Por Jorge Díaz Herrera
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Hacía
ya más de media vida que doña Amelia, en medio de la orfandad traída
por la pobreza, iba de uno a otro lado desempolvando con un plumero de
otros tiempos la vieja casona y taponando los huecos de los ratones. el
sentarse bajo la claraboya a descifrar las voces que traía el viento
solo logró distraerla algunos años, después lo olvidó para siempre. La
preocupación de luchar contra el polvo y de interpretar sus sueños no le
dejaba tiempo para otra cosa. Y presintió que pronto se moriría y
empezó a alistarse para el viaje. Zurció sus ropas blancas que le
serviría de sudario y escribió una carta a su hermana tanto tiempo
ausente, pidiéndole un lugar en el mausoleo de la familia. La
impaciencia en que la sumió la espera de la respuesta la llenó de
sofocantes palpitaciones. No supo cuánto tiempo esperó, pero murió
esperando, sin enterarse de que su hermana, al leer la carta, estalló
gritando: no contenta con la comida que todos los días le hago llegar
para no dejarla morir de hambre, todavía tiene la sinvergüencería de
causarme problemas hasta después de muerta, sabiendo bien, como tuvo que
saberlo, que el mausoleo está repleto y que allí no queda espacio sino
para una sola persona.
El
rosal por que guardaba menos esperanza floreció y el otro, no obstante
las muchas ramas que le crecieron, solo llegó a dar unos botones que
nunca lograron abrirse y Hermelinda sembró en su lugar un girasol, que
murió pronto sin saber que es una flor. Después fueron una dalia, una
amapola y una enredadera, y Hermelinda quedó convencida de que ese sitio
del jardín tenía mala suerte. Y mandó poner en él una piedra grande de
formas sugerentes, que la humedad del invierno cubrió de un musgo coposo
como algodón verde que di un sin fin de florcitas moradas, y se
convirtió en la parte más linda de mi jardín. Y el viejo rosal enfermó y
Hermelinda, para evitar que contagiara al musgo y sus flores lo echó
arrancándolo de raíz, y el musgo, solo Dios sabe cómo son las cosas,
empezó a secarse hasta que la piedra quedó pelada como antes. Y
Hermelinda fue perdiendo el gusto por las flores e hizo levantar una
habitación más en el lugar del jardín para que la casa gane un poco de
espacio. Y alquiló los cuartos interiores a un matrimonio joven, yo me
vengo a vivir en la parte donde era el jardín y un cuartito más, para
una mujer sola es suficiente. Y así se acostumbró a pasárselas casi
todas las horas de su vida balanceándose en una mecedora de Viena,
mientras tejía, en el lugar donde no florecieron el rosal, ni el
girasol, ni la dalia, ni la enredadera y donde las florcitas moradas del
musgo, que parecía que nunca iban a morir se secaron para siempre.
Jorge Díaz Herrera.- (Celendín, 1941) es un escritor de amplia y reconocida trayectoria. Su obra literaria es múltiple y ha merecido numerosas e importantes d istinciones. La crítica especializada considera a Díaz Herrera como uno de los más fecundos autores peruanos, cuyo singular estilo y variedad temática han develado los mundos más diversos: honda penetración sicológica de sus personajes, estilo breve e incisivo, humor que conlleva hondas reflexiones sobre los enredos del destino.
Viajero y profesor universitario por los países de América y Europa. A su prosa singularmente cuidada se suma la riqueza de su experiencia vital, que le da a su creación literaria un acento de autenticidad propio de las obras maestras. (Fuente: Obra del autor Las Almas de Magnolio / Editorial San Marcos 7 2011)
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