Por Raúl Wiener
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Seguramente Favre, Valdés y Castilla deben haberle insistido en que no hay razón para alarmarse ya que unas decenas de miles de manifestantes son poca cosa en una ciudad de 7 millones y en un país de casi 30 millones. Pero conociendo a Ollanta estoy seguro que este debe haber sido uno de los momentos más amargos de su gobierno. La razón es simple: esta ha sido LA PRIMERA vez que se arma en términos prácticos el frente del 30% que le hizo pasar a la segunda vuelta y que quedó de lado en sus decisiones posteriores.

Los marchistas de esta semana hicieron un recorrido pacífico ciudad por ciudad, sembrando la idea de que no debemos dejarnos avasallar por el poder de las transnacionales.
Si uno ve lo que significó cada uno de esos encuentros y los que ocurrieron en el sur del Perú antes de la partida de sus delegaciones concluirá en que ciertamente ha habido un país movilizado contra los excesos de la minería y exigiendo un cambio de política ahora, que implique a los proyectos que ya dejaron firmados los anteriores gobiernos.
A partir de aquí estamos en un nuevo escenario para el desarrollo de los conflictos socioambientales que ya no son ocurrencias distantes y esporádicas sino un sentimiento de una nación que no quiere convertirse en un campamento minero. Después de la escalada prominera, la marcha representa, aun sin proponérselos, una respuesta de dignidad: preferimos el agua limpia y vivir de nuestro trabajo, antes de ver desaparecer las lagunas, los cerros y los bosques a ritmo del tajo abierto.

Fuente: Diario La Primera, domingo 12 de febrero 2012
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