientes discípulos obraron para que, gracias a la gran
revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran más pobres, los
ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las
manos…” (o. c.)
Es decir, las luchas sociales traen efectos
contrarios. Propender a mayores niveles de igualdad social de la que el sistema
liberal ya ofrece, puede traer el caos o ajustarnos aún más las cadenas, hacernos más pobres
todavía y a los ricos más ricos.Pensamiento como sabemos nada nuevo en nuestro
gran escritor.
Entonces está claro qué
defiende nuestro autor con el horror que le sobresalta ante esta poscultura o
subcultura generalizada y que no le permite ya asistir a salas de arte ilustradas
y a conferencias de las de antes, sino ver, para su sorpresa, todo el arte y la literatura en base a “caca de
elefante”. No defiende un salto cualitativo hacia un desarrollo cultural, esta
vez sí democrático. Lo que defiende nuestro escritor es la conservadora cultura
burguesa decadente y de élite, la “alta cultura”. Claro,sólo posible de
preservarse siempre que se conserve también la estructura de clase que la sostiene.
¿Qué añora de la
pasada cultura? No añora el carácter desvelador y transformador de la cultura,
la que se unimisma con el progreso social humano, aquella cultura de la
Ilustración que cumplida la Revolución Francesa quiso seguir adelante y superar
el límite que le comenzaba a trazar la burguesía que había rebajado las
proclamas de libertad, fraternidad e igualdad, una vez caída la monarquía
absolutista, a la mera libertad individualista de la propiedad privada y el
mercado, y a la fraternidad e igualdad formales. Quería ser consecuente, en su
materialismo y espíritu revolucionario con esas banderas progresivas y llevar
la libertad, la igualdad y la democracia
hacia confines más profundos, que cazaran con las aspiraciones de las amplias
mayorías que habían quedado marginadas con la asunción al poder de esa
burguesía. De manera que fue el proletariado que tomó las riendas de esas
banderas libertarias y dio la primera asonada en las revoluciones de 1848 y
luego en 1871 en Francia. No obstante
aquellas asonadas fracasaron por lo grandioso de la tarea y por la
inexperiencia de un proletariado todavía
joven. Pero quedaron cuajados, con el socialismo, los más altos pilares de la
cultura progresiva. Y con esas asonadas
que hicieron temblar el edificio burgués éste abandonó definitivamente la
cultura progresiva —de
la que se había servido para llegar al poder— y afinó, acondicionó una para conservar el
poder alcanzado muy acorde con sus intereses. La cultura de élite, la cultura
ya de rasgos irracionales que negaba la
realidad tanto en las corrientes filosóficas,
como en las del arte y la literatura de
fines del siglo XIX y que en el siglo XX se continuaron. Es esa cultura la que
añora Mario Vargas Llosa. La cultura que sostiene al orden burgués establecido,
la cultura que elude la realidad o lo sesga para no enfrentarse con los
elementos de cambio que contiene. Por ejemplo la literatura cuya esencia es la
evocación de lo subjetivo, de los “demonios” interiores y que se contamina si trata del drama social y
político (concepción que Vargas Llosa proclamó a los cuatro vientos denostando
de los escritores comprometidos).
En este apocalipsis
cultural, el pensamiento progresivo,en cambio —el
hijo legítimo de esa cultura de la Ilustración—,
propende a transformar el sistema que engendró el declive actual y por ello puede
adoptar los elementos nuevos que
anuncian esas posibilidades de cambio, por ejemplo la tecnología
comunicacional a quien no teme a pesar que está subsumida en el viejo orden y
usada para difundir la deshumanización, tiene la esperanza de que en otro orden
sea vía de relaciones humanas inéditas. La tecnología irreversiblemente está
trayendo esa democratización y es potencialmente subversora, democratizadora
como efectivamente se ve ahora mismo aunque con la camisa de fuerza de la
economía de mercado y del orden social decadente.
Los cultores e
ideólogos de la cultura de élite ven a la tecnología, por el contrario, como una amenaza. Como no imaginan otro orden
social fuera del actual y no imaginan otro uso de la tecnología comunicacional
que el que propende el sistema actual, identifican esa tecnología casi como el
causante en sí misma de esa banalización y degradación de la cultura. Así como
los obreros de las primeras revoluciones industriales identificaban la pérdida
de sus empleos, no como efecto del
sistema capitalista, que no alcanzaban a discernir, sino que culpaban a las
novísimas máquinas incorporadas al proceso de producción y que los desplazaba
del trabajo, y por eso se aprestaban a destruirlas, así el espíritu elitista de
los dinosaurios de alcurnia identifican el hundimiento de la cultura con la
tecnología, no con el sistema capitalista en boga-no porque no alcanzan a ver
esta realidad como los primeros obreros, sino porque no quieren verla y
persisten en defenderla por interés de clase-; el terror a la tecnología es el
terror que intuyen ala potencialidad de éstas de provocar el cambio social
radical, de destruir todo el pesado lastre
de privilegios del pasado.
Como aman de la
cultura el aspecto formal, retórico, grandilocuente, sospechan que con la
tecnología comunicacional actual se perderán esas formas. Estos intelectuales
de élite quizás preserven el amor a las bibliotecas, al libro de papel,
pero hace tiempo que han olvidado lo
esencial que representaban o debían representar estos medios culturales, la
verdad, el pensamiento crítico y
revolucionario, que se consustancia con la realidad —y
no la encubre— para ser naturalmente vía de transformación
hacia una realidad social mejor. Por eso
ven en los nuevos soportes digitales la simbolización de la clausura y el fin
de ese regodeo y formalismo y engatusamiento característica de la cultura de
élite, y no imaginan ni quieren nuevas posibilidades de representación
cultural, esta vez democráticos y que llevarían a una forma más acabada la unidad entre cultura y
vida, entre arte y vida, entre belleza y humanidad.
Con mucho temor se
pregunta el señor Vargas Llosa si no desaparecerán los libros de papel barridos
por el libro electrónico. Manifiesta que no será simplemente un mero cambio de
medio de comunicación sino también de contenido. “No tengo cómo demostrarlo,
pero sospecho que cuando los escritores escriban literatura virtual no
escribirán de la misma manera que han venido haciéndolo hasta ahora en pos de
la materialización de sus escritos con ese objeto concreto, táctil y durable
que es (o nos parece ser) el libro. Algo de la inmaterialidad del libro
electrónico se contagiará a su contenido, como le ocurre a esa literatura
desmañada, sin orden ni sintaxis, hecha de apócope y jerga, a veces
indescifrable que domina el mundo de los
blogs, el Twitter, el Facebook…”. (o. c.)
Y en esa tensión, afirma que los
cambios tecnológicos son los causales en sí
mismos de este estropicio, como ocurrió con la imposición de la imagen
con la televisión: “La televisión es
hasta ahora la mejor demostración de que la pantalla banaliza los contenidos —sobre
todo las ideas y tiende ha convertir todo lo que pasa por ella en espectáculo,
en el sentido más epidérmico y efímero del término”. (o. c.)
No son los poderes
comerciales y políticos detrás de la pantalla, ¡es la pantalla misma la que
trivializa la cultura!, como si no pudiera imaginar otro uso al rico progreso
tecnológico comunicacional. Y lo mismo con las novísimas tecnologías digitales.
Y aunque cita a un
autor joven como Jorge Volpi quien ve con optimismo la potencialidad
democratizadora de la tecnología actual, él ve en cambio con horror cómo
desaparecerán libros y bibliotecas, pero ve con no menos preocupación que también desaparecerán
agentes literarios, distribuidores y toda la cadena del negocio del libro.
“Volpi cree que muy
pronto el libro digital será más barato que el de papel y que es inminente la `aparición
de textos enriquecidos ya no sólo con imágenes, sino con audio y video´. Desaparecerán
librerías, las bibliotecas, editores, agentes literarios, correctores,
distribuidores, y sólo quedará la nostalgia de todo aquello. Esta revolución,
dice, contribuirá de manera decisiva `a la mayor expansión democrática que ha
experimentado la cultura desde… la invención de la imprenta´ “. (o. c.)
Admite nuestro a autor que quizá Volpi tenga
razón pero no le convence, pues siente que del acto de leer por ejemplo se
perderá esa sutil exquisitez del hombre
culto, “sobre todo, gozar, paladear aquella belleza que… despiden las palabras
unidas a su soporte material… algo que, como dice Molina Foix, `añade al acto
de leer un componente sensual y sentimental infalible. El tacto y la inmanencia
de los libros son, para el amateur,
variaciones del erotismo del cuerpo trabajado y manoseado, una manera de
amar”. “Me cuesta trabajo imaginar que
las tabletas electrónicas, idénticas, anodinas, intercambiables, funcionales a
más no poder, puedan despertar ese placer táctil preñado de sensualidad que
despiertan los libros de papel en ciertos lectores”. (o. c.)
Esos “ciertos
lectores” olvidan el rol último de la
cultura, la unidad de forma y fondo, el proceso de liberación social a través
de ella, olvidan finalmente que todo el esfuerzo de la cultura ha apuntado
históricamente ha llevar la belleza soñada a las relaciones humanas, a la vida
misma de cada ser humano. Y no, como presume Vargas Llosa, sólo una sociedad
que promueva autores que “sigan atrayendo y fascinando lectores en los tiempos
futuros”, es decir, la pervivencia eterna de mayorías consumistas y minorías
creadoras.
Pero es cuando esta
tecnología se usa directamente para hacer temblar el orden establecido –como el
caso del golpe al monopolio informativo del poder mundial realizado por
Wikileaksy Julian Assenge- cuando su paciencia se acaba, y revela, con su inquina al autor de semejante
atrevimiento, el fondo de su preocupación: la defensa de la sociedad de
privilegios. Y también revela todo su sofisma argumentativo.
Dice nuestro autor
que Fernando Savater, “el modelo de intelectual comprometido” —su
hermano ideológico—, le
ha abierto los ojos sobre este fenómeno; que Assange no ha revelado nada que no se
supiera ya y que no ha hecho más que utilizar esa tecnología para “satisfacer
esa curiosidad morbosa y malsana de la civilización del espectáculo…”. “El señor Assange, más que un
gran luchador libertario, es un exitoso entertainer o animador, el OprahWinfrey
de la información”. (o. c.) Pero con ello, argumenta nuestro escritor, este señor Assange ha hecho algo muy grave, ha
violado la “privacidad” de los gobiernos democráticos.
“Ninguna democracia
podría funcionar si desapareciera la confidencialidad de las comunicaciones
entre funcionarios y autoridades ni tendría consistencia ninguna forma de
política en los campos de la diplomacia, la defensa, la seguridad, el orden
público y hasta la economía si los procesos que determinan esa políticas fueran
expuestas a la luz pública en todas sus instancias. El resultado de semejante
exhibicionismo informativo sería la parálisis de las instituciones y
facilitaría a las organizaciones antidemocráticas el trabar y anular todas las
iniciativas reñidas con sus designios autoritarios. El libertinaje informativo
no tiene que ver con la libertad de expresión y está más bien en sus antípodas”
(o. c.)
La “libertad de
expresión” —periodística
y de los medios donde se aúpa el mismo poder fáctico y que defiende el señor
Vargas Llosa como la única tolerable—
nunca publicará lo que Assange difundió ya desde el 2007, contra “la seguridad y el
orden público”, por ejemplo la publicación de150 mil documentos ocultos de las
Fuerzas Armadas estadounidenses, todo el material militar registrado por los
Estados Unidos en la guerra de Irak. O el video Collater Murder donde muestra
los asesinatos de civiles y periodistas en Irak desde un helicóptero
apache. Amén de publicaciones de la
corruptela de algunos grandes bancos(en Ñ,Rev. de Cultura. Nº 472).
Y todo por un joven
periodista honesto crecido con la pantalla digital pero que es consciente que
su generación se “reconocen un nosotros frente a un ellos, computadoras
mediante” y que “Las libertades
implícitas de la red encierran la ironía de que también allí reside la mayor
arma de espionaje de toda la historia”. Un periodista que “No tiene ni partido ni gobierno Assange,
tampoco se aferra a ideologías. Allí está la fuerza y la debilidad de lo que
hace. Es un signo generacional” (en Ñ, o. c.).
Así que deberíamos
entender, según las esclarecidas conclusiones de Vargas Llosa sobre el caso de
Wikileaks, que si Julian Assangees perseguido y purga cárcel actualmente es “por
nada”, por “prácticamente ninguna información importante”, nada más que por ser un periodista que en la
civilización del espectáculo es “guiado por el designio único de entretener” y que irresponsablemente
ha “destruido brutalmente la privacidad de diplomáticos y agregados” de los sacrosantos países democráticos.
Los obreros de
inicios del siglo XIX que destruían las máquinas identificándolas como las
causantes del deterioro de sus
condiciones de vida, luego alcanzaron a ver que su desgracia no era causada por
las máquinas sino por el orden económico y social capitalista, ¿alcanzará esta
élite a ver que sus desgracias no son causadas por la tecnología, ni por la falta de religión y
ética, ni por las luchas libertarias, sino por el sistema que tradicionalmente han
defendido y donde se han movido grandiosos y halagados, cerrando los ojos a esa
irracionalidad intrínseca que ya anidaba en su cultura de élite y que iría a conducir finalmente a la situación
generalizada de hoy? No lo creemos. Los dinosaurios no se adaptarán a los nuevos
cambios, ni menos la reclamarán… desaparecerán irremediablemente exigiendo la
vuelta a su pasado y congelado clima.
Arturo Bolívar Barreto,
escritor peruano. Es autor de Historia
singular del profesor Rivasplata y otros cuentos, 1997; la novela Gotita, 2005; el poemario Creciente hora nuestra, 2010. Los ensayos Balance de las políticas culturales de Fujimori a García, 2011 y Calidad literaria y compromiso social,
2012. Y de artículos como La sociedad
peruana y el escritor, 2012; Apuntes
sobre la literatura peruana actual, 2012.
(*) Artículo enviado por el autor
(*) Artículo enviado por el autor
1 comentarios:
Aquí hay una buena crítica a las opiniones elitistas y neoliberales de Mario Vargas Llosa. Lo es desde el punto de vista político,económico,tecnológico y cultural.
Luego de leer este artículo sospecho que la Academia Sueca es uno de los resquicios donde se ha atricherado esa "cultura de élite" a la que alude MVLl. y, si Obama fue galardonado con el "Premio Nóbel de la Paz", xD, millones tenemos derecho a sospechar que habrán otros galardonados inmerecidamente. Alguien dijo: "El único motivo por lo que me alegra que a MVLl le hayan dado el Premio Nóbel de Literatura 2010, es por ser peruano, como yo".
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